ANIBAL

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El estruendo me despertó, por un instante creí que podía ser Lucy entrando por la ventana de la cocina desparramando todo a su alrededor. En tan solo unos segundos el frío, del otoño, heló toda la habitación, me obligué a levantarme y caminar hasta la cocina, moví mis pies y el bulto caliente se quejó, deslizándose por debajo de las sabanas apareció ronroneante, Lucy me daba las buenas noches, y me invitaba a seguir durmiendo con sus caricias de pelos negros azabache. Dejé que se acurruque sobre mis piernas, saltó de la cama y corrió en silencio <<parecía tener algodones en sus patas>> Otra vez, sonidos fuertes y amortiguados, esta vez supe que venían de la habitación de Aníbal, la puerta rechinó al abrirse, me tapé nuevamente con las pesadas frazadas, cerré los ojos y me relajé fingiendo un sueño profundo. Por un instante sentí que la pesada mirada vigilante de alguien recorría mi cama, y la habitación por completo. Los pasos se alejaron, la puerta se trabó. Temblando, pero esta vez de miedo, quise ver por la cerradura, la puerta de mamá estaba abierta, la luz amarillenta mostraba el ir y venir del martillo que sonaba resquebrajado.

Aquella noche, A mis 12 años, fui testigo del asesinato de mi madre cuando un hombre enmascarado le abrió el cráneo con un martillo. Pero no fue tan atroz como encontrar la misma máscara en el cajón de mi padre. La misma que se quitó mi hermano Aníbal; esa misma noche luego de la descarga furiosa de aquel niño encerrado en un cuerpo de hombre, que en años nunca me dijo una palabra, que su andar era tambaleante, que en ninguna escuela lo acepto, que los parientes dejaron de vernos cuando nació y que solo se lo dejamos marchitar en el encierro de nuestra casa.

—No tengo más para decirles. 

Nota del escritor

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Nota del escritor

Las historias necesitan un lugar donde habitar, espero que encuentren un lugar cómodo en ustedes. 

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