1

40 7 0
                                    

Cualquiera que pasara por la calle Sant Robert 's pasadas las 21:00 de la noche, escucharía los gritos de la señora Wright.

Alguno se asustaría y pensaría lo peor, pero luego se acordaría de que la pobre mujer estaba de parto.

El señor y la señora Wright eran un matrimonio que apenas se conocían. El suyo había sido un matrimonio concertado. Lo cual en su momento era lo más usual. ¿Casarse por amor? ¡Qué locura! Ni siquiera habían hablado sobre sus gustos, o sobre sus sueños y aspiraciones. Nada.

Llevaban casados un año.-Aunque, llamarle casados al hecho de deambular por la casa sin compartir una mirada, ni una simple palabra... No es la mejor definición de casados.

Ella, Ofelia, nunca antes había estado enamorada. Nunca. Así que no sabía si sentirse aliviada o triste el día que sus padres le presentaron a quien sería su futuro marido, George Wright. Ella no pudo hacer más que asentir y bajar la mirada al suelo. Él, terriblemente incómodo, le cogió la muñeca y se la besó, por puro acto de cortesía.

No habían perdido el tiempo hablando o compartiendo conversaciones sobre el tiempo, fueron al grano. Necesitaban un heredero.

Nada más acabar la ceremonia de bodas, George llevó a Ofelia a la que sería su futura casa. La Casa de los Wright. Situada en la calle Sant Robert 's, número 21.

La casa era magnífica, pero Ofelia veía esa casa como quien mira un cementerio. Solamente un vacío. Estaba temblando,ni se podía mantener en pie. Tuvo que excusarse de George y retirarse al baño, para aguantarse las lágrimas que caían sobre su rostro. Incluso en ese estado, se paró a mirar el baño, que era, al igual que todo la casa, precioso.

Por supuesto que su madre le había contado sus deberes conyugales, y cómo debía hacerlo en el lecho. "Querida, sé que todo esto es nuevo, pero debes hacerlo, por el bien y el honor de tu familia" Pero, cómo iba a culparla? La pobre no podía aguantar el miedo que sentía. Finalmente, cogió aire y salió al pasillo. Allí estaba George, esperándola. Ofelia cogió sus maletas.

-Os esperaré arriba.-dijo Ofelia.Con el rostro colorado y temblando.

Subió las escaleras hasta arriba.-Su suegra le había mostrado la casa apenas unas semanas antes. Ya conocía algunas de las habitaciones. Abrió la puerta de su habitación y la que también era la de George. Nada más entrar, la recibía una gran cama con un bonito dosel rojo. La habitación era muy luminosa. Unas cortinas florales vestían las grandes ventanas. La habitación estaba empapelada en un color azul con detalles florales. Había un armario y una mesita de noche en ambos lados de la cama.

Suspiró, sacó la ropa de su maleta de cuero (era muy incómoda de llevar) y la guardó en el armario. Es irónico, verdad? Toda una vida en una simple maleta.

Se desvistió y se puso el camisón de seda corto. No le gustaba nada, pero su madre le había obligado a llevarlo. Se metió en la cama y esperó. Sabía lo que vendría ahora. Minutos más tarde, George entró a la habitación, se sentó en el borde de la cama y comenzó a desvestirse. Ofelia comenzaba a tener mucho calor, se atrevió a mirar a George un instante, y vio su silueta completa al desnudo. Su figura parecía tallada por un escultor. Se metió en la cama. Ofelia pensando que era su fin, comenzó a rezar en silencio. George se incorporó encima suyo.

-Lo siento.-dijo él. Su cabello marrón caía como una cascada y sus ojos verdes parecían atravesarle el alma a Ofelia.

Ella dejó de sentir

La primera vez no funcionó. Así que lo intentaron 2 veces más, que tampoco funcionaron. Ofelia se sentía miserable, si ni siquiera podía darle un hijo a su esposo, ¿qué clase de mujer era? ¿La seguiría manteniendo como esposa? No quería descubrirlo, así que lo intentaron una cuarta vez, y funcionó.

El embarazo de Ofelia fue muy duro para ella. Al contrario de otras mujeres embarazadas de su edad, ella perdía peso, se sentía todo el tiempo fatigada, vomitaba 3 veces al día, se mareaba al estar de pie y rostro parecía el de un fantasma y no el de una joven. Los médicos pensaron que no sobreviviría la parto, ni tampoco la criatura. Así que, George hizo todo lo que pudo por ella y por su hijo.

Según Ofelia afirmaría años más tarde, nunca olvidaría el día que nació su bebé. El 23 de abril de 1883. A las 19:30 habían comenzado las contracciones. Ofelia creía que se estaba muriendo. El médico y la joven enfermera llegaron lo más rápido posible. Colocaron a Ofelia en su habitación y las contracciones no dejaron de ser más fuertes y dolorosas para Ofelia. Hizo lo que el médico le pedía, respiraba e intentaba empujar lo más fuerte que podía. Pero, no había manera. Ofelia no paraba de llorar. La habitación era un completo caos, llena de gritos y llantos. Ofelia empujó, empujó y empujó con todas sus fuerzas. No podía más. Dejó caer la cabeza en la almohada para descansar.

La habitación se inundó de un silencio sepulcral.

De repente, un sonido estridente lo rompió. Era una especie de grito, no, era un llanto. Un llanto de un bebé. Su bebé.

Ofelia levantó la cabeza de inmediato, allí lo vio. La enfermera lo estaba cogiendo. Era una cosita tan pequeña. La enfermera se lo acercó para que lo cogiera. Era un niño. Su niño. Tenía unos grandes ojos azules y pelusilla de pelo en la cabeza. Ofelia no pudo hacer otra cosa que sonreír.

George entró en la habitación. Se acercó a una prudente distancia de Ofelia. Ni siquiera cogió al niño. Solo lo miró.

Felicidades, parece ser un niño sano. ¿Cómo lo van a llamar?-preguntó el médico.

Ofelia miró a George. No lo habían hablado aún.

Me gustaría llamarle Oscar.-dijo Ofelia.-Como el escritor.


George no hizo ningún gesto que afirmara lo contrario.

" Oscar, pensó Ofelia.-Es un bonito nombre"

Hecho de páginasWhere stories live. Discover now