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⪼Ni la muerte podría separarnos

El día empezó normal, como cualquier otro día, o no; éste era un día especial. Me lavé los dientes y me coloqué un vestido que mi madre me había comprado el día anterior para poder llegar presentable a ver a mis suegros. Ellos vivían en un pequeño pueblo del sur en medio de la nada. Dorian dijo que nos fuéramos en tren, pero yo insistí en irnos en bus, que aparte de ser más cómodo, era un poco más barato.

Hace apenas unos días, Dorian me había pedido que nos casáramos, tras cuatro años de noviazgo. Por supuesto que acepté, después de todo, Dorian es el hombre que siempre esperé, quizás el amor de mi vida.

Tomé un taxi y me dirigí hacia la estación de buses, él estaría esperándome en aquel lugar. Lo esperé algunos minutos… era extraño, cada vez que nos veíamos él estaba ahí esperándome. Quedamos de vernos a las nueve treinta, pero ya eran las diez y cuarto y aún no se asomaba. De pronto sentí que mi corazón comenzó a latir más rápido de lo normal y mis manos se pusieron completamente heladas, a pesar de que moría de calor; algo andaba mal, podía sentirlo.

Seguí esperando nerviosa. Pensé en llamarlo, pero luego me arrepentí, no quería enterarme de algo malo, no quería. Me senté en una banca frente a una pequeña fuente de agua y veía a la gente caminar apresurada a mi alrededor. Saqué mi celular para mirar la hora, y pude ver que tenía nueve llamadas perdidas; no quise ver de quién eran, no quería ver nada, no quería enterarme de nada. Lo volví a guardar en mi bolsillo.

Eran las once y cuarto y Dorian aún no llegaba. Algunos pensamientos negativos comenzaron a rondar por mi mente. ¿Y si tuvo algún tipo de accidente mientras venía hacia acá? Unas suaves y heladas manos de pronto taparon mis ojos; el miedo me invadió una vez más.

—¿Quién es? —Pregunté, nerviosa.

—¿Quién crees que soy? —me respondió con un tono medio burlesco, era la voz de Dorian. Me puse de pie rápidamente y quité sus manos de mi rostro, él me miró sonriendo y me abrazó fuertemente.

—Discúlpame por haber llegado tan tarde, hubo un accidente en la carretera. Te llamé muchas veces pero no me contestaste… —No importa. —Lo tomé de las manos y volví a abrazarlo con todas mis fuerzas.

Caminamos abrazados hasta el bus, tomamos nuestros asientos y no volví a soltarle la mano en todo el camino. Había sentido un gran alivio en mi corazón, por momentos sólo vi las peores imágenes en mi cabeza pensando que le había pasado algo. Sé que no podría vivir sin Dorian. Él lo era, lo es todo en mi vida. Se ha transformado en la razón de mi existencia.

Al ser la típica mujer menos agraciada que la mujer promedio, ningún hombre se había atrevido a fijarse en mí, excepto él. No es que sólo lo quiera por eso, lo amo desde la primera vez que lo vi; todo comenzó como amor a primera vista, por lo menos de mi parte, ya que nadie podía enamorarse de mí a primera vista tampoco. Cuando ya parecía que terminaría convirtiéndome en monja, lo conocí, y Dorian cambió cada imagen que tenía de la vida.

Mientras recorríamos largas distancias, observaba atentamente al hombre que en poco menos de un mes sería mi esposo, quizás el futuro padre de mis hijos. Estaba concentrada mirando por la ventana; sus ojos se veían brillantes, más de lo normal. —Dorian, estaremos juntos por siempre, ¿no? Quiero decir, nada ni nadie podrá separarnos jamás en la vida, ¿cierto?

—Jamás, nada ni nadie… Ni siquiera la muerte nos separará, estaremos juntos por siempre, por toda la eternidad. Lo sé. —Sus manos recorrían suavemente mis mejillas, me sentía totalmente de acuerdo con cada una de sus palabras.

