Un anhelo de libertad V

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Al fin Marta se sentía viva.

Ahora podría ponerle significado a la palabra amor.

Qué le había hecho Fina que nunca nadie antes había conseguido.

Esa mañana Marta se encontraba en su despacho mirando fijamente a aquellos montones de papeles que la esperaban, sin embargo su cabeza únicamente era capaz de ver a Fina sobre aquella mesa.

No era la primera vez que esas cuatro paredes eran testigo de cómo su mente se evadía en Fina, pero sí la primera vez que era un recuerdo y no un sueño, que verdaderamente, la tarde anterior Fina había estado allí, besándola encima de aquella mesa que ahora acariciaba con delicadeza recordando la piel de su chica.

Y fue en esa sutil caricia cuando volvió a vivir el día anterior como si de un fotograma se tratase.

Aquel despacho sin cerradura era incapaz de aguantar la temperatura de aquellos dos cuerpos y la necesidad que éstos tenían de saciarse, por lo que en un instante de cordura decidieron separarse y acordar que lo más sensato era que aquella noche se viesen en Illescas, en la intimidad de un hotel, una habitación para ellas solas entre Madrid y Toledo, donde únicamente ser Marta y Fina, donde nadie fuese testigo de ese amor tan intenso como prohibido.

Marta había llegado antes con el miedo y las ganas a partes iguales.

Se encontraba mirando por la ventana, pensando en cuánto de descabellado tenía lo que le estaba sucediendo y sopesando la transcendencia de ser feliz en lo prohibido, cuando Fina entró en la habitación.

Marta se limitó a girar la cabeza y verla de medio lado, qué guapa estaba, sin uniforme y con el pelo suelto. Aunque su latir desbocado la empujaba a acercarse a la dependienta, su miedo la mantenía estática, mientras Fina, con una sonrisa tan dulce como descarada se acercaba lentamente a su espalda para apartar su blusa con delicadeza hasta dejarle un exquisito beso en el hombro.

Marta sonreía, se sentía cómoda, se sentía protegida en los brazos de Fina, pero había algo que la frenaba.

Ella estaba casada y aunque todo lo que estaba viviendo era nuevo para ella, en cuestión de intimidad tenía un único referente que le había generado más inseguridades que placeres, y de ello rápido se percató Fina.

Marta, ¿qué pasa? Estás temblando

- Fina, es que... no sé, todo esto es muy nuevo para mí ... a mi marido lo decepcioné por completo, tengo miedo de que a ti te pase lo mismo conmigo, contigo... contigo no puedo hacer eso. Titubeó Marta haciéndose pequeña frente a Fina, exponiendo todos sus miedos mientras una lágrima de escapaba por su mejilla.

Fina, con la compresión y cariño que la situación requería borró de un plumazo sus temores.

Marta, cariño, escúchame. No va a pasar nada que tú no quieras o con lo que tú no te sientas cómoda. Al final, piensa que una relación se basa en eso, tener la confianza de exponer tus miedos sin ser juzgada y combatirlos poco a poco, juntas.

Y Marta la besó soltando todas las inseguridades que le habían creado en un suspiro ahogado, ella estaba donde y con quien quería estar.

Y Fina la apretó entre sus brazos demostrándole que cuando el amor era sano, recíproco y sincero, los miedos se esfumaban.

Fina le estaba enseñando a amar de verdad.

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