Capítulo II

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Mis padres se asentaron en la vieja casa, a la que ahora podían llamar hogar. Tras muchos esfuerzos, poco a poco fueron reconstruyendo la vivienda. En dos meses, ya se podía llamar a ese edificio casa. La pintaron con cal, como era costumbre en aquel pueblo, y la decoraron con viejos muebles que iban recogiendo y restaurando. Por desgracia, los pocos ahorros que llevaban consigo ya estaban llegando a su límite. Ese era el momento para buscar un empleo.

Según me contaron, fue lo más difícil que han hecho nunca. Encontrar trabajo en un pueblo pequeño, en el que ya hay poco trabajo de por sí, y donde nadie te conoce, fue una tarea ardua. Pasó casi medio año viviendo de la caridad de los vecinos, hasta que mi madre encontró un empleo. Aquel, por estar situado en un istmo rodeado de playas, era un pueblo pesquero. Una de las vecinas, cuyo marido trabajaba con un pequeño barco pesquero, le enseñó el arte de tejer y remendar las redes de pesca. Y así comenzó a trabajar en uno de los puertos de la zona.

El trabajo era bastante duro y mal pagado. Trabajaba entre doce y catorce horas seguidas, tejiendo y remendando redes. Al caer el atardecer, cuando ya no había luz natural, volvía a casa con su escueto salario y las manos destrozadas.

Mientras mi madre iba todos los días al puerto, mi padre se ocupaba de seguir reformando la casa. En algunas ocasiones, los vecinos le pedían que hiciese alguna pequeña obra o arreglase algún desperfecto, quizás más por caridad que por necesidad real. A pesar de todas las dificultades, ellos estaban muy felices, y su sueño de formar una familia era como un motor que les permitía seguir hacia delante.

Más tarde, mi padre consiguió empleo en uno de los barcos pesqueros, cuando se jubiló uno de los dueños y su hijo heredó el barco. Me explicó que aquel barco era muy pequeño, de color blanco con un par de salvavidas color beige, y que apenas contaba con una cabina donde estaba el timón. Salía todas las mañanas antes del amanecer. Tenía que preparar las redes y las cañas que iban a utilizar durante la jornada. Según como fuese la pesca, volvían a puerto entre las doce del mediodía y las seis de la tarde para luego llevar el pescado fresco a la lonja, donde lo preparaban para su venta. Por último, limpiaban todo y recogían las herramientas de pescas y las redes. Cuando habían terminado, ya hacía tiempo que había oscurecido. Así estuvieron durante casi un año.

Tras ahorrar una cantidad suficiente de dinero, decidieron dar el siguiente paso en su gran proyecto de vida: tener un hijo. Y así nací yo. 

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