0. Epílogo

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En un par de meses se cumplirá un año desde que se fue.

Como siempre terminé el día invitando a los residentes del hotel a descansar tranquilos, pues yo estaba allí para protegerlos del mismo cielo si era necesario. Luego de esa cálida despedida me dirigí a la cocina mientras mi rostro se iba torciendo en una mueca de agobio. Allí estaban mi hija y sus amigos, charlando animadamente sobre yo que sé. Se callaron al verme. Siempre lo hacen. Al principio les pedía que no se preocuparan, que no sintieran lastima, que yo estaba bien. Pero después de tanto tiempo he perdido las ganas de sonreír.

Tome un poco de leche de almendras y la puse a calentar en el microondas. Ninguno de ellos se movía o decía algo, solo se quedaron mirándome. Salí de la cocina con mi vaso de leche tibia y me despedí, fue entonces que todos se apuraron a desearme buenas noches.

Normalmente Charlie me habría acompañado hasta su habitación, pero hoy exactamente se cumplen 10 meses, así que no lo hizo, y se lo agradezco.

Ahora estoy sentado en su silla, en la parte de su habitación que es un bosque. Siempre sonrío cuando siento la brisa del lugar golpear mi rostro. No sé con qué tipo de brujería puso esta zona al aire libre en una habitación, pero es el lugar en donde duermo desde que se fue.

Enciendo la radio mientras me quito los zapatos. Amo sentir el pasto en mis pies. Está sonando una canción de Jazz y no puedo evitar cerrar los ojos y pensar en él. En su sonrisa aterradora y en el sarcasmo elocuente de su voz. La canción termina y es reemplazada por otra de su mismo género, entonces mi imaginación me lleva a las tantas noches en las que bailamos esa canción. Recuerdo sus manos rodear mi cintura y sus labios besar mis manos.

El frío de su habitación se mezcla con el estremecimiento del alma y entonces caen las primeras lágrimas. No las seco, nunca lo hago, creo que si las dejo caer serán capaces de traerlo de vuelta.

Mientras las noticias empiezan, camino hasta su armario, de donde saco el único abrigo que dejó. Me lo pongo sin rechistar mientras el comentarista del clima termina. Aún huele a él, todo en esta habitación huele a él. Apago la luz y me meto entre sus cobijas, su aroma a pinos y té de jengibre me llegan hasta el alma, mientras tanto su voz empieza a sonar de fondo. Desde la radio aparece lo único que puedo obtener de él, lo único que necesito para llorar y dejar salir todo la tristeza que me ha invadido desde su partida. Lo único que extraño desde que no la volví a escuchar, su voz, su irritante, melodiosa e inolvidable voz.

Vals del Infierno || AppleRadioDonde viven las historias. Descúbrelo ahora