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Namjoon demostró estar en lo cierto. La primera mañana que Jimin salió para comenzar su negocio, un enjambre de masculinidad indefensa con ropa sucia batió una trayectoria hacia las tinas como si hubiesen sido evocados por el canto de una sirena. Cómo se supo tan rápido, Jimin no lo podía entender. Kang Cho, su primer cliente, no podía ser el responsable de todo eso.

Ciertamente, cualquier doncel o mujer con una tina para lavar y jabón podría entrar en el negocio de la lavandería, y había varios que así lo habían hecho. Pero con treinta mil personas, en su mayoría hombres, en Dawson y alrededores, era más que suficiente trabajo para todos.

Incluso cuando Jimin había vivido en Portland con su padre y sus cuatro hermanos, nunca había visto tanto barro sucio apelmazado en la ropa, en su vida. El largo y sofocante día era un interminable ciclo que consistía en calentar agua, lavar, enjuagar, y colgar la ropa húmeda. La zona que rodeaba las escaleras de atrás se convirtió en un enjambre de cuerdas colgadas de todos los lugares posibles, con camisas limpias, pantalones y ropa interior que aleteaban en la brisa.

Para facilitarle un poco las cosas a Jimin, Namjoon había roto una de las cajas donde recibía sus provisiones, para hacer pisos con ella y que Jimin no tuviera que estar en el barro. Con otra caja había formado un pequeño rincón para Soobin, para mantener al bebé a la vista y fácil alcance. Esas eran pequeñas bendiciones cuando descubrió lo difícil que el trabajo podía llegar a ser.

Para reducir la monotonía, y porque a Soobin parecía gustarle tanto, Jimin cantaba durante la mayor parte del día. A pesar de que mantenía su voz baja, de vez en cuando los mineros rezagaban en la calle lateral para encontrar el origen de esos cantos, al igual que había hecho Kang Cho.

Estaba en el medio de - Lorena, cuando miró hacia arriba para ver a tres hombres de pie en un triángulo cerca del edificio al otro lado de la estrecha calle. Dos de ellos se limpiaron sus ojos húmedos con timidez. El tercero se sonó la nariz pregonando un bocinazo en un pañuelo grande rojo.

Jimin cortó el triste lamento de Lorena, a mediados de verso, desconcertado.

El hombre del pañuelo se adelantó. - Va a tener que disculparnos, señor. Esa canción podría hacer que hasta un soldado guerrero se sintiera como un viajero cansado y nostálgico. Me imagino que no somos tan diferentes.

Jimin se enderezó y se llevó las manos a su rígida espalda - Oh, cielos, lo siento. Realmente, estoy cantando para mi niño. Él no sabe que la canción es triste.

- Pero apuesto a que ahora ya sabe lo que es oír a un ángel cantar -dijo uno de los otros hombres, su voz ligeramente rota.

Ante el extravagante cumplido, Jimin sintió que se ruborizaba y bajó la mirada hacia la tina. Cielos, qué alboroto hacían los mineros de Dawson sobre sus pequeñas canciones. Había vivido toda su vida tratando de ser lo más discreto posible y jamás le importó no ser el centro de atención. Poco después los hombres pasaron de largo, pero regresaron dos horas más tarde con sus coladas.

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Curioso, y a pesar de su determinación de que el negocio de lavar ropa de Jimin no era de su incumbencia, Namjoon encontraba todo tipo de razones para acercarse a la ventana de la tienda. Tenía una docena de banderas de desfile americanas clavadas en palos que había comprado a tiempo para el Día de la Independencia - harían una buena exhibición en ese barril vacío cerca de la ventana. ¿Va a llover? Se preguntó a los pocos minutos, y se dirigió de nuevo al vidrio para mirar el cielo brillante y sin nubes. Poco después de comprobar el tiempo, Namjoon vio a Han Jaeyeong pasar por allí y se dirigió a la ventana una vez más. Se decía que el hombre gastaba todo su dinero en ropa y que nunca usaba el mismo traje dos veces.

Kim Jimin- MiniMoni Donde viven las historias. Descúbrelo ahora