Capítulo 6

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La luz que se filtraba por la ventana me irritaba, exacerbando el dolor de cabeza que ya sentía. Con molestia, cubrí mis ojos con el brazo, intentando retomar el sueño. Pero mi intento fue interrumpido bruscamente cuando sentí que alguien me agarraba el cachete con fuerza.

- ¡Oscar, te has quedado dormido toda la mañana! - exclamó Erizo, tratando de hacerme levantar.

Con pesadez, comencé a levantarme, sintiendo todo mi cuerpo extremadamente pesado. Bostecé mientras intentaba volver a sentarme adecuadamente. Observé cómo Erizo fruncía el ceño.

- Tu aliento tiene un olor fuerte, ¿qué tomaste? - me preguntó Erizo con una mirada de curiosidad.

- Creo que es el enjuague bucal, - respondí, esquivando la verdad. Las mentiras se habían convertido en algo demasiado común en nuestra relación.

Erizo asintió, aunque su expresión mostraba cierta duda. Luego, tomó mi mano.

- Vamos a que comas algo, mis padres ya se fueron a trabajar, - me dijo. Simplemente la miré y permití que me guiara hacia la cocina. - ¡Quédate sentado, yo te preparo algo! - exclamó con un entusiasmo que hacía tiempo no veía en ella. Una sonrisa se dibujó en mi rostro al disfrutar de este ambiente nostálgico, recordándome a tiempos más felices.

Disfruté del desayuno que Erizo había preparado, mientras ella observaba en silencio cómo comía, sus ojos mostraban un vacío que, curiosamente, no me incomodaba. Nuestra calma fue interrumpida cuando ella finalmente habló.

- Pasemos toda la tarde viendo películas en la sala, - propuso mientras se levantaba. Ver películas se había convertido en nuestro refugio; Erizo aún no se sentía lista para enfrentar el mundo exterior. - Voy a buscar una manta para acostarnos en el sillón, - dijo con una sonrisa, reviviendo un poco del brillo habitual en su rostro mientras se dirigía al cuarto de sus padres.

Me quedé solo en el comedor, me levanté con el plato vacío y me dirigí al lavaplatos para limpiarlo. Mientras el agua caía sobre mis manos, mi mirada se perdía en las gotas que resbalaban entre mis dedos. Una vez terminé, me dirigí al sillón. Tenía que admitirlo, la sala de Erizo siempre había sido muy elegante, con una enorme pantalla en la pared, algo de esperarse dada la buena posición económica de sus padres.

Los minutos pasaban y Erizo no volvía. Comencé a preocuparme. Dudoso, me levanté y me dirigí al cuarto de los padres de Erizo. Sabía que no era correcto husmear en casa ajena, pero la ansiedad por la ausencia de Erizo me empujó a actuar. La puerta estaba entreabierta. La empujé suavemente, abriéndola poco a poco. Lo que vi me dejó helado: Erizo sostenía un arma en sus manos, la misma que, si no mal recordaba, el padre de Erizo guardaba por seguridad del hogar.

Al verla, la llamé con nerviosismo, temiendo lo peor. - Erizo...- mi voz se quebró ligeramente.

- Oh, Oscar, - respondió ella, sin apartar la vista del arma. Empezó a levantar el cañón hacia su cabeza mientras me miraba fijamente. Paralizado por el shock, no pude moverme.

De repente, hizo un gesto como si apretara el gatillo y exclamó con una risa: - ¡Boom! -

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De repente, hizo un gesto como si apretara el gatillo y exclamó con una risa: - ¡Boom! -

Me quedé inmóvil, sin reacción, mientras ella continuaba riendo. "¿Te asusté?" preguntó acercándose y guardando el arma en su lugar. Luego, me envolvió en un fuerte abrazo.

- Tontito, yo no haría eso, - murmuró en mi oído, su voz era suave pero cargada de una intensidad sombría.

- Al menos que tú te alejes de mí...- añadió en un susurro apenas audible. Escuchar esas palabras me envió un escalofrío que recorrió todo mi cuerpo.

No lograba articular palabra alguna; mi corazón martillaba en el pecho, desbocado por el impacto de sus últimas palabras y la escena que acababa de presenciar. El terror de pensar que podría haberla perdido se mezclaba con el miedo a su creciente dependencia hacia mí, una situación que me aterraba profundamente. Sabía que, si continuábamos así, ella no podría avanzar por sí misma.

- ¡Vamos, nos espera una tarde genial! - exclamó Erizo, tomando mi mano y sonriendo con un brillo que no alcanzaba a ocultar la tormenta detrás de sus ojos. A pesar de su entusiasmo, en lo más profundo de mí, reconocía la grave realidad: Erizo estaba perdiendo su estabilidad mental. Era imperativo encontrar la manera de ayudarla a sanar, antes de que la situación escapara de control.

Mientras avanzábamos hacia la sala, me solté suavemente de su agarre. Erizo me miró, una mezcla de sorpresa y preocupación en su rostro.

- ¿Pasa algo, Oscar? - preguntó, sus ojos buscando los míos en una conexión cargada de emoción.

- Yo...- comencé, la voz me temblaba. - Sentía que te iba a perder...- Las palabras se me atragantaron y las lágrimas comenzaron a brotar de mis ojos. Sin poder sostenerme más, me dejé caer de rodillas al suelo, la mirada clavada en las baldosas frías.

- Perdóname, - susurró Erizo, arrodillándose frente a mí y levantando mi rostro con sus manos. Sus ojos, empañados de lágrimas, no apartaban la mirada de la mía. - Fui una idiota, nunca me iría de tu lado. Eres la persona que más amo en este mundo, la persona que me brindó sus brazos para sentirme protegida, la persona con la que quiero pasar el resto de mi vida. - Sus palabras brotaban sinceras y llenas de amor.

Lentamente, se inclinó hacia adelante y me besó en los labios, un contacto dulce y lleno de significado, pero se apartó casi de inmediato. Su mirada se perdió en el vacío, como si un recuerdo doloroso hubiese resurgido de repente, ensombreciendo su expresión.

Rápidamente reaccioné y me acerqué a ella, mis manos sujetando su rostro con suavidad. - No deberías haberme besado si no querías...- expresé, preocupado por su reacción.

- No, solo me vinieron malos recuerdos... - respondió, su mano acariciando mi mejilla con ternura. - Pero sé que tú no me harás daño, - agregó, antes de sellar sus palabras con otro beso en mis labios. - Vamos - dijo luego, levantándose. La seguí en silencio, sintiendo un nudo en la garganta ante la complejidad de emociones que se agitaban en nuestro interior.

La tarde dio paso a la noche, y un ambiente un poco más apacible se instaló, recordándome tiempos pasados. Observaba cómo Erizo hacía un esfuerzo por avanzar, aunque sabía que el camino estaría plagado de altibajos. Pero yo estaba decidido a estar a su lado, pase lo que pase.

De repente, un sonido de golpes en la puerta interrumpió la tranquilidad nocturna. Era extraño, especialmente a esa hora. Si fueran los padres de Erizo, habrían abierto con sus llaves. Me levanté del cómodo sillón, dejando a Erizo absorta en la película. Al abrir la puerta, me encontré con dos hombres que llevaban placas en el pecho.

- Buenas noches, señor. Soy el detective Johnson y mi compañero es el detective Karl. Estamos buscando al señor Oscar Peltzer, - dijo el primero de manera amable, planteando su pregunta con cortesía.

Changes | Oscar x Erizo (+ 18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora