11. Caín | Sin remordimientos.

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Capítulo 11:

Sin remordimientos.

Tres meses atrás, distrito industrial de Asyl

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Tres meses atrás, distrito industrial de Asyl.

El placer es el único fin máximo de la vida, ¿qué otro punto tiene atravesarla? Alcanzar un punto de plenitud mediante lo que sea que te lleve placer: el arte, algún deporte, la recreación del pensamiento, incluso algo como la aburrida necesidad de Constantino de ser un mesías para los suyos.

No se me ocurría otra razón para vivir más de 500 años que no sea otra que satisfacer tus más delicados placeres.

En contra de toda mi doctrina de vida iba Esen, con ella no podía solo vencerme al placer y dejarme llevar por el deseo en sus profundos ojos café.

No podía tocarla sin estar seguro de que quien me correspondía era la chica que había probado en el laberinto o si su lealtad venía atada a un deber de la sangre.

El placer es diametral al dolor, es su ausencia absoluta, no cabía espacio en él para el remordimiento.

Claro que hay dolores más importantes que otros, y algunos que ni siquiera merecen mi atención.

Como el del tipo que acababa de tropezar fuera del bar Extimia.

Nos encontrabamos en la zona industrial de Asyl, el humo viciaba el aire sobre los edificios grises, moles de gigante dormidas bajo un vaho espectral que sumía a la ciudad en una continúa noche ceniza.

Nada de las luces febriles de Senylia, su encanto a veces circense.

Asyl era frigida, aburrida y fría, y estaba a punto de presenciar un excelente despliegue de habilidades, porque era la primera vez que dejaba a Esen salir a cazar.

Me mantuve en las sombras mientras veía al hombre tambalear por el callejón, luces amarillentas zumbaban mientras él maldecía al dueño del bar por echarlo.

Rodé los ojos, alcé la vista para notar a la cazadora moverse de un edificio a otro.

Todavía era torpe en sus desplazamientos, cualquier otro podría haber olido su rastro, pero no un tipo de doscientos años, jubilado en apariencia de cincuenta años, al que habían convertido y llenado de promesas, al que descartaron luego de su vida útil y ahora tambaleaba lejos de la vida humana que alguna vez fue suya, pero sin ser recibido por sus compañeros vampiros.

Amadeo Ferre fue un importante científico especializado en análisis celular y reconstrucción de ADN, luego el proyecto de los Karravarath fue desmantelado y lo jubilaron con una misera pensión, una que no usaba más que para hundirse en alcohol.

Los vampiros convertidos no lograban, en su mayoría, alcanzar la transformación con éxito, y aun si lo hacían su tiempo de vida estaba lejos de ser una eternidad, con más de doscientos años en su **haber Amadeo estaba desafiando la lógica.

Vástagos del rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora