Capítulo 1: Un Nuevo Amanecer

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Soy Caín, y hoy, el despertador suena diferente. No es solo el inicio de un día cualquiera, es el comienzo de una nueva etapa en mi vida. A mis 21 años, estoy a punto de embarcarme en una aventura que siempre he soñado, un año de estudios en Canadá bajo el programa Erasmus.

Siempre me he considerado un chico de dos mundos. Por un lado, soy el estudiante meticuloso que pasa fines de semana enteros rodeado de libros de texto. Por otro lado, también he disfrutado de la vida universitaria y sus fiestas. Sin embargo, en los últimos tiempos, he dejado de lado las noches de fiesta para centrarme en mis estudios, con un objetivo claro en mente: mi futuro.

Hoy es el día en que todo ese esfuerzo comienza a dar sus frutos. Mientras me preparo, una mezcla de emociones me inunda creando un torbellino de emociones que me impulsa hacia adelante y hacia atrás. La excitación de aprender y crecer en un nuevo ambiente se entrelaza con un ligero nerviosismo. Es un gran paso, un cambio significativo en mi vida, pero me siento listo para ello. He trabajado muy duro para llegar hasta aquí y estoy decidido a aprovechar cada oportunidad que se me presente.

Reviso mentalmente mi itinerario, asegurándome de que todo esté en orden. Nunca he sido de los que dejan las cosas al azar; planificar y preparar cada detalle es parte de quién soy.

Entre mis pensamientos, un murmullo lejano llama mi atención.

—¡Hijo, despierta! —resuena la voz de mamá desde la otra punta de la casa, con un tono alto pero siempre reconfortante.

La voz de mi madre me invita a despejar la mente y concentrarme en el momento presente. Con un suspiro, me levanto de la cama y dejo temporalmente mis reflexiones en pausa, mientras me sumerjo en la tarea de revisar los documentos esparcidos sobre la mesa. Los pasaportes, los vuelos, las maletas; cada elemento cobra una importancia vital en la planificación de este viaje.

Mi reflexión se ve interrumpida por Kyra, mi novia. Ella es dos años menor que yo, una estudiante de Diseño con un toque de timidez. Desde que nos conocimos, la he visto transformarse, salir de su caparazón. Su apoyo ha sido fundamental en este camino que he emprendido.

—Hola, amor —mi voz se suaviza automáticamente al escuchar su risa al otro lado de la línea.

—Hola, cariño. ¿Ya estás listo para tu gran día? —su voz rebosa emoción y expectativa.

—Sí, creo que sí. ¿Sabes? Es un poco aterrador, pero emocionante al mismo tiempo —le confieso, sintiendo cómo mi corazón late un poco más rápido al hablarlo en voz alta.

—Te entiendo, pero sé que esto es algo que has querido durante mucho tiempo. Vas a hacerlo increíble —dice Kyra, y puedo escuchar la sonrisa en su voz, esa mezcla de cariño y admiración que siempre me ha motivado.

—Gracias. No sé qué haría sin tu apoyo. A veces, siento que pierdo de vista todo excepto mis metas. Me has ayudado a equilibrar las cosas —le digo sinceramente.

—Eso es para lo que estamos, ¿no? Para equilibrarnos el uno al otro. Solo prométeme que disfrutarás de esta experiencia al máximo, no solo estudiar todo el tiempo —dice ella, con un tono juguetón pero serio a la vez.

—Lo prometo. Y tú, ¿cómo te sientes con todo esto? —le pregunto, consciente de que esta experiencia también es un cambio para ella.

—Voy a extrañarte muchísimo, pero estoy emocionada por ti. Y quién sabe, tal vez este sea el empujón que necesito para empezar mi propio viaje —responde con un tono de reflexión.

—Eso sería increíble, amor. Sabes que siempre estaré aquí para ti, no importa la distancia —le aseguro.

Nuestra conversación se prolonga un poco más, hablando de planes futuros y promesas de mantenernos en contacto. Cada palabra fortalece la conexión que compartimos, un lazo que, estoy seguro, resistirá la prueba de la distancia y el tiempo.

Nuestra conversación está llena de afecto, pero he de colgar, el tiempo no se detiene.

Inmediatamente oigo a mi madre llamando a la puerta de mi habitación.

—Caín, ¿ya estás despierto? —pregunta con esa mezcla de preocupación y orgullo que solo una madre puede tener.

Abro la puerta, encontrándome con su mirada llena de emociones encontradas donde se entremezclan la alegría por ya no ser ese niño indefenso, la ansiedad por lo que está por venir y un atisbo de preocupación por mi partida. Sus ojos, cristalinos y profundos, parecen reflejar toda la gama de sentimientos que ambos compartimos en este momento tan importante de nuestras vidas.

—Sí, mamá, ya estoy listo. Acabo de hablar con Kyra —respondo, intentando transmitirle seguridad.

—Oh, hijo, eres tan grande. Parece que fue ayer cuando te llevaba de la mano al colegio —dice, mientras su voz se quiebra un poco.

La abrazo, sintiendo cómo el peso de la despedida se hace presente en ese gesto.

—Te voy a extrañar, pero sabes que esto es importante para mí. Es una gran oportunidad —le aseguro, tratando de consolarla.

—Lo sé, y estoy muy orgullosa. Solo no olvides llamarnos y cuídate mucho —responde, secándose una lágrima discretamente.

Prometo hacerlo, y con una sonrisa la tranquilizo. Salgo de la habitación sintiendo cómo el futuro se abre ante mí. A pesar de la nostalgia, la emoción por lo que vendrá es palpable en mi corazón. Empiezo este viaje con la mente y el espíritu abiertos, listo para enfrentar lo que el destino tenga reservado para mí.

Antes de dirigirme al salón a desayunar, me detengo frente a las habitaciones de mis hermanos, Lorenzo y Lily. Desde la puerta, observo la habitación de Lorenzo, notando de inmediato su característico estilo minimalista. Su cuarto, decorado con colores simples, donde predominan los blancos y negros.

La cama negra está cuidadosamente hecha, con cojines blancos dispuestos con precisión sobre ella. La alfombra blanca de felpudo en el suelo complementa la estética limpia y ordenada de la habitación. En una de las paredes, un único cuadro llama la atención: una reproducción del célebre trabajo de Da Vinci.

Al lado de la habitación de Lorenzo está la de Lily, la cual está visiblemente desordenada, como es usual. Desde la puerta, puedo ver la cama sin hacer, con las sábanas desordenadas y las almohadas fuera de lugar. Los papeles y cuadernos cubren su escritorio, evidenciando su ocupación con proyectos creativos.

La pared opuesta está decorada con una gran variedad de cuadros coloridos, que contrastan con el desorden del resto de la habitación. A pesar del desorden, la habitación irradia una atmósfera acogedora y familiar.

—Hijo, ya están todos despiertos en el salón desayunando —me comenta mamá. —Hoy eres tú el último en llegar.

Con una sonrisa, se lo agradezco y me despido de las habitaciones, listo para unirme al resto de la familia en el desayuno.

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