Aquella tarde Fina tenía demasiadas cosas en la balanza.
La que ella había considerado ( al menos en su momento ) su primer amor, Esther, quien hace años le había ofrecido una vida de libertad en París, la cual ella no tuvo el valor de aceptar, había vuelto, poniéndole de nuevo sobre la mesa esa oportunidad.
París, la ciudad de la luz y el amor libre, con la sofisticación del New Look y la excentricidad de la bohemia Montmartre en los años 50, de la mano de Esther, quien traía un trabajo en la mejor perfumería parisina y una declaración de amor eterno bajo el brazo.
Afueras de Toledo, una pequeña colonia en época de represión, una dictadura donde la Ley Franquista era sinónimo de infierno penal para Fina, quien amaba a otra mujer.
Una vida de ensueño o el sueño de algún día poder sentir los labios de Doña Marta de la Reina era su verdadera disyuntiva.
Aunque años atrás la verdadera razón de no haber dejado Toledo atrás había sido su padre y su miedo a que el paso de los años acabase con su salud sin ella estar a su lado, esta vez tan sólo era una excusa.
Si bien era cierto que el señor Isidro no gozaba de una salud boyante y su vida empezaba a correr peligro siendo lo que le hizo a Fina decantarse por Toledo, su subconsciente tenía claro que su corazón anhelaba la libertad que los labios de Marta le podían ofrecer en aquella pequeña y retrógrada finca de perfumes.
Fina había sentido algo muy especial por Doña Marta desde niña, al fin de cuentas se habían criado en la misma casa, Marta como la hija del dueño y Fina como la hija del chófer de la familia, pero sus vidas habían avanzado en paralelo en el mismo lugar.
Lo que siempre había pensado Valero que tan sólo era admiración por la mediana de los de la Reina, incluso un cierto respeto e imponencia a su paso, los últimos movimientos de Marta le habían hecho entender que quizás lo que sentía por aquella soberbia mujer, era algo más bien cercano a la atracción.
Doña Marta desde que Fina había tenido el atrevimiento de hacerle frente y dejarle claro quien era y cómo se sentía frente a su propia realidad, había conseguido entender que aquella ojeriza que le tenía a Fina no era más que el rechazo a ella misma y al no ser capaz de entender que la quería, y de ello Fina se había dado cuenta.
Desde aquel encuentro, las conversaciones entre ambas fluían demasiado bien, los acercamientos eran cada vez mayores.
Sonrisas y confesiones, miradas y roces, aproximaciones que dejaban entrever que para Fina, Doña Marta era su sustento y Doña Marta encontraba la felicidad que nunca había tenido en los ojos de Fina.
Hasta que aquella noche pasó, en uno de esos momentos íntimos donde Fina se estaba abriendo en canal a Doña Marta explicándole lo que pasaba con la salud de su padre y como eso le impedía empezar una nueva vida en París, el cálido ambiente que la de la Reina había creado, demostrándole que en sus brazos nada podría salir mal, Fina tuvo el atrevimiento de intentarla besar.
Marta era consciente desde hacía tiempo que por su mente vagaba libremente Fina y cuando se dejaba llevar eran las manos de Fina las que recorrían todo su cuerpo en ensoñación.
Sin embargo, cuando Fina se encontraba a escasos centímetros de su piel y con la mirada fija en sus labios, a punto de rozarse, sintiendo sus atrevidas manos sobre su cintura, el miedo, ese que había tenido siempre, ese que siempre le había impedido ser ella misma y por consiente ser feliz, la echaron atrás.
Marta de la Reina no podía hacer eso.
ESTÁS LEYENDO
Un anhelo de libertad
FanfictionAna y Teresa, Pepa y Silvia, Cristina e Isabel, Maca y Esther, Luisita y Amelia... la lista es mayor, aunque no infinita como nos gustaría... Esta vez le toca a Marta y Fina y en esta ocasión, y por primera vez, me atrevo a estar yo del lado de quie...