Continuum Renacer

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Hoy por fin levante mi vista hacia el cielo.
Fue mágico mirar tantas estrellas brillar.
Tintineantes, deslumbrantes.
Llenas de historias y posibilidades.

Por un largo tiempo me había olvidado de mi capacidad de contemplación, porque las ansias de retener y perdurar los momentos fugaces me consumían la mayor parte de mi energía.
Aprehendida con ambas manos de las vigas endebles que soportaban mis intentos de cimientos, me pasaba los días así.
Mi temor más grande: el derrumbamiento.

¿Cómo iba a permitir que a lo que más le había puesto mi dedicación se esfumara tan fácilmente? ¡Inaceptable! Siempre encontraría la manera de solucionarlo todo, aunque más bien, lo que no alcanzaba a comprender en aquel entonces, era que mis esfuerzos solo conseguían postergar lo inevitable.

Pero un día, nublado y gris, de esos que te hacen desear tomar una taza de chocolate caliente frente a la chimenea, me ví obligada a poner a prueba mi capacidad de resistencia, porque la tormenta llegó.

Y de una gota aislada que cayó justo en mi nariz, se convirtió en una lluvia tupida y pesada en pocos segundos.
Ahogo y cansancio es lo que sentía, pero mi voluntad se aferraba a no soltar. "¡Inaceptable!" Resonaba en mi mente una y otra vez.

El barro comenzaba a hundir mis pies, mis brazos débiles se doblegaban cada vez, el agua que corría por mi rostro ya no era lluvia, sabía a sal con un toque de nostalgia. ¡No, por favor! ¡Todo menos esto! ¡Si esto muere, yo me moriré con el! Desesperación, decepción.

Resistí, porque el problema no era ese. Me sabía capaz de resistir cualquier cosa por amor.
El problema era, que mi alma estaba agotada, casi desfallecida, y cuando me hice la pregunta:
"¿Por qué te resistes a soltar?" "Por qué tienes tanto miedo?"

No había respuestas que no supiera ya.

Y entonces, lo recordé: Rendirse no es perder.
Nada me pertenecía como yo creía.

Miré mis manos, agrietadas y entumidas. Y voltee la vista hacia lo que había estado intentando mantener en pie, me sorprendió de tal manera el ver que ya no era el castillo de ensueño que creía, que en realidad nunca había existido. Eran ruinas. Pilares sin terminar de construir. Paredes con grietas sostenidas por vigas podridas.

Y al mirar esa escena grotesca, de pronto recordé vívidamente cómo en los días lejanos yo solía explorar el mundo con asombro y entusiasmo, y en una expedición habitual aviste algo que me maravilló desde el primer contacto, era un descubrimiento único en su tipo, era un lugar desconocido, que desde entonces nunca estuvo edificado, pero que albergaba tesoros en bruto que a mis ojos estaban llenos de potencial y belleza.
Potencial que yo me empeñé en querer desarrollar.

Y es que siempre ha sido así, mi empeño en pulir los diamantes en bruto, es mi oficio no reconocido, mi hobbie predilecto.

Al final, aquella tormenta no fue la culpable de derrumbar nada, porque no se puede derrumbar lo que ya estaba en el suelo desde antes.
Esa tormenta vino a suceder encima de mi con la única y poderosa intención de despejar el cielo, e invitarme a redirigir mi voluntad.

Y elegí llevar a cabo el acto más valiente. Soltar.
Mis manos me lo agradecieron, mis piernas descansaron, mi espalda se enderezó.
Y aunque mi corazón lloro con gran pena al ver como el viento se terminaba de llevar lo que tanto valoré y amé, ese mismo viento me hizo suspirar paz.

Y poco a poco, como cuando sigues el aleteo de un mariposa en vuelo con la mirada, me encontraba volviendo a contemplar el cielo y su profundidad, las estrellas infinitas que con su alegre tintineó me recordaron que, las posibilidades de renacer del dolor siempre van a existir para mi.

Siempre HAN existido para mi.

Insomnio y diosidencias: El inconsciente en busca de salidas de emergencia.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora