Hogar

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I

Abel

Una palmada repentina lo trajo a la realidad, sobresaltándolo.

—Abel ¿qué tienes? —giró asustado para ver qué ocurría.

—Ah sos vos, Cris, que alivio pensé que era mamá —le dijo con voz temblorosa.

—Tranquilo que mamá sigue con papá discutiendo en la habitación. —le dijo con serenidad tratando de darle paz.

— ¿Y los demás?

—Ya están terminando de desayunar, llegan tarde pero no pasará nada, no se llevarán ningún reto, mamá no ha venido. ¿En qué pensabas?

—Sólo miraba, quería recordar por un instante que se sentía estar de aquel lado ¿te acuerdas cuando fue?

—¿Cuándo fue qué? —le preguntó extrañada.

—La última vez que estuvimos ahí. —se encogió de hombros, su mirada buscaba en la lejanía aniñada una respuesta sincera, sin vueltas.

—Estás loco Abel, mirá las cosas que preguntás, los dos sabemos que fue hace bastante, en estos momentos no estoy para acordarme de eso. Lo que te puedo decir que no se vayan a enterar nuestros padres que andas con ese tipo de preguntas, sabés que están prohibidas, todos los sabemos. —Sentenció, cortando al ras. Aun sabiendo la respuesta anhelada por Abel.

—¿Tú no te lo preguntas?

—Ahora yo te hago una pregunta.

—¿Cuál? —extrañado la miró.

—¿Estudiaste para la lección de hoy? —le dijo con un gesto chistoso, buscando desvalidar la pregunta de Abel.

El sonido de la tropilla chillaba en los pisos de maderas pulidos, los faltantes habían entrado en manada, algunos se iban tragando lo que le quedaba del desayuno, otros terminando de vestirse, se sentaron apresurados, se acomodaron emprolijando los pupitres, cuadernos y lápices arriba, se silenciaron unos a otros, y la tranquilidad empezó a rellenar el espacio al igual que la de un regimiento esperando la entrada del superior. Quedaron esperando.

En el centro, los pupitres dibujaban una medialuna perfecta en la inmensidad de la sala, afiches de abecedarios, láminas con animales, debajo de cada imagen una pequeña descripción, otras con números y sus nombres, algunos experimentos; germinadores, terrarios, animales disecados o enfrascados con formol, el pizarrón negro blanquecino cubría gran parte de la pared que da al este, el polvo de docenas de tizas mutiladas y gastadas yacían en la canaleta. Los ventanales aumentaban la vida en el exterior; colorida, regocijante de niños felices que corrían de un lado al otro con sus bicicletas, algunos jugaban a la pelota mientras otros se  perseguían en juegos de manchados, ladrones y policías, se esconden entre árboles, los más valientes los trepaban para luego tirarse de una rama, pocos autos en la calle; tocaban bocina para advertirles, juntan la pelota, dejan que pase, vuelven al juego. Las vacaciones de verano esconden su esplendor en sus días largos, tardes templadas y noches de estrellas. Cada niño representaba en Abel los anhelos que hasta el momentos nunca había tenido, los privilegios de ellos no eran los mismos que los de él, el lujo y las comodidades no saciaban la felicidad. La condena en la reclusión permanente se había hecho carne desde temprana edad.

El picaporte de bronce repiqueteo y lentamente la puerta monumental de madera que conecta a la sala principal con el aula se abría rechinante. El silencio se adueñó del salón cuando se extinguió el eco de sus zapatos. Los libros cayeron como plomo sobre el escritorio, los pequeños corazones latían desbocados, ninguno titubeó, el miedo con el tiempo se les había pegado como una norma de vida.

MALDADES TEMPRANASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora