C18.- Un dragón demasiado caro.

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Criar a un dragón es realmente caro. Demasiado. Hasta parece una chiste proyectar el río de monedas de oro que origina proporcionar una ración de comida para aquella mítica criatura. En los primeros años de vida, no comen carne, no toman agua o alguna clase de alimento. Ellos tragan piedras mágicas especiales hechos por sus padres, es decir, simplemente consumen todo el poder bruto de su alrededor, en forma física, hasta obtener sus alas.

Además del gasto mental de tener crías de dragón, las piedras mágicas son refinadas con los diamantes más grandes y puros, por lo cual, los huevos de dragón siempre están rodeados de joyas brillantes y en un nido que se compara con la bóveda del tesoro nacional de algún reino rico.

Terriblemente caro.

Sí, Bakugou no podía plantearse el tener hijos con el dragoncito bicolor que correteaba a su alrededor moviendo su gruesa cola.

Ya fue un gigantesco gasto criar a Shōto desde que era un huevo —casi creyó que perdía setecientos años de vida al alimentarlo—, contando el hecho de que no obtuvo ganancia o alguna remuneración, pues jamás pudo vender alguna parte del dragón de linaje real. Además, para su mala suerte, se enamoró del dragón y casi perdió sus nueve colas —ocho y medio, cortesía de Shōto— cuando el reino celestial se lo quiso quitar.

Dedicó otra mirada al joven dragón adulto que meneaba su cola en un intento ingenuo de seducirlo, dio un largo suspiro y negó.

—Shōto, para o juro que te voy a patear ése culo que tanto presumes —amenaza el zorro rubio, sosteniendo una gigantesca sola a un lado de él por si el dragón se escapa y busca otra pareja.

Es su cuarto celo, pero Katsuki sabe que Shōto no necesita reproducirse para ser feliz. Los dragones tienen poco índice de fertilidad, un celo cada diez años y con solo un día de calor, así que, concluye Shōto está exagerando, lloriqueando por gusto solo para ser mimado. Y, aunque ambos son especies diferentes, no compatibles y ciertamente no hay riesgo de embarazo, Bakugou no correrá el riesgo.

—¿No me quieres? —chilla Shōto, escondiendo su cara en la hierba y derramando algunas lágrimas mientras sigue meneando la cola.

—Yo también soy una especie hermafrodita.

—Tú no tienes celo y eres, en su mayoría, un zorro macho —se queja el dragón, con voz amortiguada y notablemente suplicante. Shōto incrusta sus garras en la tierra y muerde la hierba mientras en sus cuernos salen chispas y contiene su forma humana frente a su pareja—. Ya me tomaste anteriormente, ¿Qué te cuesta hacerlo otra vez, Katsuki? ¡Solo mételo! ¡Mételo ahí adentro, como sea!

No hay respuesta del zorro rubio, Shōto se levanta y voltea al sentir el siento. Shōto pensó que quizás se había escapado mientras hablaba, pero ahí estaba Bakugou, notablemente comprimido entre las raíces del árbol, con las mejillas rosadas y las afelpadas orejas junto a las esponjosas colas a la vista. Estaba aturdido, pero aún se mantenía en una pose defensiva.

—¿Qué te pasa?

—¡¿Acaso quieres un bebé?! —protestó Bakugou, mostrando la soga entre sus manos como si lo fuera a azotar— ¡Eres demasiado descarado! ¿Quién te enseñó a provocar así?

—Tú.

Bakugou suelta un gemido frustrado al no encontrar mentiras en ése argumento. Se pellizca el puente de la nariz e intenta borrar aquel recuerdo de su mente. Sin embargo, Shōto impone más, presiona más y se acerca gateando hacia el zorro.

—¿Por favor?

Bakugou aprieta los dientes, tiene que decir que no y lo dice. Se niega, forcejea y empuja, muerde y finalmente suprime al manso dragón. Lo mima un poco, pero nada más. Hace todo lo posible para no tener coito ése día y lo cumple.

Sin embargo, los demás días no muestra tanta resistencia como ése. Y grande es su sorpresa cuando descubre, que después de un año, hay un bonito huevo brillante cómodamente acomodado entre las pieles de su madriguera y la escandalosa noticia de un dragón bicolor hurtando joyas y carbón entre las grandes ciudades vecinas.

Estantería de Drabble's |BKTD/ TDBKDonde viven las historias. Descúbrelo ahora