CAPÍTULO 16: SOLO.

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Durante la noche empezó a caer una fuerte tormenta. El rey Aines despertó en su cama. Su sueño no fue tan placentero como planificó que sería, puesto que algo empezó a faltar de un momento para otro. Miró a su alrededor y no encontró la presencia del príncipe. 

Buscó bajo la cama, entre las cortinas y vagó por los pasillos, pensando que pudo volver a su habitación. No le participó que de ahora en más lo quería cerca para vigilarlo, eso es lo que Aines creía que hacía, cuando lo verdad era que se sentía terriblemente solo. Era un monarca solitario rodeado de lamebotas y gente con la que jamás  trataría sin pensar por delante en el peso de la corona sobre su cabeza. Y era en su hermano, pues, donde depositaba toda la energía social que no invertía en los demás. Sin embargo, quizás se le había pasado la mano pues, al no estar el principe en la habitación se dio cuenta que había desaparecido.

Un frío glacial le subió por la espalda, algo había pasado en aquel lugar. Un acto que iba contra natura. Un olor almizclado flotaba en el aire y el ambiente se sentía pesado. 

A lo lejos un rayo iluminó el jardín, y brevemente divisó al príncipe correr por el jardín, dirigido como una flecha a la puerta de salida. 

El rey lo vio claro como el agua. Lo estaba abandonando, otra vez; a él ¡El rey! ¿Cómo se atrevía? Y justo después de la reprimenda que le impuso. Después del castigo que pensó para él y después del cariño que intentó profesar para volver a sentar las bases de su hermandad. Lo estaban abandonando. Sin Augusto… Aines ya no tendría a nadie, estaría solo a la cabeza de un reino que no había pedido.

Solo…

Carrió lo más aprisa que pudo. Casi se rompe la cabeza contra los escalones de piedra en el camino. Salió del castillo en pijama y corrió descalzo, lastimando la planta de sus pies.

En lo que alcanzó la puerta ya era tarde. El portero estaba desmayado sobre el barro y su hermano se había perdido en la oscuridad de la noche.

“¡Guardias!” Llamó, encolerizado.

Una noche entera caminó el príncipe para atravesar las calles de la ciudad y todo el camino, hecho de costas y colinas que estaban entre el reino y el bosque. Cuando por fin llegó al linde de este, que estaba más cerca de lo que recordaba y se acaba de comer un caminito de tierra que podía jurar antes estaba ahí. Se dejó caer, pues el cansancio le impedía seguir caminando. No duró mucho para escuchar el sonido de un galope a lo lejos. Y se vio rodeado por más centauros que la última vez, como si lo estuviesen esperando.

“LLevenme con su líder” les dijo, sin fuerzas “Quiero esa espada”.

En la madrugada de ese día, la botellita que colgaba del cuello de Augusto Fer brilló de rojo con intensidad. Y aunque lo dijo de forma inexpresiva, todos podían ver que alguna parte, muy lejos, sentía una ira asesina.

EL PRINCIPITO MALVADODonde viven las historias. Descúbrelo ahora