Capítulo IV

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Miraba con desdén las grandes nubes que se deslizaban con suavidad por la ventana del jet, lo que más odiaba de los viajes largos eran las turbulencias, son una molestia constante, ese baile caótico del avión que parecía empeñado en recordarme lo frágil que es el mundo, mi mundo.

A pesar de todo ese pensamiento de odio, mi mente divagaba inevitablemente hacia mi padre, Leo. No había hombre más despreciable en la vida que él, su autoridad, su control absoluto, la forma en que siempre manejaba todo a su antojo, apreté los puños haciendo que mis nudillos se volvieran blancos de furia contenida, no podía soportar la idea de que, en el fondo, mi vida entera giraba alrededor de los deseos y caprichos de papá.

El zumbido constante de los motores del avión se mezclaba con un dolor sordo que comenzaba a pulsar en mi sien, cerré los ojos tratando de calmarme, pero el dolor de cabeza no cedía.

- Mierda... - Involuntariamente llevé mi mano a mi frente acariciando en círculos intentando apaciguar el dolor.
Era como si la tensión acumulada en mi cuerpo encontrara una nueva forma de torturarme.
¿De que sirve tener un buen piloto si no me va a evitar estos estragos?

Justo en ese momento, la puerta del camarote se abrió suavemente, y una figura elegante apareció en el umbral.

- Señorita Julieta, le pido disculpas por las turbulencias - Dijo la mayordoma, vestía un traje completamente negro, su voz era suave, casi reconfortante, pero no podía aliviar el malestar que sentía.
El dolor solo me permitió asentir, la mujer se retiró en silencio, para pocos minutos después llegar con unas pastillas y agua embotellada.

Finalmente, el jet comenzó su descenso, la turbulencia disminuyó, pero la tensión en mi cuerpo permanecía. Mientras el avión aterrizaba suavemente, me obligué a abrir los ojos y enderezarme, los hangares ya dejaban verse por la ventanilla.
El jet se detuvo y la escalerilla se desplegó, salí sintiendo el buen clima que la temporada de esa ciudad me ofrecía, sentí como chocaba el frío viento contra mi rostro haciéndome sentir electricidad, descendí con paso firme y me acerqué a la camioneta que ya me estaba esperando, de igual forma varios hombres de traje oscuro me esperaban, pero apenas y les presté atención.

- Julieta Lascurain buenos días, es un gusto tenerla por estos lados - Hizo un pequeño ademán de bienvenida el sujeto 10 cm más abajo que yo, ¿Es  posible ser adulto y tener esa estatura?

- Gracias, ¿ya está todo listo? - No tenía muchas ganas de seguir la conversación, me estaba desconcertando que el dolor de cabeza me mataba y que ese señor que me miraba con intensidad fuera más bajo que yo - Eh.... ¿Hola? - Moví la mano enfrente de él al ver que no reaccionaba, dejé ver mi arma por encima de mi gabardina.

- Ah si, disculpe, si, si, ya está todo - Si no fuera por el nerviosismo que dejó ver y la falta de profesionalismo, diría que Guido contrató a cualquier vago.

Creo que hoy alguien se queda sin trabajo...

Me deshice de los pensamientos y tomé las llaves que me ofrecía, subí a la lujosa camioneta y empecé a conducir hacia mis próximos destinos sin mucha distracción.

Me encontraba en México por un encargo por parte de mi padre, aquel contrato que firmé hace un par de meses en Mónaco apenas se volvía real, hubo algunos contratiempos con las personas del cartel de este país, añadiendo que Leo me tenía haciendo otros encargos por otras ciudades del mundo, pero este en particular parecía que fuera tan importante para él que hacía cuestionarme absolutamente todo.
Después de firmar unos papeles y hacer unas llamadas, por fin iba en dirección al aeropuerto, ahí me encontraría con aquellos negociantes en ese punto, traía un maletín con contenido desconocido que Leo quería que entregara urgentemente.

Mis 7 PecadosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora