CAPÍTULO 18: EL PLAN

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La bardo contemplaba el ancho mar. Era un precioso atardecer. Siempre se le hizo hermoso contemplar la naturaleza, le inspiraba a escribir canciones que a nadie le interesaban pero le alegraban el corazón. Entre canción mala y canción mala que le pedía el rey, no había nada como despejarse al tocar algo hermoso, solo acústico que no necesitara letras para tocar los corazones. Ella se valía de los acordes para inspirar emoción. 

Tocaba mecánicamente, casi guiada por el instinto cuando llamaron a su puerta aquella tarde.

“Pase” dijo ella tranquilamente a quien fuera que estuviera tocando. Seguro era un mensajero preguntado cómo iba la nueva composición para el rey, “estoy vestida, para vuestro infortunio”.

La puerta de la recamara se abrió, mostrando la figura alta y larguirucha del portero, Arquímedes.

“Lady Eloísa, el rey pregunta cómo va la canción nueva”.

Ella suspiró, insatisfecha. Aquella nueva obra que le pidieron… no, que le exigieron en tiempo record le estaba dando dolores de cabeza. 

“Entienda, sir Arquímedes, que esta obra me hace parir sentimientos contrapuestos. ¿Cómo voy a escribir una horrible canción sobre el príncipe Augusto si fui su fiel amiga?”

El portero se sentó en la cama de Lady Eloísa y se quitó la cota de malla para descansar un poco. También se quitó los guantes y los zapatos. Ahora que su turno había terminado necesitaba retozar el espíritu.

“No sabía que fueses amiga del príncipe”.

“En realidad soy una conocida muy allegada”.

“¿Qué tan allegada? ¿Debo preocuparme?”

“En realidad era mi trabajo hacerle de payaso, o algo así”.

“No parece una trabajo muy comprometido”.

“Y cuidarlo, comer con él, escucharlo y darle abrazos y…” Eloísa se sentó en la cama junto a Arquímedes. “Temo que en algún punto entre tanta locura empecé a estimarlo. ¿Cómo escribir una canción sobre lo ridículo, colérico y mal hablado que es si le empiezo a tener estima, no se me ocurre nada”.

Arquímedes la tomó de las manos y se las besó. Luego las reafirmó alrededor del laúd y le dijo:

“Eres lady Eloisa de Ciprés. Naciste en Ciprés, aprendiste a usar el laúd en Ciprés para tener pan que comer. Habrías muerto en Ciprés de no ser porque decidiste viajar a esta tierra inhóspita a probar suerte. Tu vida depende de la música, tu existencia se sustenta gracias a ella y estuviste desperdiciada usando tus fuerzas en cantar canciones de cuna para ese desalmado del príncipe Augusto. Yo, que soy un hombre sin talento ni gracia, puedo ver en tus dedos mayor grandeza que cualquier otro compositor de pacotilla, porque tú vives por y para el arte, por eso caí prendado de ti y seré tuyo hasta el último suspiro, porque has tocado mi corazón con este laúd. Y es con este laúd que sé que vivirás otro día. Y si por cruel destino no fluye la canción que el rey desea escuchar, canta la tuya propia y huye conmigo. Salgamos de aquí. Los normales vendrán pronto y acabarán con este reino. Son más numerosos y tienen más que ganar. Tu y yo podríamos estar huyendo ahora. Pero no te forzaré, porque te amo y quiero estar donde tú estés. Y si decides quedarte, contigo moriré. Y si decides huir conmigo, a tu lado estaré hasta el día de mi muerte”.

“Qué hombre tan dulce y tonto eres” replicó Eloísa con una sonrisa “Yo que nada sé hacer aparte de sobrevivir y tocar, vine a dar con un hombre que nada sabe hacer más que subirme la moral. Estamos condenados a la destrucción. Bien pues, tocaré. Y si muero, tú lo has dicho, deberás morir conmigo. Y si vivo, tú deberás sobrevivir para mí. Y si me quedo sin nada, me darás el consuelo de saber que te tengo. Pues en tí, mundano hombre, depositaré mi amor”.

EL PRINCIPITO MALVADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora