Capítulo 3: Ojos verdes

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Alec

— ¿Y ahora? —dice Connor histérico.

Bueno, no lo sé, así que solo me encojo de hombros sin importarme mucho, en realidad, no me importa.

—En este momento te has superado —gesticula dramáticamente— ¡Esto es lo más estúpido que has hecho! —prosigue.

—Y que querías que hiciera, que ese hijo de puta siguiera hablando de mí.

— ¡Ignorarlo! —explota.

Ruedo los ojos. —Decía mentiras sobre mí, algo que me acostaba con ancianas.

Connor suelta una carcajada: —Pues no te falta nada.

Hago mis manos puños y trato con todo de no lanzarme hacia él.

—Y lo más seguro es que te expulsen ¿por qué eres tan idiota?

—Cállate.

— ¡Ves!, si solo te metieran en un grupo para el manejo de la ira, será como el jodido paraíso, pero como soy tu estúpido hermano, y no me gusta que te jodan enfrente de todos tuve que meterme en la pelea y sacarte y lo peor de todo ¡es que yo también lo voy a pagar! Tú grado de estupidez no tiene límites.

—Tienes razón, eres un estúpido —repiqueteo ansioso sobre el apoya brazos. Mi paciencia agotándose—. Y hubieras ayudado más si no te hubieras metido, lo tenía todo controlado.

— ¡Joder! deja tu puñetero orgullo a un lado, te estaban dando la paliza del siglo.

Me levanto de golpe dejando que la silla en la que estaba caiga hacia atrás. Me acerco y empujo a Connor que va a dar duramente hacia la pared y lo tomo de la camisa.

—Sabes, deberías darte cuenta que tú no eres mi papá, ni Xavier, ni siquiera mi hermano, no eres nada mío ¿entiendes? así que capta que no tienes derecho a decirme que malditamente hacer con mi puñetera vida —le digo muy cerca, otra estúpida palabra que salga de su boca y juro por todo que me va a importar una mierda quien sea; lo tiro aquí mismo y lo golpeo hasta que toda la mierda salga de mí.

Él responde.

—Entonces no te hagas el santo conmigo que no te queda —me alejo y camino hacia el mini bar que está en el despacho de Xavier, tomo la botella de whisky y tomo un largo trago, siento como el líquido ambarino quema por mi garganta a su paso.

—No fui un santo, ni lo seré eso está claro, pero yo no anduve por la calles de Nueva York con cada modelo que se cruzara, no me metía en cuanto veía unas piernas abiertas, no iba con tipas ricas para sacar algo de "dinero fácil", no me drogaba y ni mucho menos tengo cola que me pisen.

Sonrió solo porque sé que eso le molesta. —Carpe Diem. Además no seas un hipócrita que acaso no te acuerdas aquellas noches en las que salíamos a un burdel y te perdía por unas horas y regresabas oliendo a puta o cuando entraba a tu habitación y estabas balbuceando medio inconsciente mientras te quedaban algunas líneas, no me vengas a hablar de que eres un buen samaritano porque aprendí del mejor maestro.

—Eso solo fue una etapa —se justifica.

— ¿En serio? Por favor —paso mis manos por mi cabello ansioso porque esta estúpida pelea de niñas acabe— estuviste a punto de no graduarte de la universidad por todas las "faltas administrativas" y solo lo hiciste porque Xavier pago por debajo del agua tu título de empresariales del cual solo usas para presumir en cenas —tomo otro largo trago de la botella, esto me estaba fastidiando— si quieres podemos seguir sacando nuestra ropa sucia todo lo que quieras pero ambos sabemos que vamos a pasarnos toda la tarde aquí, solo para llegar a la misma conclusión, de que tú eres jodidamente nadie para decirme que hacer con mi maldita vida.

Después de ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora