C11: Muere fuera de mi vista.

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Bakugou era una persona explosiva, tenía una personalidad fuerte y una lengua sin piedad que escupía todo lo que piensa con poco o ningún tacto. Franqueza, orgullo y temperamento feroz.

Una persona que tenía el aire de ser un pandillero o un bestia, pero aquel que relataban con temor era un chico maduro que dormía antes de las nueve de la noche, estudiante ejemplar y uno de los mejores de su clase. Dos caras de la misma moneda, un perro que ladra y a veces muerde. Además que nadie podía quitarle el ceño fruncido además de sus amigos cercanos.

Bakugou Katsuki tenía una vida tranquila y deseada. Vivía cerca al mar, gozaba de ese aire húmedo y salado que provenía de las costas de la playa, podía retratar cada mañana en sus recuerdos, el comienzo de un día para los pesqueros y el alba del amanecer.

Las madrugadas de los jueves eran los más agitados, el acento de los navegantes del mar con sus brazos descubiertos como los audaces pescadores temerarios del frío se escuchaban mientras más caminaba. Él vivía cerca de la playa pero el puerto comercial todavía estaba lejos y todas las mañanas seguía la misma rutina, caminando por la vereda maltratada con hoyos que formaban pequeños charcos.

De niño le gustaba saltar y jugar ahí; ahora no podía porque llegaría a ensuciar su preciado uniforme de preparatoria, aquella que tanto se había esforzado por ingresar.

Su melena puntiaguda y rubia, parecía más esponjosa con la concentración de la humedad, recibió saludos de sujetos de piel bronceada y solo levantó la mano mientras asentía como respuesta.

Caminó rápidamente para llegar a su lugar: ese mirador abandonado cuya única varilla que lo protegía estaba oxidada, sacó un pañuelo de su mochila y limpió una banca cercana. Colocó su saco y su mochila en la banca, y apoyando sus codos sin miedo a caerse en el barandal disfrutó las frescas sensaciones.

La brisa fría con el aroma imperturbable del mar, la humedad que formaba una cortina de neblina dando un ambiente delicado que contrasta con los fuertes choques de las olas. El mar es un caos, un caos demasiado hermoso que inesperadamente traía una gran calma a su agitado corazón.

Cada que tiene problemas, sus demonios lo siguen y atormentaban, venía y miraba el mar. A veces su imaginación volaba y pensaba que aquel simple y humilde paisaje era una obra maestra o un lugar místico sin descubrir dónde todo es único para él.

—Todo sería mejor sin esta puta contaminación —declaró, cerrando los ojos y dejando que el frío entrará en contacto con su piel.

Entonces, pasos detrás de él se escucharon, se mantuvo imperturbable e ignoró a la extraña persona. Hasta que afilando su audición escuchó un sollozo y lo primero que pensó fue: «Otro ebrio»

Arrugó la nariz y se regaño por ser el único idiota estudiante que se despertaba de madrugada para llegar aquí. Suspiró largamente, no olió alcohol en el aire, por lo cual se mantuvo tranquilo. Sus sentidos alertas y bien dotados, sintieron cada movimiento de su acompañante, desde el estornudo de gato hasta el brusco momento de sus manos. Sin embargo se negaba a mirar a este extraño.

«¡No! No soy psicólogo ni terapeuta para perder unos jodidos minutos en escuchar cosas insignificantes» pensó. Ya le había ocurrido que por preguntar el cómo está por cortesía, las personas parecían contarle su vida como una novela triste y trágica que duraría horas si no decidía frenar de golpe. «¡Qué se vayan a los reality shows! ¿A quién le interesa la vida ajena? Siempre hay alguien peor que tú, bastardo patético.»

De pronto sus ojos se abrieron enormemente al escuchar el sonido de algo impactando contra el agua.

—Mierda —maldijo y asomó su cabeza, mirando lo que pasó debajo de sus pies. El idiota se había tirado— ¡Mierda!

Dió varios pasos como león enjaulado. El tiempo era crucial, así que decidido se planeó golpear al imbécil que se intentó matar. Saltó al agua como bien nadador que era, soportó el impacto y, como la marea era alta y por suerte, no se golpeó con ninguna filosa piedra. Las olas furiosas intentaron hundirlo, empujando su cabeza para adelante, renegó al tragar agua salada por la boca y sentirse perder el aire.

