Ese verano de 1994 me quedé en Madrid hasta casi finales de julio, apurando el mes que todavía tenía pagado de taekwondo. Mis padres hicieron el ademán de querer mandarme directamente al pueblo nada más recibí las desastrosas notas de junio, pero desistieron. Incluso ellos pudieron ver que estaba tocado anímicamente y juzgaron mejor dejarme ir al gimnasio a ver si me animaba un poco. Por muy enfadados y decepcionados que estuviesen, creo que a veces hasta temieron un poco por mi salud mental, porque no salía de mi habitación nada más que para ir al baño o al gym. Ese mes de julio no vi a nadie, ni antiguos amigos ni amigos nuevos, salvo a los compis de gimnasio. La sensación era como si me hubiese tragado la tierra y si no hubiese sido por el taekwondo, igual hasta me hubiese tirado en algún agujero para ver si eso pasaba de una vez.
El mesecito de vacaciones en el pueblo con mis padres pasó lentamente sin mucho que remarcar. Mi padre no se encontraba bien y se cabreaba por todo y mi madre aguantaba el tirón como podía. A la vuelta en septiembre, me empecé a mentalizar para pasar lo mejor posible el trago amargo que me aguardaba en Madrid, que no era otro que empezar bachillerato de nuevo, 1º de BUP, pero esta vez en un antipático colegio privado. A mi llegada al gimnasio, descubrí que el antiguo profesor, se había ido y había otro entrenador y mi colega Pepe estaba lesionado. Incluso en casa tuvimos cambios. Mi padre trajo un cachorrillo adorable que encontró en el rastro, para darle un hogar. Poco sospechábamos que el cachorrillo se iba a convertir con el tiempo en un ser atroz que disfrutaba haciendo averías. "Piletus" le acabamos llamando, corrupción de un mote que le puso mi abuela, "Pilatos", por lo malo que era. En fin, tiempos extraños en los que todo era nuevo, pero que se le iba a hacer, habría que adaptarse.
El lugar en el que me habían matriculado mis padres se llamaba Colegio León Degrelle y estaba en Chamberí, cerca de la discoteca RKO. Las clases empezaban el lunes 18 de septiembre, casi quince días antes que en los institutos públicos. Para tener una apariencia más presentable el primer día, mi padre me insistió en que pasase por la peluquería y me cortase las greñas que ya tenía. Durante el curso anterior había llevado una especie de fly rapero, que al dejar desatendido había crecido hasta formar una mata informe y extraña. En los "cortaorejas", como yo llamaba a los peluqueros manazas de mi barrio, me lo dejaron al uno por los lados y al tres por arriba, con el flequillo un poco más largo. En uno de los combates que hicimos a principios de septiembre me habían dado un toque en el pómulo y el ojo, que ahora tenía morado. El ojo a la virulé combinado con el rapado y mis nuevas ropas neutras, pero con cierto regusto bakala por las New Balance y la camiseta ajustada, más que un aire respetable me daban un aspecto turbio, pero no le di excesiva importancia. Ya pasaba totalmente de la estética, lo único que quería era estar cómodo y pasar desapercibido lo más posible.
Mi primer día de clase en el colegio Degrelle me levanté pronto, me preparé y cogí el metro hasta Moncloa. Durante ocho años, en EGB, había estado rodeado de mis amigos y en el instituto también pude contar con conocidos que hicieron mucho más fácil los primeros días. Ahora en el nuevo colegio estaba solo, no conocía absolutamente a nadie ni tenía la menor idea de lo que me iba a encontrar allí. Por no conocer, no conocía ni el barrio, tenía que ir mirando las calles una a una y un puto mapa para no perderme. Eso sí que era un nuevo comienzo. Además de la sensación de soledad y abandono, tenía dos sentimientos encontrados mientras iba subiendo la calle Fernández de Los Ríos hasta la dirección del colegio. Por una parte me sentía humillado y asqueado de que con casi quince años mis padres me hubiesen enviado a un colegio privado. Por otra, tenía cierta esperanza en que si lograba hacerlo todo bien, aprobar el curso y no meterme en problemas, mis viejos me permitirían al curso siguiente volver al instituto. Como llegué un poco pronto y todavía no me apetecía iniciar mi sentencia condenatoria ingresando en el matadero, me senté unos minutos en un portal cercano y aproveché para poner en orden mis pensamientos.
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BIENVENIDO A SECUNDARIA
General FictionLos años más locos de la adolescencia son difíciles para el protagonista de esta historia. Abandonado por sus amigos, fracasando en los estudios y con una relación con sus padres cada vez más deteriorada, esta no es la bienvenida que él esperaba al...