tengo que poder disimular verte con otro y no tratarte peor

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Julián

No cambió mucho nuestra forma de practicar las canciones, excepto que ahora lo hacemos a por lo menos un metro y medio de distancia. Terminamos un par de canciones desde "el beso" y, aunque la primera noche estuvimos los dos un poco incómodos, ahora parece que hemos vuelto a lo de siempre. No hablamos del beso ni de Valentina, y tampoco hablamos sobre por qué él ahora toca en el suelo mientras yo escribo solo en la cama. No hay motivos para comentarlo, porque ambos somos muy conscientes de ese cambio.

El hecho de que los dos hayamos admitido que nos sentimos mutuamente atraídos no parece haber terminado con esa atracción como deseábamos. Para mí, es como si hubiera un elefante en la habitación. Cuando estoy con él, tengo la sensación de que ocupa tanto espacio que me aplasta contra la pared y me obliga a expulsar hasta el último aliento. No paro de repetirme que las cosas van a mejorar, pero ya pasaron casi dos semanas desde el beso y, la verdad, no se me está haciendo más fácil.

Por suerte, tengo dos entrevistas de trabajo la semana que viene, y si me contratan, al menos voy a pasar más tiempo fuera de casa. Tomás y Florencia trabajan y estudian, así que no están mucho tiempo en el departamento. Enzo, en cambio, trabaja desde casa, así que nunca se me va de la cabeza que los dos estamos solos en el mismo lugar la mayor parte del día.

Aun así, de todos los momentos del día, el que más odio es el momento en el que Enzo está en la ducha. Y eso significa que odio este preciso instante, porque ahí es donde está ahora. Odio el camino que toman mis pensamientos cuando sé que está justo al otro lado de la pared, completamente desnudo.

Lo escucho cerrar la canilla y abrir la cortina de la ducha y cierro los ojos con fuerza, tratando de no imaginármelo. Probablemente, sería un buen momento para poner un poco de música que me impida oír mis propios pensamientos.

En cuanto se cierra la puerta del baño que da a su dormitorio, alguien toca a la puerta de la calle. Me levanto con alegría de la cama y me dirijo al living para dejar de pensar en que, ahora mismo, Enzo va a estar en su habitación vistiéndose.

Ni siquiera me molesto en observar por la mirilla antes de abrir, lo cual es un descuido inaceptable por mi parte. Abro la puerta sin más y me encuentro a Agustín con una expresión avergonzada. Me observa, con una mirada arrepentida e inquieta. Se me cae el alma a los pies sólo de verlo. Pasaron varias semanas desde la última vez que lo vi y estaba empezando a olvidarme de su aspecto.

El pelo, claro, le creció considerablemente desde entonces, y eso me recuerda que siempre era yo quien le pedía turno en el barbero. Que ni siquiera se haya tomado la molestia de hacerlo por sí mismo lo convierte, a mis ojos, en alguien aún más patético.

—¿Querés que le dé a Lucas el teléfono de tu barbero? Tenés el pelo hecho un desastre.

Al escuchar el nombre de Lucas, hace una mueca de dolor. A lo mejor es el hecho de que no me haya tirado directamente en sus brazos lo que provocó esa mirada apenada.

—Vos te ves muy bien —dice, y remata el comentario con una sonrisa.

—Es que estoy muy bien —contesto, aunque no sé si le estoy mintiendo o no.

Se pasa una mano por la mandíbula y empieza a darse vuelta, como si se arrepintiese de haber venido.

¿Por qué está acá? ¿Cómo sabe dónde vivo?

—¿Cómo supiste a dónde estaba? —pregunto ladeando la cabeza en un gesto de curiosidad.

Durante una fracción de segundo, lo veo mirar al otro lado del patio, hacia el departamento de Lucas. Es obvio que no quiere que me dé cuenta de lo que está pensando, porque eso sólo serviría para arrojar luz sobre el hecho de que sigue visitando regularmente a Lucas.

tal vez mañana | julián x enzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora