No hay exactitud cuando se dejaron de llorar a los muertos, y empezar a descubrir porque los muertos necesitan de los vivos. Las explicaciones excedieron la lógica del pensamiento, los cultos religiosos que se profesaban en las capillas aumentaron estrepitosamente; los encuentros entre misas y días de rezos agradeciendo la reencarnación empezaron a ser parte de la vida diaria de todos en el lugar, lo que veneraban un Dios reforzaron la idea del martirio y lo que no creían empezaron a hacerlo. Procesiones de rodillas, caminatas nocturnas acompañados por las luces de las velas, ritos de encuentros y nuevas formas de vida ocurría en el pequeño lugar de solo algunos miles de habitantes dedicados a la vida de campo. La sensación de terror se percibía en el aire denso y oscuro. Necesitaban dar respuesta a lo que la ciencia no había podido hasta el momento.La muerte necesitaba de los vivos, los vivos no podían escapar, el lugar los atraía en una quietud colectiva donde aceptaban que los muertos se alimentarán de sus vidas; invadiendo cada lugar y cada rincón, la comunidad se había empezado desdibujar en un limbo temporal, progresivamente morían en un engranaje siniestro sin el menor de los sentidos, eran el alimento de aquello que existe pero no se ve, de aquello que se hace sentir entre cada uno, lo que llaman la presencia, está, lo saben, pero no pueden hacer nada. Tiene que pasar, el designio de la vida era ese. La normalidad se había apoderado de todos, por la noche caían como racimos desde lo más alto del cielo, eran entes oscuros colgantes, sin rostros, sus brazos estirados llegaban hasta sus rodillas. Cumplían órdenes, manejados por un titiritero siniestro que tiraba de los hilos, dándole un lugar seguro en donde caer. Descendían de lo más alto de la noche penduleando en un vaivén macabro, todos iguales, milicias enteras se veían aterrizar sobre las casas de los pobladores. En la casa de los Alonsos el ente más oscuro aterrizó, descendió desde las nubes que entrecortaban la noche, atravesó el techo—no lo esperaban, Mario había muerto ya varios años en un accidente en la fábrica metalúrgica; el hierro caliente atravesó su traje y también su cuerpo matándolo al instante, la herida cicatrizó rápido aferrando el hierro, —ya se había transformado en una prolongación de su cuerpo—. La metamorfosis solo tardó unos segundos, se apropió de la forma de Marío; camisa banca, pantalon de vestir negro y la corbata roja desalineada, el nudo se le había corrido. Las luces amarillas se encendieron, las ventanas cobraron vida y los gritos mezclados con llantos de alegrías hicieron eco en cada rincón de la casa y en el barrio. Su padre es el que más lloraba—la dureza de su carácter no se dio el lujo de guardar más angustias de las que tenía, se permitió tragarse el dolor durante estos años, y hoy ya no— Mario se encontraba inerte, con la mirada perdida, el cuerpo rígido, sus puños apretados hacían que las venas de las manos se sobresanten creando surcos violáceos. Un efecto farmacológico se diseminó sobre los viejos padres, solo podían ver lo que ellos sentían, de lo que fue Mario; extrovertido, animado, alguien del cual cualquiera podía desear tener como amigo. Lo arroparon entre fuertes abrazos, su mamá buscó una manta, a pesar del calor nocturno del verano donde las chicharras anuncian mal tiempo y más calor, el cuerpo de Mario estaba helado, lo llevaron al baño como un niño recién nacido, con pasos torpes y cuidadosos de no voltearlo en la ducha, templaron el agua y quedó por unos minutos. Lo vistieron con ropa de su padre, la de él hacía años la habían donado a la iglesia. Aquella noche lo hicieron dormir entre ellos, como cuando era un niño asustado por las tormentas, o como aquella vez que llegó corriendo y de un salto se coló entre las sábanas y sus padres <<las películas de asesinos sanguinarios en campamentos de adolescentes le causaban terror y por días las paranoias lo atormentaban>>.
Durante semanas no comían, engrandeciendo su apetito como las serpientes constrictoras para hacer lugar y luego comer a su presa. Actuaban automatizados, apáticos con todas las personas que le mostraban interés, un saludos o un abrazo de bienvenida. De a poco los aparecidos se apoderaron del lugar, en una semana la población creció, reencuentros con los más queridos, fiestas y festivales que celebraban la bienvenida por segunda vez a la vida. En el humilde pueblo ubicado a las afueras—rozando la marginación—no eran habituales los visitantes de otros lugares, o simples viajantes que cruzaban por la zona. Nadie ajeno a aquella comunidad sería capaz de tener la perspicacia de descubrir qué es lo que estaba ocurriendo. Sentían una libertad extraña, divagaban entre la realidad y la conciencia; por momentos lo que ocurría les era claro, atróz y enfermiso, entraban en un estado paranoico de preguntas sin respuestas, queriendo escapar, enterrar nuevamente a los entes que se habían apoderado de aquellas imágenes, la cordura era por unos instantes. Luego eran arrastrados nuevamente a la quietud oscura.
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MALDADES TEMPRANAS
TerrorAquí las historias te resultarán viscerales, se enquistarán; por las noches quizas no duermas, durante el día estarás incómodo, poco a poco ocuparán tu vida diaria. Lo importante es que son solo historias que buscan su propio lugar donde habitar.