4. El plan

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Eren Hawkins


Esa metiche, maligna y petulante pelirroja abandonó el salón como si tuviera un cohete en el culo.

Y detrás de ella fui yo.

Si no arreglo esto, mi reputación estará hundida. Una reputación que no me he molestado en mantener limpia, no hasta ese momento en el que me encuentro expuesto; en el que el verdadero yo se ve expuesto.

Mientras persigo a la niña de melena rojiza por los pasillos de la Universidad, pienso en que mi exabrupto con la —estúpida— chica que se equivocó el nombre de mi libro podría perjudicarme aun más que las —absurdas— preguntas de la pelirroja. Que le he contestado fatal. Eso sí fue un error. Pero fue culpa de Patrick. Oh, por supuesto que todo es culpa de Patrick. Debió detenerme. Lo mataré apenas termine con esto.

Poco después alcanzo a la pelirroja justo cuando ella está a punto de cruzar al próximo corredor. La cojo del brazo, la giro a mi dirección y al mismo tiempo la estampo contra una pared para acorralarla.

Estoy cabreado. No, no solo cabreado, más bien furioso.

La pelirroja da un respingo como reacción ante mi acercamiento.

—¿Quién demonios te crees que eres, eh, pelirroja tonta? —siseo, molesto—. Te has pasado de la puta raya.

Ella pasa del mohín de susto a una expresión indignada en un segundo.

—¿Que me he qué? —inquiere. No sostenía su brazo tan fuerte, entonces le es fácil zafarse de mi agarre con un efusivo jalón y me enfrenta—: Yo solo hice las preguntas como toda buena periodista. El hecho de que tú seas un verdadero gilipollas que engaña a todo el mundo no es mi culpa.

Me le quedo mirando un momento con la respiración agitada y los ojos entornados.

Venga, la pelirroja tiene carácter.

—¿"Buena periodista"? —repito, momentáneamente burlón. Agrego una risita con la nariz, lo que le hace fruncir las cejas y los labios—. En lo único que eres buena es en arruinar verdaderas carreras solo por estar frustrada con tu carrera en la que no ganarás ni un dólar. —Le doy un golpecito en la frente—. Tonta.

El pequeño golpe con mis nudillos la obliga a echar la cabeza para atrás. Cuando me ve, tiene la cara roja del enojo. Al menos ya estamos a mano.

—¿Y sabes tú en lo que eres bueno? —rebate con el mentón en alto.

Hago un gesto pensativo.

—En escribir libros, por supuesto —sonrío de lado.

La pelirroja niega con la cabeza. Menuda sorpresa.

—Eres bueno en engañar a todos tus lectores con tu... estúpida faceta de "escritor romántico, amable y respetuoso", cuando en realidad eres grosero, maleducado y ni siquiera quieres a las personas que leen tu libro; sin ellos no serías nada.

—Y en escribir libros —agrego sin avergonzarme por lo que ha dicho.

—De nada sirve agarrar un bolígrafo y un papel si tus letras son tan vacías como tu corazón.

Eso retoma mi molestia. ¿Pero y esta niña quién se cree? ¿La dueña de la verdad?

Frunzo los labios, hundo las cejas y en un rápido movimiento agarro su muñeca con fuerza. La pelirroja alterna la vista entre mi mano y yo con los ojos muy abiertos, cargados de sorpresa y, aunque no me importe, noto decepción en ellos.

Una decepción que no me interesa.

—No me conoces ni un poco —murmuro a regañadientes.

Doy un paso al frente. La pelirroja intenta retroceder, pero su cuerpo queda entre la pared y yo. Parece apenas percatarse de que se encuentra cerca de mí y ese hecho la descoloca un poco. En otra cosa que soy bueno es en estudiar a las personas, sobre todo a las mujeres. Está agitada, jadeante y tensa por mi cercanía.

Dorado©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora