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Me había despertado con mucho dolor en el pecho, no podía respirar del dolor. Le grité a mi mamá para que me ayudará, entro tan rápido como pudo, ella le grito a mi hermana para que alistara el auto, mi padre estaba de viaje, tuvieron que llevarme a emergencia, eran las 04:30 de la madrugada.

Sentía mucho miedo a morirme, no quería irme, no todavía. Mi mamá estaba muy alterada, íbamos en el auto a una velocidad máxima. Yo estaba muy mal.

Llegó un momento en que ya no podía respirar por mi misma, ya estábamos llegando pero en ese momento todo se hacía eterno, sentí como la vida se me estaba yendo de mi cuerpo.

El aire no llegaba a mis pulmones y sentir ese dolor punzante como si te estuvieran clavando un cuchillo una y otra vez. El dolor no sesaba.

Mi hermana estacionó el coche cerca de la entrada de urgencias, mi madre me cargo en sus brazos y yo ya no podía oír ni responder.

Había ingresado por aquella puerta donde ingresan todas las personas que están ¿Por morir? Mi terror era ingresar y no poder salir más de ahí.

—¡Ayuda por favor! — gritó aquella señora con su hija en brazos — se me está muriendo mi hija en brazo.

Finalizó, mientras intentaba sostener lo más que podía a su hija.

La gente miraban como aquella señora suplicaba, abrieron el paso para que los enfermeros pudieran pasar junto a la camilla y el doctor que se iba poniendo el estetoscopio.

Los enfermeros tomaron a la niña para ponerla a la camilla, comenzaron a darle aire. