🐺 CAPÍTULO 5 🐺

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El sonido que mis brazos producían al arrastrar las cadenas me despertó. La sangre que fluía por mis venas era puro fuego, caliente y abrazador, porque la ira me consumía. Rompería estas cadenas, destruiría a quien que osase meterse en mi camino. Unos pasos reclamaron mi atención y revelaron a mi Muse, aquel al que no deseaba ver en este instante.

—Hellas, estás despierta. Has dormido durante horas, ya comenzaba a preocuparme.

—No soy Hellas, para tu mala suerte —él me miró confundido ante mi respuesta, le dediqué una sonrisa falsa.

—Te encadené para evitar que te fueses y causes otro desastre. Me preocupa que puedas dañarte a ti misma, en uno de esos arranques de ira.

Sus palabras me provocaron náuseas. Consideraba estúpido e inútil, el hecho de que a la perra de Afrodita se le ocurriese que todos los seres sobrenaturales tuviésemos un Muse. ¿Vivir y morir por él? No buscaba nada de esto.

Escuché a Hellas en mi cabeza, me amonestaba por mi forma de pensar. Esa tonta creía en la pérdida de tiempo que era el amor.

«Nuestro Muse nos adora, solo quería lo mejor para nosotras»

«Si así fuera no nos encadenaría y nos mantendría en su sótano»

Estaba tan concentrada en el caos habitual de mi mente, que no noté su cercanía. Aster, extasiado con mi olor, rompió la poca distancia entre nuestros rostros para besarme. Apreté con fuerza mis labios, decidida a no seguirle el juego. Más luego, una idea maliciosa pasó por mi cabeza. Dejé que su lengua se mezclase con la mía, que luchara por llevar el control de la situación. Sus manos acariciaron mi espalda, bajaron hasta mis glúteos y mientras los apretaba me acercó todo lo posible a su cuerpo. Cuando comenzó a dejar besos en mi clavícula, me mordí el labio para retener un gemido. No demostraría que me gusta lo que hacía, era el momento de actuar.

Le empujé, lastimé su pie y las costillas con solo decir una palabra. Pude advertir en sus ojos dispares que estaba molesto. Un alfa no debía ser humillado, cosa que no me importaba porque no obedecía ninguna regla.

—Lo sospeché la primera vez que te vi en ese sueño, pero no estaba del todo seguro. Ahora que comprobé que tu poder reside en los ojos, no puedo quedarme de brazos cruzados.

A una orden suya, la mujer de cabellos rubios que me saludó en cuanto llegué al pueblo entró. Llevaba en las manos una máscara de plata con varios picos como si fuese una corona, tenía relieves de flores en ella. La máscara solo dejaba descubierta la punta de mi nariz y parte inferior de mi rostro, colgaban hilos perlados a cada lado.

La mujer se inclinó ante Aster y le entregó dicha máscara. Un escalofrío recorrió mi cuerpo, el sentimiento de traición llegaba de parte de Hellas. Quise gritar, llorar, más lo único que hice fue no mirar a mi Muse cuando la máscara se fundió con mis ojos. Ni siquiera intenté quitármela, reconocía que era material divino. Creada por una bruja sirvienta de dioses, la mujer que la trajo resultó ser una. Ella poseía no solo sus habilidades mágicas, sino que además podía crear con los materiales que Hefesto, dios del fuego y la forja, le proporcionaba.

Mantuve el silencio pese a Aster me pedía que hablase y me explicaba que era necesario.

¿Debería llorar en esta situación, aunque sea replicarle el odio que le profesaba? No, el mejor castigo era negarle mi atención. Le oí suspirar, como si cargase, con un gran peso sobre los hombros. Su olor se fue desvaneciendo, con eso sabía que se alejó de mí. En contra de lo que sentía Hellas solté una carcajada, teñida del dolor que sentía.

—Estás muerto para mí —sabía que Aster era capaz de escucharlo, tal cosa me causaba satisfacción.

Cuando la oscuridad de mis ojos tras la máscara y yo nos encontramos, fragmentos de recuerdos olvidados aparecieron. Vi una niña que se lamentaba porque lo perdió todo.

«Solo era cuestión de tiempo, Hellas, todas las personas cercanas te traicionan»

Con eso le ofrecí el control, al sumirme en un profundo sueño.

🐺🐺🐺

Las lágrimas resbalaban por mis mejillas y se mezclaban gotas de sangre, con la máscara puesta un acto tan simple como ese resultaba un martirio. Hélade se hallaba más enojada que nunca, clamaba venganza. Incluso en sueños traía esta maldita máscara conmigo, cosa que demostraba su poder.

Luché por arrancarla de mi rostro, pero solo me provoqué más daño. Escuché las risas de una niña que jugaba en compañía de otros. Seguí el sonido de tales voces, me detuve al reconocer una canción que calmaba mi atribulado corazón. Caí al suelo de rodillas, tuve varias punzadas de dolor y sollocé.

¿Cómo fui capaz olvidarla? Esa canción la cantaba mi madre, pero no recordaba su rostro y tampoco podía verlo.

Almas de sangre (Completa en Dreame/Sueñovela y Manobook) ✔️Donde viven las historias. Descúbrelo ahora