Me besó de pronto y me miró con una sonrisa. El bus se detuvo abruptamente, la gente comenzó a bajar, hasta que quedamos los dos solos; aunque luego pude ver que había alrededor de tres personas más aparte de nosotros. Debía de ser una de esas paradas que hacen los buses cada vez que recorren largas distancias.

Sin embargo, éste siguió su camino y nadie más volvió a subir. Dorian tomó fuertemente mi mano, apretándola como nunca antes lo había hecho. Dirigí mis ojos a los suyos, y él sólo sonrió.

—No, sólo algunos minutos, ya estamos a punto de llegar.

Sonrió una vez más, me abrazó y volvió a dirigir su mirada a la ventana.

El bus se detuvo una vez más, de pronto las personas que venían con nosotros ya no estaban. No le tomamos mucha importancia, aunque después de que hubo pasado algún tiempo Dorian se impacientó y fue hasta la cabina del conductor, quien tampoco se encontraba.

Estábamos en medio de la carretera, junto a unos cerros y unos bosques. Con Dorian decidimos bajar del bus e ir en busca de ayuda o algo, quizás caminar hasta el pequeño pueblo en donde vivían sus padres.

Él me había dicho que no faltaba mucho para llegar, pero luego lo aclaró, sólo me lo había dicho para que estuviera más tranquila, en realidad ni siquiera nos encontrábamos a mitad de camino. Saqué mi celular indignada, pero éste no tenía señal, tampoco el de él.

Volvimos al bus, esperando que el conductor ya hubiera regresado; pero no daba señales de vida, aun cuando empezaba a oscurecer.

Dorian intentó echar a andar el bus, pero no partía. Nos quedamos descansando algunas horas ahí hasta que amaneció. Por encima de todo no podía ver ningún auto asomarse, no había pasado uno en toda la noche.

Cuando desperté a la mañana siguiente Dorian no estaba junto a mí; me sentí algo asustada, me levanté apresurada para ir en su búsqueda, no quería que desapareciera como las demás personas que venían con nosotros.

Pude verlo a través de la ventana, iba caminando devolviéndose por el camino que había tomado el bus. Rápidamente me bajé y corrí hasta alcanzarlo, se había sentado sobre unas rocas junto a un charco de agua, su mirada se veía algo perdida. Caminé hacia él lentamente, y lo abracé por detrás. —¿Qué pasa? —Nada, es sólo que… me aflige estar aquí, entre la nada.

—Ya llegará alguien a buscarnos, no te aflijas, sólo piensa… queda menos de un mes para nuestra boda, ¿acaso eso no te hace feliz?

—Es eso lo que me aflige.

—¿Por qué?

—Sólo… Observa.

Tomó una botella que se encontraba tirada a su lado y la lanzó al charco de agua que estaba en frente; la botella quedó reposando sobre el agua en movimiento. No entendía lo que pasaba, lo miré, dispuesta a preguntarle cuál era su punto, pero entonces lo comprendí.

La botella que tomó seguía tirada en el lugar de antes, y el charco de agua estaba totalmente quieto, como si nada lo hubiese tocado. Dorian se puso de pie, me miró con los ojos brillantes, me tomó de la mano y me guió de vuelta al bus, que ahora se encontraba totalmente destruido, rodeado de policías y ambulancias, además de autos de personas, quizás familiares de los demás pasajeros.

Pude ver a mi madre intentar acercarse al bus, ella lloraba y gritaba totalmente estremecida mientras algunos policías intentaban tranquilizarla.

—¿Es aquí donde acaba nuestra existencia?

—No lo creo, mientras podamos seguir amándonos, nuestra existencia no acabará.

—Es ahora que puedo ver… Que tus promesas siempre fueron ciertas. Te amo, Dorian.

—Te amo aun más, Deborah. Lo sabes, y te lo dije… Ni la muerte podría separarnos…

"𝕷𝖊𝖙𝖗𝖆𝖘 𝖖𝖚𝖊 𝖗𝖊𝖋𝖑𝖊𝖏𝖆𝖓 𝖒𝖚𝖊𝖗𝖙𝖊"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora