NUEVOS Y VIEJOS AMIGOS

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Una cosa que me gustaba mucho de mis nuevos amigos del antiguo A era que eran un grupo cohesionado, en el que sin embargo no había un líder, sino que todos iban ejerciendo momentáneamente el liderazgo del grupo según sus aptitudes y la situación en la que se encontrase este. En temas organizativos solían tomar la iniciativa Guti y Diego. En tema de drogas Davo, en tema de ligar Floro, en tema de violencia Manolo y nuevamente Davo... teniendo así todos una faceta en la que desplegaban sus talentos naturales y los otros miembros del grupo les seguían y apoyaban. Me es imposible enumerar aquí a todos los chavales y chavalas que a él pertenecían y la aptitud de cada uno, y de hacerlo acabaría cansando y confundiendo al lector con tanto nombre.

Lo que sí era inusual es que para ser un grupo tan cohesionado y tan completo se trataba de un grupo abierto y que acogía prácticamente a todo el que se quería apuntar a él. El núcleo de este grupo era los chavales que venían del A, pero durante el primer mes y medio habían absorbido en él a muchos de los chavales de B creando un mega-grupo de todo tercero de bachillerato. Todos los del B que estábamos marginados y muchos otros que estaban hasta los cojones de los Moon y de tanta tontería, o que nos gustaba privar o fumar canutos nos pasamos sin dudarlo al grupo de colegas del A, que pasó a ser el grupo, no solo mayoritario, sino además el que tenía siempre los planes más chulos. Vale, en mi caso es posible que al ser un año mayor y con cierta reputación de malote, los chavales me hubiesen visto como un fichaje interesante, pero, por ejemplo mi amigo Mata, que parecía que tenía doce años y era un pardillo de la leche también fue aceptado y querido desde el primer momento. Los pocos chavales y chavalas que quedaron marginados de este supergrupo que paraba en Malasaña fueron los que se auto marginaron ellos mismos, algunos porque en su ignorancia se consideraban demasiado guays para ir con nosotros y otros porque les daría miedito parar con gente que fumaba porros. Entre estos marginetis estaba por suerte mi antigua amiga Blossom, que no tenía ni puta idea de lo que haría los findes, pero que con nosotros no se vino ni una sola vez.

Hablando de Mata, él y yo fuimos los únicos del antiguo B que nos apuntamos a un viaje que organizaron entre el Diego y el Davo para ir a Cercedilla, localidad situada en la Sierra de Madrid y que seguramente tendría unos parajes naturales alucinantes. No era muy amigo yo de la naturaleza ni de ir por ahí a pueblos lejanos, pero para una vez que tenía amigos con los que estaba a gusto y además me lo pasaba bien, no quise perderme la oportunidad de hacer un viaje con ellos y afianzar nuestra amistad. Durante los primeros días habíamos sido colegas en clase y de ahí pasé a salir con ellos a beber a Malasaña los findes. Si ahora con un viaje consolidaba lo que había empezado en Degrelle y avanzado en Malasaña, podía esperar un año muy divertido. Me alegré de que Mata viniese también. No solo era alguien del B que conocía desde hacía más años sino que además, y por una extraña carambola, todo era culpa suya. Él fue quien me envió al viaje de Inglaterra con Bill y su grupo y ese viaje me abrió un poco los ojos. No me podía pasar toda la vida como un gilipollas malote y distante, tenía que esforzarme en hacer amigos y apreciar a las personas tal y como eran, sin juzgarlas ni amenazarlas. Esta nueva mentalidad parecía que en cierta manera estaba funcionando y tercero me estaba yendo mejor que primero y segundo. Quién se hubiese imaginado que intentar ser simpático y abierto fuese a dar tan buenos resultados. En fin, la vida, que tiene maneras muy ingeniosas de aleccionar a un taekwondista ex rapero adolescente.

Para empezar el viaje con buen pie y agasajar a mis nuevos amigos, tuve a bien adquirir una ficha de hachís de dos mil pesetas y meterla en una cajita de latón que había por casa. Ese mismo viernes, cuando ya estábamos en el tren de cercanías los seis o siete chavales que íbamos a la excursión, la saqué del bolsillo y se la enseñé a mis compañeros de aventura. Cuando me preguntaron que era, les dije que el botiquín de primeros auxilios mientras abría la cajita y les enseñaba el pedrolo. Algunos de ellos llevaban también costo, pero no mucho y les encanto el detalle. Otra cosa no, pero de fumar no nos iba a faltar y así además les devolvía el favor por todas las veces que me habían invitado. Además del costo, llevábamos unos cuantos litros de Kalimocho ya desde Madrid para ir haciendo el viaje más ameno. Lo que no habíamos calculado es que el viaje, por alguna extraña razón, duraba casi dos horas. A mitad de trayecto y ya medio borrachos, comprendimos nuestro error cuando nos empezaron a entrar a todos unas ganas irrefrenables de mear. Nuestro júbilo y alegría se transformó en sufrimiento por no poder aliviar nuestras vejigas. Así pasamos un buen rato, hasta que uno de nosotros, creo que Davo, se levantó, abrió la puerta y se metió en el compartimento que hay conectando dos vagones para hacer pis allí. En tiempos desesperados, medidas desesperadas, nos dijo sonriendo mientras se sentaba de nuevo en su asiento. Un segundo después otro de nuestros compañeros se levantó para seguir el ejemplo, pero esta vez no lo tendría tan fácil. Unas filas de asientos más atrás, un ciudadano se había percatado de nuestras sucias intenciones y la emprendió a gritos y reproches con nosotros, sobre todo con el que estaba meando en la unión de los vagones, por ser unos guarros, unos incívicos y unos maleducados. A duras penas consiguió el compañero acabar su meada y volvió a su asiento ya señalado por el ciudadano justiciero. A partir de entonces, cada vez que uno de nosotros quería ir a mear, lo tenía que hacer muy discretamente para que el ciudadano no se percatase. Varios de nosotros lo intentamos, pero no hubo manera. El tío se anticipaba a nuestras intenciones y comenzaba a vociferar, hacer aspavientos y desgañitarse llamándonos de todo, de manera que era imposible hacer pis tranquilamente. Yo lo intenté y no pude, con el tío gritándome "¡donde vas guarro!", nada más me acerqué a la puerta. "No, yo iba... al vagón de al lado, a saludar a... unos amigos..." le dije mientras me volvía a mi sitio. El tío cabrón incluso se cambió de asiento para vigilarnos más de cerca. El resto de los pasajeros, no había muchos, no dijeron nada, o no nos dimos cuenta de si lo hacían porque íbamos medio piripis, pero el ciudadano justiciero, hecho un basilisco nos hizo un marcaje férreo férreo.

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