36. Cavale | Desterrados.

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Capítulo 36:
Desterrados.

Raizel dormía de forma plácida, por lo que no quise despertarla, pasé al baño esperando que se despertara entonces, para cuando salí ella no hizo ademán de moverse

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Raizel dormía de forma plácida, por lo que no quise despertarla, pasé al baño esperando que se despertara entonces, para cuando salí ella no hizo ademán de moverse.

Me senté a su lado de la cama, contemplando la forma en que su expresión parecía casi relajada al dormir, alejé el pelo de su cuello, eso tampoco sirvió para despertarla.

Dudé bastante de sus instintos de supervivencia.

Hasta entonces algo llamó mi atención, dos puntos contra su piel olivácea.

¿Habían estado ahí ayer?

Pero alguien llamó a la puerta y decidí atender antes de que pudieran despertarla, cerré tras de mí al ver a uno de los matones de Nathaniel.

──El jefe quiere verte.

Anoche Nathaniel decidió que lo mejor sería que me mantuviera alejado de Raizel, así que en su lugar estuvimos jugando cartas, nos acercamos con un poco de whisky, cigarrillos y conmiseración

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Anoche Nathaniel decidió que lo mejor sería que me mantuviera alejado de Raizel, así que en su lugar estuvimos jugando cartas, nos acercamos con un poco de whisky, cigarrillos y conmiseración.

Cuando su guardaespaldas, que según él no es su guardaespaldas, me llevó con mi hermano estaba fuera del club, sujetando las riendas de su caballo.

Hundí las manos en los bolsillos de mi chaqueta, el aire que se filtraba en la montaña junto a la humedad que reinaba en todo el complejo eran una mala combinación para la salud de cualquiera.

Como sea, Nathaniel parecía combatirla muy bien vistiendo como un gángster victoriano una capa de cuero negra forrada de terciopelo violeta en el interior.

Detrás de su caballo venía una fila de carretas, de esas del tipo que solo había visto en cuadros y pinturas viejas.

Quizás algunas veces en la Cumbre Aciaga.

Nathaniel me recibió con un fingido saludo militar, luego volvió su atención al percherón de pelo café al que trataba con mucha más paciencia y cariño de la que quizás nunca le reservaría a ninguna persona.

──¿Día de trabajo?

Él se encogió de hombros.

──Me gusta hacer la patrulla por mi cuenta, respirar algo de aire.

Vástagos del rey.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora