Los trayectos en coche siempre despertaban en mí dos sensaciones: somnolencia y urgencia por usar el baño. Desde mi asiento trasero, justo detrás del volante, me reclino contra la fría ventanilla y siento cómo la vibración de la carretera, descuidadamente asfaltada, reverbera a través del cristal. Noto un ligero cosquilleo en la nariz, pero no lo suficiente como para impedir que me quede dormida.
Al despertar, nos encontramos frente al hogar de mi abuela. Su morada campestre se sitúa a media hora en coche desde nuestra bulliciosa ciudad. Siempre espero con ansias estas visitas. Dotada de un talento innato para narrar, las historias de mi abuela me envuelven con una fascinación hipnótica. No obstante, en esta ocasión, mi anhelo por verla rebasa cualquier expectativa previa.
Me levanto de un salto en cuanto el vehículo se detiene y corro hacia la entrada de su casa. Allí la encuentro, erguida en el umbral, regalándome una sonrisa. Sus brazos se cierran en torno a mí y un suspiro, que parecía haber estado atrapado en mi pecho por días, se escapa finalmente.
—Qué alegría verte, querida —me dice mi abuela, sin soltarme.
—Yo también estoy feliz de verte, abuela, pero necesito ir al baño.
Me libero de su abrazo y me apresuro hacia el cuarto de baño. La taza del inodoro está fría y doy un respingo al sentarme. Después de resolver mis necesidades, regreso junto a mi abuela, quien ya está charlando con mi madre en el comedor.
Comemos juntas, disfrutando del café y compartiendo historias durante varias horas. Luego, mi madre se retira al segundo piso tras mencionar que el turno de noche la ha dejado exhausta.
—Ven conmigo, Enya —me dice mi abuela, llevándome de la mano hacia la biblioteca.
Siempre he disfrutado explorar la biblioteca de mi abuela. Recorro la habitación sin prisas, observando los lomos de los libros y acariciando aquellos que llaman mi atención. Mi abuela se acomoda en el sillón rojo de la esquina y su mirada llena de cariño revela cuánto me adora.
—Me gustaría mostrarte algo —dice, sin dejar de sonreír—. Quiero darte uno de esos consejos de anciana.
—Cualquier consejo tuyo será valioso —respondo, devolviéndole la sonrisa.
—Escoge tres libros —me pide.
Sin cuestionar su solicitud, paseo de nuevo por la habitación y elijo mi primera opción: un libro de tapa dura con "Misery" inscrito en el lomo. Ya he leído algo de Stephen King antes, así que es el autor, más que el título, lo que llama mi atención. Coloco el libro sobre la mesa y selecciono otros dos: "Siddhartha" de Hermann Hesse y "La voz de los muertos" de Orson Scott Card. Recojo los tres volúmenes y se los muestro a mi abuela.
—Muy bien. Ahora consideremos estas como tus elecciones —dice ella—. Sin embargo, "La voz de los muertos" es el segundo libro de una saga, por lo que no lo comprenderás del todo.
—Entonces, debería cambiarlo —respondo.
—No. No puedes hacerlo —me corrige—. Tienes que leer esos tres libros.
La miro sin saber muy bien qué responder.
—¿Cómo te hace sentir eso? —me pregunta con calma.
—Pues mal —respondo sin pensarlo mucho—. Como si hubiera cometido un error.
—Y lo has hecho. Podrías haber leído la sinopsis antes de elegirlo o haber pedido mi opinión, pero decidiste tomarlo y ahora tienes que leerlo —dice ella con serenidad.
—Cierto...
—¿Te arrepientes? —continúa.
—Supongo que sí —admito.
—Pues aquí va mi consejo: nunca sabemos las consecuencias de nuestras decisiones en el momento en que las tomamos. Eso nos excusa de equivocarnos. Pero arrepentirse, eso no deberíamos hacerlo. Debes aceptar la decisión que tomaste, incluso si fue un error. Aprende de ello y elige mejor la próxima vez —me aconseja con sabiduría.
—Entonces los leeré. Y te diré si me gustaron la próxima vez que nos veamos —concluyo, decidida a aceptar las consecuencias de mi elección y aprender de la experiencia.
Me encanta conversar con mi abuela. Disfruto escucharla, aunque a menudo me lleva tiempo captar por completo sus lecciones. Puedo entender lo que intenta transmitirme, pero a veces me cuesta percibir la verdadera importancia detrás de sus palabras. Saboreo un trozo de su bizcocho casero antes de que mi madre se despierte y nos marchemos a casa.
La noche cae rápidamente, como si la oscuridad tuviera prisa por manifestarse hoy. Me recuesto en el sofá, viendo la televisión mientras los anuncios pasan sin captar mi atención. De repente, el teléfono suena. Mi madre contesta y escucho fragmentos de la conversación, principalmente las intervenciones de ella.
—¿Qué ha pasado?... Justo hoy.... No puede ser cierto... Nos marchamos hace unas horas.... Muy bien.... Sí, gracias.
Luego, mi madre cuelga y me mira con pesar. Devuelvo su mirada con una expresión inquisitiva.
—Es tu abuela. Ha fallecido —me dice con tristeza.
En ese momento, la lección de mi abuela se vuelve clara para mí. Había planeado compartirle mis opiniones sobre los libros la próxima vez que la viera, pero ahora me doy cuenta de que no habrá una próxima vez. Esta es una de las inevitables consecuencias de mis decisiones.
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La Dhira de fuego
FantasyEnya se ve arrastrada a un viaje a través del tiempo después de tomar una decisión aparentemente trivial, y se encuentra sumergida en un mundo completamente ajeno al suyo. Lo más sorprendente es descubrir que ella misma posee poderes sobrenaturales...