Capítulo 8: ¿Qué paso el viernes?

443 20 3
                                    

Alec

— ¿Qué te parecería un helado? —nos encontramos saliendo del restaurante.

—Está bien — responde mientas quita mechones castaños de su cara, empezamos a caminar calle abajo. Y no sé qué rayos me poseyó para contarle la cosa más estúpida que me acorde, me encontraba a mí mismo hablando sobre Connor y todas las estupideces que había hecho cuando tenía dieciocho. Haciéndola reír a carcajadas.

Y encontré la razón por la que había empezado a contar todo esto, su risa.

Desde que nos dijimos lo que nos molestaba en la actitud del otro, teníamos esta cosa que no sé cómo llamarla, minutos después nos encontrábamos hablando sobre cosas sin sentido, como yo contando las tonterías de mi hermano y ella riendo.

Su risa era algo que quería escuchar más.

Y ahora nos encontrábamos entrando a una heladería.

—Buenas tardes, ¿en qué les puedo ayudar? —la chica mira de Kat a mí, solo le doy una mirada de soslayo y ella se ruboriza.

—Quiero dos helados dobles, uno de chocolate y el otro... —volteo hacia Kat.

—Vainilla está bien. —La chica nos sirve nuestro pedido con manos temblorosas. En un principio me gustaba tener esta reacción en ellas, pero llega a un punto en el que es molesto.

Salimos del local y caminamos de nuevo hacia mi auto, mientras hablamos de cosas de la universidad, cuando miro mi reloj son las cinco de la tarde.

—Oh, es tardísimo llegare tarde a casa. —camina más rápido hacia el auto.

— ¿A casa? —digo confundido, me afirma y salimos del estacionamiento, lo que resta de camino a casa lo hacemos en silencio.

— ¿A caso alguien te espera en casa? —la curiosidad me mata.

La pregunta la toma por sorpresa: —No —dice sin más. Y parece que no dará más explicaciones

Cuando está enfrente de su puerta dice: —Bueno, gracias por la comida.

—No fue nada, en realidad te agradezco que me hayas acompañado, y de nuevo lo siento, creo que no hay suficientes disculpas para lo que hice antes.

Rueda los ojos: —Basta si, pasado es pasado.

—Gracias. —no sé porque realmente lo digo, pero ella asiente. Esto es realmente extraño.

Después entramos a nuestros departamentos.

Cuando pedí a Kat a comer solo fue una excusa para tenerla a solas conmigo, si suena demente, pero no lo era tanto en mi cabeza, sinceramente el que me haya dado la cara en el pasillo de la universidad no me había gustado, pero una parte de mi le pareció lindo, cuando sus mejillas se pusieron rojas y sus pupilas se habían dilatado dejando ver sus hermosos ojos verdes.

Estando en el restaurante, nunca me la había pasado tan bien, tal vez era porque normalmente no dejo que ellas hablen, la mayoría estaban demasiado tomadas e iba directo al objetivo y ellas lo sabían, pero con Kat, ella era distinta a cualquiera.

Y cuando de mi boca salió que fuera mi amiga, una parte de mí realmente lo deseaba.

— ¿De dónde viene mi hermanito? —Connor habla desde el sofá, con una sonrisa burlona y solo unos pantalones de ejercicio, cabello revuelto de recién levantado.

—Sabes, podrías ponerte algo de ropa.

—Sabes que me gusta estar como Dios me trajo al mundo, di que traigo pantalones.

Después de ti ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora