Tori rara vez había llorado. Se sentía como si el mundo estuviera en su contra en contadas ocasiones. La primera vez fue cuando su padre le dijo que no valía nada por ser mujer, la segunda fue cuando sus hermanos murieron, y la última cuando su maldito padre intentó venderla por unas míseras monedas. Ni siquiera lloró por la muerte de ese maldito viejo; siempre quiso que ese bastardo muriera, pero Kami Sama debió hacerla sufrir. Su amada madre, la única que realmente la entendía, tuvo que partir para dar a luz a su último hermano. Siempre culpó a su padre; siempre quiso cortarle el cuello por haber condenado a la persona que más amaba, por solo querer más hijos para la guerra. Kami Sama los trataba como meras herramientas; ni siquiera mostró arrepentimiento cuando enterraba a sus hermanos. "Haaa," comenzó a gritar con fervor, queriendo desahogarse lo más que pudiera de toda su maldita vida. Quizás todo hubiera sido mejor si hubiera nacido hombre, pero no, nació mujer, una maldita mujer que no tenía ni voto ni voz.
Corriendo por el bosque en un intento de escapar de sus problemas, aunque sabía que eso sería considerado cobardía, ella no quería estar en esa reunión de malditos viejos que querían casarla con el mejor postor sin darle voz alguna. No supo cuánto tiempo corrió, pero sabía que sus pies debían estar destrozados por el esfuerzo sin protección. De repente, chocó con el cuerpo de una persona, llevándola consigo al suelo.
"Carajo".
"Madara", exclamó, reconociendo al Uchiha, cuya expresión denotaba enojo.
"¿Tori?" La expresión de Madara se calmó al reconocer a la chica, quien aún tenía lágrimas en su rostro. "Estás llorando".
"¡No me mires!", exclamó Tori, golpeando la cara de Madara para evitar que la viera llorar.
"¡Carajo, Tori, creo que me rompiste la nariz!", dijo, apartando a la chica para cubrir su nariz, que por suerte no se fracturó. "Eso dolió." Su Sharingan se activó por instinto de supervivencia, observando a la chica, quien intentó escapar pero tropezó contra un árbol. "Eso debe doler", murmuró, bajando la mirada para ver el terrible estado de los pies de Tori. "Pero ¿cómo...?"
"¡No digas nada, no quiero tu compasión!", interrumpió Tori.
"Tus pies están destrozados. ¿Acaso corriste desde tu clan hasta el Clan Uchiha?", preguntó Madara.
"¿Eh?" Tori estaba confundida y sorprendida. No pensó que había corrido tanto, pero el dolor la volvió a conectar con la realidad. "Esto duele", dijo, intentando agarrar sus pies para calmarlos, pero solo empeoró las cosas, gimiendo de dolor. "Maldición", añadió, llorando levemente por el dolor e impotencia. "¡No me mires, Madara!", gritó Tori, intentando tapar su rostro para que el Uchiha no pudiera verla. "Déjame sola, por favor".
Esas palabras resonaron en la mente de Madara. Nunca en el poco tiempo que había conocido a la chica ella había pedido perdón o rogado. "Puedo ayudar..."
"¡No entiendes que quiero que te vayas al carajo! ¡Quiero que me dejen sola porque nadie puede entenderlo!", exclamó Tori, sus ojos pesar de las lágrimas, comenzaron a mostrar determinación. "¡Lárgate y déjame sola!".
"¡Te vas a morir!", advirtió Madara.
"¡Entonces que así sea! ¡Me vale un carajo seguir viva, Madara! Porque ¿para qué seguir si solo soy tratada como un maldito objeto que puede ganar poder para esos viejos? Incluso cuando ese maldito está enterrado bajo tres metros sigue controlando mi vida. Ni siquiera tengo permitido ser una niña normal. Seguramente incluso planearon cómo es que debo morir, pues esto sería lo mejor para mí: acabar en el territorio", desahogó Tori.
"Cállate", interrumpió Madara, tomando del hombro a Tori. "¿Cómo es que has terminado así?".
"¿No escuchas o tu cabeza está hueca? ¡Te acabo de decir que no tengo ningún motivo para seguir!", respondió Tori.