antes del final quiero intoxicarme en vos

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Julián

Quieto, corazón. Quieto, por favor.

No quiero que esté acá, adelante de mí. No quiero que me mire con esa expresión que refleja mis propios sentimientos. No quiero que sufra como lo estoy haciendo yo. No quiero que me extrañe como lo voy a extrañar yo. No quiero que se enamore de mí como yo me enamoré de él.

Quiero que ahora mismo esté junto a Valentina. Quiero que ahora mismo quiera estar con Valentina, porque todo sería mucho más fácil si supiéramos que nuestros sentimientos no son un reflejo de los sentimientos del otro, sino más bien un espejo unidireccional. Si todo esto no fuera tan duro para él, a mí me resultaría más sencillo olvidarlo, aceptar su elección. Pero saber que nuestra despedida le duele a él tanto como a mí, hace que mi sufrimiento sea aún mayor.

Me está matando, porque nada ni nadie va a encajar en mi vida tanto como sé que él podría hacerlo. Me siento como si estuviera renunciando voluntariamente a mi única oportunidad de vivir una vida excepcional y conformándome, a cambio, con una versión mediocre sin Enzo. Las palabras de mi papá me resuenan en la mente y empiezo a preguntarme si, al fin y al cabo, no tendrá razón.

"Una vida mediocre es una vida desperdiciada".

Nuestras miradas continúan enlazadas en silencio durante varios segundos más, hasta que los dos las desviamos y nos permitimos asimilar hasta el último detalle del otro.

Me recorre el rostro lentamente con la mirada, como si estuviera tratando de grabarme en su memoria. Y ése es el último lugar en el que quiero estar.

Daría lo que fuera por ser parte de su presente para siempre.

Apoyo la cabeza en la puerta todavía abierta de mi dormitorio y contemplo sus manos, que siguen aferradas al marco. Esas mismas manos que ya no van a volver a tocar la guitarra en mi presencia. Esas mismas manos que nunca van a volver a tomar las mías. Esas mismas manos que jamás me van a tocar ni abrazar de nuevo para escucharme cantar.

Esas mismas manos que de repente me buscan, que me rodean, que se aferran a mi espalda en un abrazo tan estrecho que no creo que pudiera soltarme ni aunque quisiera. Pero es que no quiero. Al contrario, le devuelvo el gesto. Lo abrazo con la misma desesperación. Encuentro consuelo en su pecho mientras él me apoya la mejilla en lo alto de la cabeza. Intento que mi respiración siga el ritmo de cada una de las bocanadas de aire, irregulares y descontroladas, que pasan por sus pulmones. Pero yo respiro de forma mucho más entrecortada, porque se me están escapando las lágrimas.

La tristeza me consume y ni siquiera intento reprimirla mientras libero unas enormes lágrimas de dolor. Lloro la muerte de algo que nunca ha tenido la oportunidad de vivir.

La muerte de un nosotros.

Permanecemos abrazados varios minutos. Tantos que intento no contarlos por miedo a darme cuenta de que llevamos acá de pie demasiado tiempo para que pueda considerarse un abrazo apropiado. Al parecer él también se da cuenta, porque me sube las manos por la espalda hasta llegar a los hombros y se separa un poco. Aparto la cara de su camiseta y me seco los ojos antes de mirarlo.

Cuando nuestras miradas vuelven a encontrarse, él retira las manos que todavía tiene apoyadas en mis hombros y las coloca tímidamente a ambos lados de mi cara. Me mira a los ojos durante varios segundos, y su manera de estudiarme me gusta tanto que hace que me odie a mí mismo.

Me encanta cómo me mira, como si yo fuera lo único que importa ahora mismo. La única persona a la que ve. Él es la única persona a la que veo. Me viene de nuevo a la mente una parte de la letra que escribió:

"Me hace pensar que quiero ser el único hombre al que desees mirar".

Baja la mirada hacia mis labios y vuelve a subirla hacia los ojos, como si no fuera capaz de decidir si quiere besarme, mirarme o hablarme.

tal vez mañana | julián x enzoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora