Capítulo 24: Susurros

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Alec

Santa mierda.

Sentí su pequeño cuerpo apegarse más al mío, mientras sollozos apagados se hacían escuchar en la habitación.

No ella, ella no.

—Kat —mi voz era irreconocible. Aunque trate que ninguna reacción se reflejara en mí.

—Yo no quería. —acaricio la piel desnuda de su espalda.

—Nena, lo sé. —varios minutos después y de que sus lágrimas cesaron, empezó a hablar y digo realmente hablar.

—Yo había cumplido dieciséis y después de haberle rogado a mi papá de que me dejara tener novio, el acepto pero solo porque se trataba de Robert Blair, el chico de oro que todos sus papas quieren para sus hijas, aunque era tres años mayor que yo, todo iba bien, él era lindo conmigo no fue hasta meses después que el cambio, esa parte ya la sabes —el reconocimiento de lo que me había contado en Florida, llega a mi agridulce—. El punto es que una noche yo iba a casa de Robert porque él me lo había pedido y aunque estaba indispuesta fui porque sabía de alguna u otra forma me pegaría, —se sienta en la cama y la imito—. Cuando llegue a su casa, todo estaba a oscuras ni siquiera las personas del servicio estaban, pero el sí, empezó a hablarme bien y eso me incomodo porque había muy pocas veces que lo hacía, cuando empezó a acariciarme y a besarme de manera dura me aleje pero a él eso no le gusto, así que me golpeo —empieza a temblar así que la sostengo, su piel esta tan fría—. Corrí, quise alejarme de él porque ya estaba tan cansada de eso y saliendo de ahí le diría a mis padres, pero nada salió bien, corrí alejándome, estaba aún desorientada así que me escondí en una habitación pero él aun así me alcanzo, y cuando me di cuenta ya estaba en la cama mientras él me desnudaba y me gritaba que era la puta más grande del mundo, que iba a dejar a sus amigos dejar que hicieran conmigo lo que quisieran al fin y al cabo era fácil.

Lagrimas caían de sus precisos ojos verdes, yo quería detenerla de contar lo que seguía pero sabía que esa sería la única manera en la que ella por fin estaría en paz. Estuve impasible.

—Me golpeo hasta que me dejo medio muerta, medio consiente, podía sentir sus manos por todo mi cuerpo como me lastimaba pero lo único que podía hacer era llorar y dejar que pasara para así poderme irme, me dejo sobre el colchón... y solo lo hizo.

No entendía. —Pero cuando lo hicimos tú aun eras virgen. —y como un idiota caí en cuenta, había sido un imbécil y quería correr al infierno.

—El hijo de puta te sodomizo. —ella asintió mientras se hacía más pequeña. La ira y la rabia sabían amarga en mi boca, quería con toda mi fuerza golpear algo, más bien quería golpear a ese pequeño pedazo de mierda y hacer que escupiera sus huesos por la boca, que sintiera el dolor que ahora mismo veía en su rostro.

—El solo lo hizo y yo no tenía la suficiente fuerza para luchar, cuando pensé que simplemente terminaría de matarme, todo paso tan rápido y lo siguiente que supe es que mi hermana estaba ahí. Ella estaba en casa por vacaciones de navidad y sin ella lo más probable es que hubiera muerto.

La detengo, de lo que llevábamos juntos ella nunca hablo de alguien más que no fuera David. — ¿Tenias una hermana?

Respira hondo, cubriéndose un poco más su piel porcelana. —Sí, se llamaba Hanna y era dos años mayor que yo, según mis padres Hanna era idéntica a mí solo que tenía los ojos de mamá. Ella había actuado rara algunos meses antes de irse de la universidad, pero nadie sabía y cuando le preguntaba ella estaba a la defensiva, se la pasaba en su cuarto y no le dimos importancia. Cuando la oportunidad de estudiar fuera se le presento, no lo dudo y lo hizo. Ese fue nuestro error. —Limpia sus mejillas—. Era la persona más increíble y amable que podrías conocer y aunque tenía su carácter, era la niña de papá —sonríe—. La luz de muchas personas, incluida la mía, lo más probable es que te hubieras enamorado de ella con solo verla. —habla con una sonrisa triste en sus labios.

Después de ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora