5- ¿ERES TED BUNDY?

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MAYO

A inicios de año, nuestro equipo pasó las eliminatorias para un campeonato femenino-juvenil a nivel nacional. Sería nuestra primera competencia seria desde que nos conformamos, hacía cuatro años, y estábamos tan emocionadas por siquiera participar que a veces se nos olvidaba que, en caso tal de que ganáramos, seríamos el primer equipo del club en ganar un nacional.

El viernes de la tercera semana de mayo fue nuestro último entrenamiento antes del primer partido. Ese día llovió tanto que, llegada la salida, mi cabello estaba tan esponjado por la humedad y la lluvia que trenzarlo no sirvió. Parecía una loca, y tener que andar despeinada me ponía de un humor de perros. Además, cuando terminamos de entrenar, todas olíamos a una espantosa combinación de sudor, agua lluvia, tierra y bloqueador solar. La entrenadora ni siquiera nos dejó irnos temprano porque tenía que reiterar las reglas del día siguiente.

―Las quiero a todas en la marquesina mañana, a las siete y media, o nos vamos sin ustedes ―advirtió; era bajita, a tal punto que Camila la pasaba, pero tenía un rostro tan serio y una voz tan estridente que yo me encogía diez centímetros cada vez que ella hablaba―. Lleven ropa extra y dinero extra, porque almorzaremos por allá. Cinco dólares para el bus.

Yo tenía el dinero para el bus contado, pero no tenía idea de que pasaríamos a comer después del partido. Igualmente, cuando llegué a casa, sana y salva de la lluvia por papá, estaba tan confiada de que me alcanzaba el dinero que probablemente era pura delusión.

Conté el dinero que me quedaba: ocho humildes dólares. No estaba nada mal, pero temía tener que sobrevivir hasta las cuatro de la tarde con hambre, pues nos quedaríamos para ver los demás partidos. Como mínimo, estábamos llegando a casa a eso de las cinco de la tarde.

Sopesé mis opciones, pero después de descartar a Yael, Camila, Santiago y Saúl, me di cuenta de que los únicos que me quedaban eran mis padres, así que yo concluí muy tranquilamente que pasaría hambre al día siguiente.

Cuando estábamos cenando, papá me preguntó por el partido mañana. Yo evité mencionar el dinero, pero mamá se encargó de eso.

―Ese club tuyo sí cobra ―se quejó, arrugando la nariz con ganas―. No entiendo por qué sigues en esa vaina, si ni siquiera has bajado de peso en cuatro años de andar corrinchando.

Yo me mordí la lengua. A mi lado, Saúl alzó la vista.

―Tendrás que ver cómo vas consiguiendo tu propio dinero, porque nosotros no te vamos a mantener por siempre ―continuó.

―Llevo cuatro años viviendo con ustedes ―dije, como para recordarle, y me arrepentí de inmediato. Mamá soltó una risa amarga, que me recordaba a un ladrido.

―¿Y qué? Llevamos cuatro años pagándote todo, porque esa hermanita tuya no ha vuelto más. Te salvaste que te paga los útiles escolares, porque yo no hubiera gastado un centavo en esa awebasón.

―A mí me pagaste todo ―intervino Saúl. Yo lo pateé bajo la mesa para que se callara.

―Es distinto. A ti sí te crié yo.

―No es justo ―continuó él, pateándome de vuelta para que lo dejara en paz―. Helena no pidió que se la llevara Ma... ―Vio el filo en los ojos de mi madre y calló antes de poder decir el nombre de mi hermana. Bajó la mirada hacia su comida, y mi madre hizo como si él no hubiera dicho nada.

Me escocían los ojos de la rabia, pero no dije nada. Mamá volvió a mí.

―Tendrás que ir ganando tu propia plata, si quieres seguir en ese club. Te metimos porque la doctora lo recomendó, pero me estoy cansando. ¿No puedes ahorrar lo que te sobra del almuerzo?

El arte de pasarse notas en claseDonde viven las historias. Descúbrelo ahora