«A veces nos topamos con la persona correcta en el momento equivocado.»
Pues si eran eso, Gala y Kevin habían tenido muchos. Tantos, que cualquier persona cuerda habría terminado por tirar la toalla.
«Pero cuando se trata de sentimientos, la sensat...
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La hora restante en la que Gala había compartido espacio, en su minúsculo salón, con Kevin Geller le había parecido una eternidad. Tras las duras palabras que le había dedicado, el rubio se había sumido en el más profundo silencio; solamente hablaba para comentar algún punto importante del trabajo o para practicar su discurso en voz alta. Pero no había vuelto a mirarla a los ojos. Parecía dolido, esquivo y un tanto triste; Gala se había sentido hasta un poco culpable. Pero luego, había recordado que él se lo había buscado. Aunque no le pareciera razón suficiente para disipar la culpa.
A las siete, en punto, la alarma de su reloj le avisó de que su pequeña reunión estudiantil debía terminar. Kevin, que parecía tener las mismas ganas de ella de ponerle fin a aquello, empezó a recoger en silencio.
Gala ya iba vestida para el trabajo, por lo que simplemente debía volver a retocarse el pintalabios, peinarse un poco y a echarse perfume.
Acompañó a Kevin hasta debajo de casa y se despidieron con rapidez.
—Que vaya bien el trabajo —le deseó el joven. Sin esperar respuesta, le dio la espalda y empezó a andar calle abajo.
Quizás fueran sus remordimientos, que en el fondo no creyera que fuera mala persona, más allá de los problemas que pudiera tener con su novia, o la innegable atracción que sentía hacia él, pero Gala le gritó:
—¡Geller! —No se sentía cómoda usando su nombre. Era demasiado personal; todos lo llamaban por su apellido.
Kevin giró la cabeza y, sorprendido, esperó a que ella acortase la distancia entre ambos.
Al llegar frente a él, Gala sacó su teléfono móvil y se lo extendió.
—Marca tu número y llama —le indicó con la voz tensa. Ni siquiera sabía qué estaba haciendo—. Será solo para emergencias. Pero creo que deberíamos intercambiar números por si acaso.
Kevin parpadeó varias veces incrédulo. Tan pronto como asimiló la noticia, una pequeña sonrisa apareció en sus labios; aunque trató de esconderla, ella la divisó.
Habiendo hecho exactamente lo que Gala le había dictado, le entregó de regreso su teléfono.
—Hasta el lunes —se despidió con brillo en los ojos.
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