Capítulo 4

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Enya ingresó a una pequeña sala custodiada por una profesora, quien la invitó amablemente a situarse junto a las otras once Dhiras que ya se encontraban allí. Observó detenidamente a las demás chicas y, a pesar de compartir el mismo uniforme, se sintió fuera de lugar. Algunas la miraron con recelo, otras con sonrisas amistosas y unas pocas parecían no notar su presencia, manteniendo la vista fija en el suelo. Enya no podía comprender lo diferentes que eran las sensaciones de aquellas chicas en comparación con las suyas. Todas ellas llevaban una vida entera esperando aquel momento, escuchando lo importantes que serían en la lucha contra los demonios y cargando con todas las esperanzas de cada una de las personas que conocían.

—¡Atended ahora, señoritas! —se pronunció la profesora.

Un señor viejo y delgado que se encontraba, de forma muy discreta, situado en una esquina de la habitación, avanzó para situarse frente a las doce Dhiras.

—Buenos días, señoritas. Es realmente un placer conocerlas y me llena de dicha ver un grupo tan numeroso este año; el año pasado tan solo tuvimos tres. Parece que los ángeles han escuchado nuestras súplicas —dijo con una sonrisa amable mientras recogía una pequeña planta que estaba sobre el escritorio tras su discurso.

Hizo una breve pausa y continuó:

—En breves instantes deberán enfrentarse a unas pruebas que nos permitirán apreciar su poder —anunció el anciano, colocando la planta sobre un pequeño taburete—. Esto es una Táfilos Dormea. Estas plantas reaccionan de una forma muy curiosa frente al poder de las Dhiras. Cuando una Dhira imbuye una pequeña cantidad de poder en ellas, transforman ese poder en una reacción elemental que determina a qué elemento es más afín. Cuando salgan ahí fuera, deberán darles un poquito de su poder en dos ocasiones y de dos formas muy distintas. Me temo que yo no soy igual que ustedes, así que permítanme presentarles a Morgan Durin, la Dhira de Armos.

Las puertas de la habitación se abrieron de nuevo y una mujer de mediana edad entró. A pesar de su edad, tenía un aspecto joven y saludable. Su cabello era negro y muy liso, sus ojos grises y sus pestañas largas, pero lo más impresionante era su estatura, que destacaba aún más al situarse junto al anciano que la había presentado, quien no era particularmente alto ni corpulento.

—La señora Durin os mostrará cómo realizar la prueba —concluyó el anciano, recogiéndose de nuevo en su esquina.

La imponente Dhira no hizo ni el más mínimo movimiento. Durante varios segundos, observó en silencio a las chicas frente a ella. Cualquiera se hubiera sentido juzgado y menospreciado al recibir una mirada así. Enya sintió que sus ojos se posaron durante más tiempo del necesario sobre ella y se preguntó si realmente estaba tan fuera de lugar como sentía. ¿Era posible que la Dhira notara que su alma no pertenecía a ese cuerpo? A pesar de que su expresión indicaba que algo le había llamado la atención, su comportamiento solo dejó una sensación de incertidumbre en Enya.

De repente, la Dhira levantó ambos brazos hasta situarlos frente a ella misma, dirigió la palma de sus manos hacia arriba y cerró los ojos. Pronunció algo en un idioma que Enya no reconoció y un aura blanca y tenue rodeó el cuerpo de la mujer. Luego, giró una de sus palmas hacia abajo y toda esa luz se acumuló ahí. Con cuidado, acercó su mano a la planta que aún reposaba sobre el taburete y esta empezó a moverse con una gracia natural. Sus hojas se contonearon suavemente hasta que la Dhira tensó su mano y una gran ráfaga de viento despojó a la flor de todos sus pétalos.

—En resumidas cuentas, eso sería todo —sentenció Durin con lo que parecía intención de no dar más explicaciones.

—Señora Durin —intervino el anciano desde su esquina—. Sé de sobra que le preceden muchos años de experiencia, pero estas señoritas necesitan una explicación detallada de lo que deben hacer. Ha pasado bastante tiempo, pero usted también estuvo en esa fila un día.

La Dhira de fuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora