Habían pasado varios días desde que el daimyō le proporcionó a Hashirama los recursos necesarios para construir la aldea. Aunque por ahora solo era un pequeño pueblo, la sensación de paz era reconfortante… o al menos eso dirían quienes no prestaban suficiente atención. Porque si bien los aldeanos parecían ajenos a la tensión, los Senju y los Uchiha aún se observaban con desdén, cada uno manteniéndose en su propio sector. Cuando la interacción entre ambos clanes era inevitable, la llevaban a cabo con una evidente incomodidad.
"Esto es molesto."
Tori suspiró con fastidio, dejándose caer sobre la cama de su… ¿amante? Si es que podía llamarlo así. Madara Uchiha era un enigma en muchos sentidos, y aunque ella desconocía exactamente qué representaba para él, sabía que le llevaba un par de años y que era, sin lugar a dudas, el hombre más codiciado, incluso entre algunas mujeres del clan Senju. Había oído comentarios al respecto. Algunas admitían, con cierta reserva, que Madara era atractivo.
"Si supieran lo que sé…"
Porque si bien Madara podía ser intimidante y feroz en la batalla, en asuntos del romance era más inexpresivo que una roca. Claro que ella no estaba en posición de criticarlo: en ese aspecto, Tori era igual o incluso peor. Aun así, había algo que debía admitirle cuando se trataba de ciertos actos, Madara era todo menos frío. Era apasionado, entregado… y lo que más la sorprendía: cariñoso. Después, sin importar lo agotados que estuvieran, él insistía en abrazarla, como si temiera que ella desapareciera en cuanto se durmiera. No le importaba que ambos apestaran a sudor y a otras cosas que prefirió no mencionar en voz alta.
"Le preguntaré hoy."
Poniéndose una de las batas que Madara tenía por ahí, se dirigió al baño. El agua caliente relajó sus músculos tensos mientras sus pensamientos la llevaban inevitablemente a reflexionar sobre lo que había estado haciendo con ese hombre.
Sabía que, a pesar de todo, no lo odiaba. De hecho, ni siquiera podía decir que le desagradaba. Y estaba segura de que él tampoco la odiaba; de lo contrario, no dormiría a su lado cada vez que ella venía a verlo.
"¿Pero qué somos realmente?"
Era una pregunta que nunca se había atrevido a hacer en voz alta. Tori no era alguien que se detuviera a pensar en asuntos sentimentales consideraba que eran una distracción innecesaria pero cuando se trataba de Madara, las cosas no eran tan simples.
"Eres cálida."
La voz de Madara irrumpió en su mente en forma de un recuerdo.
Había sido después de uno de esos encuentros en los que ambos terminaban exhaustos. Tori apenas había tenido tiempo de recuperar el aliento cuando sintió los brazos de Madara rodeándola. Normalmente, habría encontrado ese contacto innecesario, pero esa noche no se apartó.
"No sabía que alguien como tú podía ser tan meloso." Su tono fue burlón, pero no pudo evitar notar la forma en que Madara apretó ligeramente el abrazo.
"No exageres. Solo digo la verdad."
Tori no respondió. La sensación de su calor, el ritmo pausado de su respiración… le resultaban más reconfortantes de lo que habría querido admitir.
Sacudiendo la cabeza para despejar esos pensamientos, terminó de asearse, secándose rápidamente y cepillándose los dientes. Sabía que había traído muchas de sus cosas a la casa de Madara, tanto que prácticamente parecía que se hubiera mudado allí sin darse cuenta.
"Parece más mi casa que la de el." pensó con ironía mientras se ponía su habitual atuendo negro. Aunque, ahora que lo pensaba, tal vez debería hacer algo con el vestuario de Madara. Tenían casi el mismo estilo y color de ropa; cualquier persona con mal sentido de la vista podría confundirlos.
