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Doce largos días más tarde, bajo un cielo azul de otoño y una temperatura suave, el Magic Shop paró al lado del Río Willamette en Portland.

Jimin no podía dar crédito a sus ojos cuando reconoció esa línea de costa a través de la ventanilla de la cabina. — Soobin, príncipe, ¡Estamos aquí! —Dijo, y se rió. Cogiendo al pequeño de la litera, lo acercó a la ventana.— ¿Ves? Esto es Portland, aquí es de donde papi es. Al fin, estamos aquí.

El viaje de vuelta había sido más rápido y ciertamente menos castigador que su viaje hacia Yukon. Y en cada puerto en el que se habían ido deteniendo, la tripulación del barco había ido disminuyendo. Pero él y Soobin habían pasado la mayor parte de su tiempo en ese cuchitril, y se alegró de que ya fuera hora de abandonarlo. Las instalaciones de baño eran inferiores a lo adecuado, y se sentía como si cada prenda que poseía hubiese sido aplastada y arrugada.

Había tratado de evitar a Namjoon – aunque cada nervio de su ser clamaba estar con él. El tiempo que había pasado sin él le dio un sabor a nostalgia que se prolongaría durante mucho tiempo. Sería difícil, lo sabía. Su mente volvió a la pequeña fotografía ovalada que había encontrado en el baúl aquella tarde. Si todavía sentía algo por el hombre de ese portaretrato, después de que el hombre lo hubiese traicionado y lo hubiese dejado plantado, por mucho que Jimin lo amase, no había nada que pudiese hacer al respecto.

Reuniendo sus pertenencias, se trasladó con los restantes pasajeros por la pasarela, con la intención de ver la cuna de Soobin salir por la bodega. El olor que se percibía desde el muelle a agua marina y creosota lo golpeó, y las gaviotas graznaban y sobrevolaban la zona, deslizándose sobre las corrientes de aire.

— ¡Jimin!

Se dio la vuelta y vio a Namjoon avanzando a zancadas hacia él, vestido con sus pantalones ajustados negros, una chaqueta de ante, y su cuchillo atado a su muslo. El viento atrapado en su pelo largo, su boca llena y su mandíbula firme, en relieve por la luz del sol de la tarde. Oh, ¿por qué todavía le vería tan guapo? Se preguntó miserablemente. Había esperado, de alguna manera, ser inmune a su atractivo después de que hubiese estado tantos días lejos de ellos. Pero en todo caso, sólo se veía más guapo, y Jimin tuvo que contenerse para no darle un abrazo.

— Alquilaré un taxi que te llevará a un hotel. Podrás permanecer allí hasta que encuentres un lugar para vivir.

Se sentía tan bien teniendo a Namjoon parado a su lado otra vez, se preguntó cómo demonios iba a acostumbrarse a estar sin él. — Gracias, pero no quiero que te molestes. Al menos, me sé manejar bien por esta ciudad.

El moreno lo tomó del codo, volviéndole de los pasajeros que estaban desembarcando, y el doncel se vió obligado a mirar directamente a sus ojos. — Por favor, Jimin, —murmuró con esa voz susurrante que el doncel conocía tan bien.— Me has estado evitando durante la mayor parte de este viaje. Me iré muy pronto, pero permíteme que acabe con mi parte del trato.

Ese maldito trato, pensó malhumorado. Había sido su salvación y su maldición. Tal vez si la boda que Yoongi realizó en el Saloon La Chica de Yukon aquella tarde hubiese sido legítima, Namjoon tendría que pensárselo dos veces antes de volver a Jackson. Pero, no – Jimin no quería que se quedara con él sólo porque estuviese legalmente obligado a hacerlo, o porque se sintiese obligado. Sólo quería que se quedara con ellos si realmente los quisiese a él y a Soobin.

— Entonces deberás dejar que yo mantenga mi promesa hasta el final, también. Quiero pagarte la deuda de Soohyuk.

Namjoon suspiró y se frotó la nuca. — Nunca estuve de acuerdo con eso. Jimin, yo no necesito el dinero. Y tú podrías necesitarlo. Deja que te lleve a un hotel. Entonces les diré adiós y seguiré mi camino.

Kim Jimin- MiniMoni Donde viven las historias. Descúbrelo ahora