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Estaba en la sede de Mercedes, sumido en mis pensamientos y preocupado por el futuro, cuando Toto Wolff se me acercó. Parecía percibir mi tensión, y con su habitual aire tranquilo, se sentó a mi lado.

—Enzo, he notado que estás muy estresado últimamente. Necesitas un descanso, algo de tiempo para despejarte —dijo, con esa voz que siempre lograba tranquilizarme.

—Sí, puede ser... pero no sé si es el mejor momento para alejarme. Hay muchas cosas en juego —respondí, tratando de no mostrar lo cansado que realmente estaba.

Toto sonrió levemente y negó con la cabeza.

—Precisamente por eso necesitas un descanso. No puedes rendir al máximo si estás agotado. Susie y yo hemos estado hablando, y pensamos que sería una buena idea que vinieras con nosotros a Mónaco por una semana. Nos tomamos unos días libres, y tú podrías relajarte y recargar energías.

Dudé un momento. La idea de alejarme del trabajo me ponía nervioso, pero también sabía que Toto tenía razón. Necesitaba despejarme.

—No estoy seguro, Toto. ¿Y si surge algo importante? —pregunté, buscando excusas.

—Nos encargaremos de todo aquí. Confía en mí, Enzo. Necesitas este tiempo. Además, Jack estará encantado de tenerte con nosotros. ¿Qué dices? —insistió Toto, mirándome con una mezcla de preocupación y determinación.

Finalmente, cedí. Sabía que Toto solo quería lo mejor para mí, y quizás un cambio de aires era justo lo que necesitaba.

—Está bien, Toto. Iré con ustedes a Mónaco —acepté, sintiendo una mezcla de alivio y ansiedad.

Al llegar a Mónaco, me recibió la calidez de la familia Wolff. Susie, Jack y Benedict estaban allí, y la alegría y el ambiente familiar eran palpables. Pasamos los primeros días explorando Mónaco, paseando por las calles y disfrutando de la brisa marina. Fue un cambio agradable respecto al estrés constante de los circuitos y las carreras.

Una tarde, después de un largo día de actividades, cenamos juntos en la terraza. La comida fue deliciosa, y las risas y las conversaciones fluían fácilmente. Al terminar, decidí ayudar con los platos mientras Toto y Jack se dirigían al jardín para jugar un rato.

—Susie, déjame ayudarte con los platos —dije, levantándome de la mesa.

—Gracias, Enzo. Eso sería genial —respondió ella con una sonrisa.

Llevamos los platos a la cocina y comenzamos a lavarlos en silencio. La sensación de incomodidad seguía allí, pesando en mi mente. Susie debió notarlo porque me miró con curiosidad.

—¿Todo bien, Enzo? Pareces un poco distante —dijo, rompiendo el silencio.

Tomé aire y decidí ser honesto nuevamente.

—Sí, es solo que... —dudé un momento—. Es que verlos a todos juntos, tan felices y unidos... me hace sentir un poco extraño.

Susie dejó el plato que estaba lavando y se volvió hacia mí con una expresión comprensiva.

—¿Te refieres a nuestra familia? —preguntó.

—Sí. No es que no esté agradecido, de verdad. Solo que, no puedo evitar sentirme como un intruso. Ustedes son una familia tan unida y feliz, y yo... bueno, yo no tengo eso. Mis abuelos siempre estuvieron ahí para mí, pero nunca fue lo mismo —expliqué, sintiendo cómo la emoción se apoderaba de mí.

Susie asintió, comprendiendo.

—Enzo, es completamente normal sentir eso. Pero quiero que sepas que eres parte de nuestra familia también. Toto te ve como a un hijo, y nosotros estamos felices de tenerte aquí. No eres un intruso, eres bienvenido —dijo con una sonrisa reconfortante.

✨Enzo ✨Donde viven las historias. Descúbrelo ahora