Reino de los Sangre Mágica, Bosque de los amantes perdidos.
Durante los primeros cinco días, desde su llegada, Ahmok no se preocupó de no poder encontrar el libro de Kororia entre los pinos que adornaban el bosque. En realidad, había una pequeña parte de él que se desesperaba ante tan desalentador resultado, pero prefería no pensar tanto en ello, ya que tenía otras preocupaciones.
No lograba concentrarse en esa labor como le hubiese gustado, pues se cansaba en las horas que duraba el alba y caía rendido ante la frialdad de aquel llanto blanquecino.
Todavía era incapaz de conciliar el sueño en el instante que la noche estaba sobre sus rostros, acompañado por el manto de estrellas que, en ocasiones, solían verse correr en busca de calor en otro mundo —estrellas fugaces—. No tenía nada que ver con los sonidos producidos por los rora, o los rugidos del oso.
No, siempre fue otra cosa. Empero, no hallaba el valor para pedirle a su Lekva que le permitiera tener una luma a su disposición.
Después de todo, Ahmok era consciente de que K'itam evitaba a toda costa tener alguna interacción con él, además de que procuraba usar la máscara en cada ocasión que fuese necesaria.
Entonces, pensaba que el de cabellos albos, lo ignoraría si le preguntaba si le dejaría contar con una luma, tal cual solía hacerlo de manera habitual cada vez que intentaba conversar con él.
En un principio, Ahmok supuso que quizás esconder aquel hermoso rostro se derivaba de un juramento que se había hecho al convertirse en el Vigilante de los albinos, inservibles, según su visión. Al fin y al cabo, en Lithem, a los Protectores les pedían que portaran con orgullo osques, una especie de armadura durante el tiempo que les tomaba pasar la prueba.
No obstante, luego se enteró de que nada más K'itam no quería que él observara su fragilidad; es decir, notara el escudo roto con el que cargaba.
Todavía recordaba cómo fue que se percató de ello.
En un cenit, en el que su Lekva lo obligaba a seguirlo de cerca con la intención de cazar aves o ciervos y tuvieran algo que comer, solo para que se hiciera cargo de Iraia o Kahu y él pudiera emplear el arco de hielo sin preocuparse de los amantes: supo la verdad.
Para esas alturas, Ahmok admitía que le comenzaba a resultar fascinante admirar el modo sigiloso del albino a la hora de moverse por la nieve. Le parecía particularmente hermoso cómo ese cabello blanco se agitaba ante los soplos gélidos del viento o la forma en que se camuflaba entre los sollozos de Naia o la manera que tensaba de forma agraciada y ágil la flecha.
Como fuera, sus mejillas caobas adquirían un sutil tono carmesí. Aunque, también era cierto que detestaba tener que vigilar a la pareja. Todavía no le decía que le parecía repugnante atisbar esos caparazones vacíos, puesto que consideraba que si lo hacía, arruinaría la poca cercanía que tenía con él y anhelaba seguir estando a su lado.
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Corazón congelado | ONC 2024 |
RomanceEn el Reino de los Sangre Mágica, donde la nieve alberga dos corazones congelados, Ahmok descubre una maldición, una que ha condenado a dos amantes. Para liberar a esa pareja y poder estar con el hombre de quién se enamoró, emprende la misión de reu...