LARGO VERANO DEL 93

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Normalmente el guion de mi vida una vez acabado el curso escolar consistía en subirme al coche con mis hermanos pequeños y ser trasportados en él por mis padres hacia el pueblo. Allí quedábamos al cuidado de nuestros abuelos y tíos hasta que nuestros padres tomaban vacaciones en agosto, momento en que o bien hacíamos alguna escapada o bien quedábamos en el pueblo con ellos hasta el treinta y uno de agosto. Ese día despedíamos a nuestros padres hasta el fin de semana anterior al inicio del curso, cuando de nuevo se pasaban a recogernos y llevarnos a Madrid. Parecía que había algún extraño interés por apartarnos de la capital el mayor tiempo posible para evitar las malas compañías, la polución atmosférica, o quién sabe si para librarse de nosotros y de nuestra molesta presencia.

Ese año, sin embargo, no hicimos tal cosa. Mi padre no se encontraba muy bien, estaba enfermo de no sé qué y no se sentía con fuerzas para hacerse cientos de kilómetros entre la ida y la vuelta, así que desde el veinte de junio hasta probablemente el treinta de septiembre, tenía más de tres meses para hacer lo que yo quisiese en mi propia ciudad, que aunque, como todos sabemos sin qué nos lo recuerde la cancioncilla, no tiene playa, sí tiene muchas otras alternativas para pasárselo bien. O para meterse en problemas.

Circunstancias de la vida, mis tres amigos de El Grupo estaban igual que yo. Condenados a pasar un tórrido verano en Madrid sin poder ir a ningún sitio, pero a diferencia de mí, no como hecho puntual sino como la tónica general de sus veranos y sus vidas. Bibi, que era el típico chico de barrio, al menos tenía su pueblo, el pueblo manchego de sus abuelos destripaterrones, pero los otros dos, Pulga y Pepe el Rubio no tenían ni eso. Pulga era de ascendencia latinoamericana, así que de arraigo en España nada de nada y Pepe era gato, gato, por lo que tampoco tenía pueblo. Ese año nos quedamos los cuatro en Madrid la inmensa mayoría del verano, por lo que nos citábamos todas las tardes para pasar el rato en un parque cercano al que había sido hasta entonces nuestro colegio.

Que hicimos en todo este tiempo. Muchas cosas y en realidad nada más que soñar despiertos. Bibi y yo, alentados por el Pulga que ya era un converso avanzado, decidimos solemnemente hacernos rappers. Ya desde hacía un par de años nos gustaba ese rollo, por la música, la ropa, el estilo, la filosofía que había detrás de la cultura Hip Hop... en fin, vamos que porque estaba de moda. Después de los últimos acontecimientos del viaje de fin de curso, consideramos dar el paso y hacernos miembros de pleno derecho de esta tribu urbana, para así poder vacilar mejor. No se nos ocurrió nada más inteligente ni menos estéril que eso para pasar nuestro tiempo.

El primer paso para ser un rapper de verdad, según el Pulga, que era nuestra principal y única referencia en la materia, era escuchar música rapera de calidad y no las mierdas comerciales que habíamos estado escuchando. Así, nuestro amigo nos grabó varios cassettes con álbumes de artistas que según él eran legítimos. Public Enemy, Snoop Doggy Dogg y algunos otros grupos de la época, que nos llevamos a casa para estudiarlos y aprendernos todas las canciones. Una vez que se dominaba la música, el siguiente paso era la ropa. Zapatillas deportivas de bota y negras o de colores chillones, pantalones vaqueros o chándal muy anchos y camisetas, sudaderas o chaquetas de equipos deportivos norteamericanos o de marcas deportivas reconocidas, como Nike o Adidas, eran el uniforme de esta tribu. Gorrita de béisbol o gorro de lana también de equipos deportivos yankis si se quería fardar mucho. Todo importado, todo de marca, todo carísimo en la España de la panceta y los garbanzos en la que estábamos. Para ser un movimiento surgido de barrios marginales, mucho les gustaban a los raperos estos las marcas y la moda carera, pero que se le iba a hacer.

El tercer palo eran los amigos. Para ser rapper había que conocer a muchos rappers. En eso Pulga nos llevaba ventaja, al vivir en una zona con más densidad de kinkis y barriobajeros, muchos de los cuales ya habían abrazado el raperismo. Por lo pronto, Bibi y yo nos teníamos el uno al otro como amigo rapper y ambos al Pulga. A Pepe el Rubio todavía le estábamos convenciendo, aunque no parecía mucho por la labor de raperizarse.

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