RONALDINHA

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El sábado siguiente al concierto, después de un viernes alcohólico clásico y por primera vez en todo el curso, consideré muy seriamente quedarme en casa. Estaba cansado y además estaba echando una partida inusualmente interesante a un videojuego de estrategia que me tenía enganchado por entonces, el Civilization II. Esa noche me apetecía tranquidad, jugar un rato al ordenador y luego a dormir, en lugar de dar vueltas por Malasaña sin ningún plan concreto. Si hubiese hecho frío o mal tiempo, probablemente me habría quedado en casa, pero como era primavera y hacía bueno, y tenía diecisiete años, y amigos, decidí darme una vuelta por Malasaña para ver con quien me encontraba.

Tras un rato buscando conocidos, encontré a unos cuantos colgaos en la plaza Dos de Mayo. No eran muchos y tampoco parecía que tuviesen demasiado plan para esa noche. Acabé sentado en unos columpios que había en la plaza, con el Pedro balanceándose en el otro columpio. En un momento se quedó muy serio y se giró hacia mí como si me fuese a decir algo importante.

―Oye tío, ¿tú has follado?

― ¿Yo? hoy no. ―Pedro se rio. La gracieta me sirvió para pensar un poco la mentira que iba a decir.

―No, ¿qué si ya te has follado a alguna?

―Sí claro. A una en Inglaterra. Kelly se llamaba. ―No es que me gustase mucho mentir, pero ni de coña iba a admitir que era virgen todavía con diecisiete años. La vida tendría maneras muy ingeniosas de humillar a un taekwondista ex rapero adolescente skinhead malasañero, pero yo no la iba a ayudar auto humillándome yo también.

―Jo tío, yo todavía no.

―No te agobies, ya llegará el día.

Seguimos un rato más Pedro y yo charlando mientras le dábamos a una litrona y nos fumábamos un cigarrillo, antes de reunirnos con los demás. Poco más parecía que iba a ofrecer la noche, por lo que estuve a punto de pirarme varias veces. Al final, casi por inercia, nos fuimos a los chinos y empezamos un insulso botelloncete de Kalitrocho mientras el Davo y el Pedro se sacaban alguna chinilla para hacer un porrete. Un par de veces nos tuvimos que cambiar de sitio porque a unos niños marroquíes les dio por empezar a insultarnos y tirarnos piedras, no supimos muy bien por qué. Acabamos instalándonos, los pocos chavales que éramos en unos bancos al final de la plaza, ya cerca de "Street of love" nombre con el que llamábamos nosotros informalmente a la discreta calle Monteleón, donde muchas parejas malasañeras buscaban intimidad para hacer sus cochinadas.

Con el alcohol y el ambiente primaveral nos fuimos animando un poco. Como hacía bueno, había bastante gente por la calle, yendo y viniendo, y de entre esta gente el Floro detectó a un par de chavalas que venían solas. El tío se levantó de donde estábamos sentados, se acercó a ellas, empezó a hablarles y no sé cómo consiguió que se sentasen con nosotros a beber y fumar un rato. De todos los chavales que había conocido aquel año, este Floro era de lejos el que más éxito tenía con las chicas. El menda, no sabíamos cómo lo hacía, pero era acercarse a una chica, ponerse a hablar y en cinco minutos se estaba morreando con ella. Y no es que el tío fuese tampoco un dandy arreglado y engominado, ni tuviese pasta, o una labia especial. Muchas veces el tipo iba bastante borracho y a las chavalas las vacilaba bastante, nada de cumplidos o de frases bonitas, y aun así, cada vez que salíamos el tío se liaba con una o dos. Incluso los días que estaba más borracho y tirado, era ver a una chavala y el notas renacía de sus cenizas y acababa triunfando, para envidia de muchos de sus coleguitas.

El tener dos chavalas con nosotros fue una leve mejoría, pero rápidamente la situación se estancó. Las chicas, cómo no, empezaron a comportarse como las típicas divillas malasañeras y vacilarnos bastante, esto es, hablarnos con condescendencia y reírse de nosotros disimuladamente. Vale que una de ellas, la más alta, era muy guapa, pero la otra era muy normalilla de cuerpo y tenía un careto más bien vulgar. Esta vez sin embargo, las mozas habían topado con su némesis. Floro era el rey del vacile a las chavalas, cientos se había ligado así, discutiendo y peleándose con ellas y Davo, ah Davo. Davo era un ser que no se callaba ni debajo del agua, que le encantaba rajar y no paraba. Por si fuera poco, Pedro era un chaval muy simpático, muy cercano, que también tenía conversación para dar y regalar. El único elemento discordante del grupo de seis amigos, cuatro chavales y las pavas que acabábamos de conocer, era yo, ahí sentado y callado, viendo como los demás hablaban hasta por los codos y yo sin saber qué decir y casi sin poder seguir sus conversaciones. Nunca he sido un tipo de muchas palabras y las conversaciones banales en grupo nunca se me han dado bien. Incómodo, varias veces estuve tentado en poner una excusa y marcharme, y si no lo hice fue por dos razones. La primera, porque no encontraba el momento de interrumpir a los demás en su conversación para decir que me piraba. La segunda porque estaba fascinado con la chica más alta, que era preciosa y además llevaba una faldita corta que enseñaba bastante muslo y a veces hasta unas braguitas blancas que se adivinaban bajo unos pantis de color oscuro.

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