Sacó la cabeza y tomó un gran bocado de aire, infló sus pulmones y se sumergió. Enfocó al “bastardo” entre las corrientes de agua que regresaban al interior del mar, sus ojos le harían y quiso gritar mientras un bicolor se dejaba hundir sin esperar nada de la vida. Quiso gritar y mandarlo al diablo. Burbujas se escaparon de su boca, se impuso rápidamente para atrapar la muñeca del muchacho y lo sujetó con fuerza.

Su cuerpo le exigía aire y expulsar el dióxido de carbono que dolía, necesitaba salir. Aprovecho la corriente que lo empujaba y milagrosamente llegó a la orilla. Escupió agua y tiró el cuerpo maldito sin piedad. Tosió varias veces mientras maldecía todos los ancestros de aquel idiota.Inconsciente con las mejillas azules, ropa mojada y flequillo cubriendo su cara, el mitad-mitad suicida -como lo apodó Katsuki- no parecía respirar.

—Bastardo, si quieres morir, ¡muere fuera de mí vista! —se quejó colérico, soltó un gemido frustrado y se acercó gateando rápidamente.

Una persona normal hubiera gritado por ayuda o aplicado RPC, pero Katsuki golpeó directo en la boca de estómago del mitad albino y proporcionó varias cachetadas en la mejillas volviéndolo rosadas e hinchadas para despertarlo.

—Despierta, inútil.

«Si se muere, lo daría como carnada para los peces.», se alentó, intentando ver el lado positivo. ¡Agh! Solo el maldito Deku veía el lado positivo, este imbécil se iba a pudrir.

¿Por qué simplemente no lo dejaba morir? Respuesta: La jodida conciencia y moral que tenía lo iba a matar.

Si se moría en otro lugar, no pasaba nada; pero si se muere delante de él... ¡Ahí estaba el problema! No importaba cuán mierda de persona era, simplemente le resultaba aterrador ver la muerte en su joven mente.

Y entonces los ojos como el cristal y el grafito se abrieron lentamente, con las pestañas mojadas y cargadas de pesadez. Bakugou detalló que las ojeras se marcaban en el pálido rostro y paró sus cachetadas.

—Eres un ser completamente cobarde ¿Te creías sirena o qué? —reclamó el cenizo, bramando lleno de enojo.

El mitad albino vomitó el agua que había ingerido y tosió salvajemente. Bakugou ni le dirigió una mirada de compasión, se alejó y propuso levantarse, sacudiendo la arena de sus pantalones.

—¿Q-qué pa...? —Una voz ronca y lenta, suave y varonil. Estaba desconcertado, para luego parar en seco y mirar con las cejas fruncidas al rubio.

—Si dices que querías morir, yo mismo te compré el veneno para ratas —amenazó Bakugou, con los brazos cruzados y una vena marcándose en su frente—. Muere en otro lado, imbécil. La vida no necesita a escorias débiles como tú.

Shōto miró a su alrededor, y finalmente enfocó al cenizo con cabello mojado parado frente a él.

—Estúpido... —susurró por lo bajo el bicolor—. No debías hacerlo.

— ¿Y? Ya lo hice.

El silencio fue incómodo, sepulcral y jodidamente una pérdida de tiempo. Bakugou fue el primero en dar media vuelta, caminar hasta su maleta e irse refunfuñando hacia su casa en busca de su uniforme de reemplazo, ignorando el desastre que dejó atrás.

«Si decide suicidarse otra vez, ¡espero que se convierta en espuma de mar!»

Bakugou planeaba olvidar esa estoica cara y cabello de los de una bandera de Canadá, olvidarlo como basura que recogió pensando que era reciclaje y tenía valor, pero resultó mierda. Quizás hoy o mañana se muera; ya no importaba.

Lo intentó, discretamente intentó que reaccionará y que el bastardo apreciará su vida; pero ya no importa. «¡¡Qué se vaya al infierno!!»

Sin embargo, al día siguiente, como grano en el culo, el chico bicolor volvió a aparecer.

—¿Acaso no tienes casa, o qué

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