Era junio, y sus clases del primer año universitario habían concluido. No siendo una persona particularmente sociable, pasaba la mayoría del tiempo en casa, en su habitación, encontrando entretenimiento en actividades simples como la lectura o el dibujo. Sentada en su escritorio, rodeada de libros, dibujos y papeles, su cabello suelto caía sobre sus hombros mientras jugueteaba con un lápiz entre sus dedos. Las paredes no estaban adornadas con fotografías y pósteres como lo estarían en la habitación de la mayoría de personas de su edad; en su lugar, estaban cubiertas de sus propias ilustraciones y dibujos. Siendo creativa pero también impulsiva, cuando se cansaba de alguno, lo arrancaba y lo reemplazaba con uno nuevo.
Una pequeña ventana a su espalda dejaba entrar una leve brisa y los últimos rayos de sol de la tarde. Sostenía el lápiz con fuerza mientras intentaba plasmar en papel la imagen en su mente, pero cada trazo parecía torpe y desordenado. Cada error aumentaba su frustración, su respiración se hacía más pesada. Finalmente, arrojó el lápiz sobre el escritorio y se tumbó en la cama, sintiendo la suavidad de las sábanas y las almohadas debajo de ella. Cerró los ojos y se esforzó por liberar su mente de la tensión acumulada.
Enya se encontraba en una de sus posiciones habituales, aunque no favoritas: tumbada boca arriba en su cama, cuestionándose por qué malgastaba tanto tiempo en actividades que no disfrutaba y por qué resultaba tan difícil dedicarse a las que realmente le apasionaban. Atrapada en una vida cómoda y segura, rodeada de gente que la quería y con más oportunidades que muchos otros, sentía culpa por simplemente estar tumbada sin hacer nada más que lamentarse. Aún tenía el cabello húmedo; tenía la costumbre de no secarlo tras ducharse, pero como nunca se resfriaba, no le parecía un problema.Su madre, quien trabajaba como enfermera y a menudo hacía turnos dobles por las noches, le había dejado la cena lista en la cocina: un par de filetes de ternera con guisantes. Ellas dos eran las únicas habitantes del pequeño piso en el que vivían. El padre de Enya, Robert, falleció mientras ella aún estaba en el vientre de su madre, por lo que nunca tuvo la oportunidad de conocerlo. Su madre solía hablar de él como un hombre amable, tranquilo y hablador. Enya a menudo se preguntaba cómo habría sido si él estuviera allí, cómo habrían sido sus conversaciones y qué consejos le habría dado. A veces sentía tristeza y nostalgia por algo que nunca llegó a tener siquiera.
Pasaba mucho tiempo sola y, últimamente, la soledad le estaba afectando más de lo que podía admitir. Sus pensamientos, como una planta regada en exceso, la ahogaban cada día más en un mar de incertidumbre.
Ella era consciente de que atravesaba simplemente una mala racha que se prolongaba más de lo deseado. Mantenía la esperanza de que, si tenía la paciencia suficiente, el próximo capítulo de su vida traería consigo más emoción y el impulso necesario para salir adelante.
La ironía reside en que tendrá que sacrificar mucho más de lo planeado y esperado para poder leer las páginas que narraran la siguiente etapa de su vida. Ciertos sacrificios, como tarde llegará a comprender Enya, no reciben compensación; la decisión de hacerlos debe tomarse mucho antes de conocer sus frutos o si estos existen. Queda por ver si el suyo merecerá la pena.
Y allí estaba, recostada y contemplando el techo donde las primeras manchas de humedad comenzaban a aparecer, sumida en un interrogante sin respuesta. La falta de actividades en lo que había sido un día tedioso la mantenía alejada del sueño, así que se dedicaba a observar la quietud de su habitación, dejando que sus pensamientos se perdieran más allá de lo previsto, mientras ocasionalmente sentía una desagradable presión en el pecho.
A pesar de no experimentar ni un ápice de cansancio, sus párpados se cerraron de repente y cayó en un profundo estado de inconsciencia. Al principio, sus sueños la llevaron hasta su madre. La veía sentada frente a ella, con las piernas cruzadas y una taza de café en las manos, aunque no podía escuchar sus palabras, sabía que estaba hablando de su padre.
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La Dhira de fuego
FantasyEnya se ve arrastrada a un viaje a través del tiempo después de tomar una decisión aparentemente trivial, y se encuentra sumergida en un mundo completamente ajeno al suyo. Lo más sorprendente es descubrir que ella misma posee poderes sobrenaturales...