MAYO
Alejandro me escribió la misma noche que llegué a casa para ponerse de acuerdo conmigo. Quedamos en que iríamos a un café cerca del club para que yo le explicara, el mismo día que había quedado con Yael para ir a su casa.
Otro motivo por el que el tema de Alejandro me hacía sentir tremendamente incómoda, no por él, sino por mi hermano y mis padres. Opté por no contarle nada a mis papás, como solía hacer, y solo les dije que iría a casa de Yael después de clases. En cambio, preferí decirle a mi hermano, solo para que, si pasaba algo, él supiera dónde y con quién estaba realmente.
Ese día no había entrenamiento. Eran finales de mayo y continuaba lloviendo, a pesar de que, según los noticieros, estuviéramos en época de sequía. Aproveché cuando estaba caminando con Saúl hacia el colegio para contarle.
―Ahora después del colegio te tendrás que ir tú solo.
―¿Por?
―Porque tengo que quedarme a darle tutoría a un compañero ―dije simplemente, esperando que a él no le pareciera la gran cosa.
Pero él alzó las cejas y cerró los ojos, como para oír mejor, y yo maldije internamente al ver la sonrisilla idiota que tenía en el rostro. Sambito de mierda.
―¿Perdón?
―Ya me oíste ―dije yo.
Él asintió, entendiendo que mi tono de voz significaba advertencia. Miró al cielo con semblante inocente, y no dijo nada por unos minutos, pero yo sabía que se moría por respuestas.
―Y este compañero, ¿quién es?
―Se llama Alejandro.
―Ah, ya ―se rio él―. ¿Y por qué van a salir?
―Le voy a explicar biología.
―Ah, ya ―repitió. Me clavé las uñas en la palma de la mano, desesperada―. Quién lo diría.
Yo inhalé y exhalé.
―Quién diría, ¿qué?
―Nada, nada ―dijo Saúl, intentando tapar esa sonrisita pícara con su mano―. Es que no esperaba esto de ti, Helena. Yo pensaba que te ibas a ir con Yael, y resulta que te vas con un muchacho, sin que mamá y papá sepan...
―Ayala verga, Saúl. Se está quedando en biología. Lo voy a ayudar. Es una tutoría. Me va a pagar.
―¿Y qué tema es? ¿La reproducción?
―Qué chucha te importa.
Aceleré el paso e ignoré sus demás preguntas.
Al llegar a mi salón me desplomé al lado de Santiago, escondiendo mi cabeza entre mis brazos. Las conversaciones sobre Alejandro eran agotadoras, fueran con quien fuese. De inmediato me ponía alerta, como si estuvieran a punto de atacarme o leer algo en mi rostro que desmintiera o afirmara todo lo que más temía.
A qué le temía exactamente, no tenía idea. Pero había algo sobre la situación que me aterraba.
―¿Qué te pasó ahora? ―me preguntó Santiago, sentado a mi lado.
―Vainas de mujeres ―dije, intentando que me ignorara.
―Crecí con puras mujeres. He salido a comprar kotex desde que tengo como cinco años. No me impo'tan las vainas de mujeres.
―Son cosas más... emocionales.
―Eso también lo manejo, queri, ¿quién crees que soy?
Me hundí más en mi nidito, intentando desaparecer, pero tristemente, cuando levanté la cabeza, él seguía ahí. Se enderezó, cruzó las piernas con delicadeza, se acomodó los lentes e intentó darme su mejor (pésima) imitación de psicóloga, supongo que para hacerme reír, pero no le funcionó. Solo suspiré.
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El arte de pasarse notas en clase
RomanceCuarto año de secundaria. Las cosas se complican para Yael cuando un chico comienza a coquetearle a su mejor amiga Helena, y teme perderla ante las garras de un primer romance adolescente. Helena está decidida a ignorar la situación hasta que esta d...