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Esperar lo que no va a volver

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Esperar lo que no va a volver

Como cada verano desde hace 15 años , Jennie paseaba por la orilla de la misma playa. Con su bolsita de piedras. Descalza y una pequeña trenza en su pelo castaño

Todo era igual para ella , solo que ya no era una niña. Ahora era una sirena adulta. Su cuerpo había crecido y madurado con ella.

Tanto en su forma humana como en su forma sirena , hipnotizaba con su belleza.

A pesar de que su madre no apoyaba la idea de que visitara a los humanos de vez en cuando tampoco se lo prohibía.

Había aprendido mucho sobre ellos en esos años. A pesar de su fluidez a la hora de hablar , su timidez seguía ahí. Al igual que esa inocencia que le caracterizaba.

Hasta había hecho una amiga. Jisoo , la camarera de un pequeño bar. Obvio no sabía su secreto, pero se sentía en confianza de hablar con ella.

Incluso le habló sobre Lisa. Aquella niña , que en su interior seguía esperando volver a ver.
Supo que aquel señor que vivía en la casa de la playa , había fallecido.
Lo comentaban mucho en el pueblo. Fue un hombre muy querido.

La gente a veces decía que murió de pena de amor, pero ella no entendía porque decían aquello

Lamentaba no haber podido conocerlo. Pero se acordaba de que era el abuelo de Lisa. Así que , tras enterarse de su muerte , supo que quizás aquella niña no iba a volver.

Ya no tendría por qué hacerlo

Pero , la sensación en su pecho , le hacía volver cada semana de verano.
Con una pequeña esperanza , que se iba convirtiendo cada año en una espina.

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Su hermana Rosé , el año pasado se atrevió por primera vez a visitar a los humanos con ella. Le costó convencerla, pues ella no confiaba tanto en ellos.

Pero supo que le gustó , sobretodo aquella camarera que ahora era su amiga. No podía evitar molestarle siempre con eso. Y animarla a ir a verla. Pero su hermana era muy cabezota.

Ese día era el primer día de verano del año. El olor del mar era diferente para ella en la playa que en el agua.

Le encantaba sentir en sus pies la arena y las olas rompiendo en sus tobillos.

Aquella tarde estaba más triste de lo normal. No sabía por qué.
Se sentó y empezó a tararear una melodía.

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Lisa llegó a la isla de Capri a las diez de la mañana. Nada más bajar del taxi la brisa del mar le golpeó no solo en la cara si no en sus recuerdos.

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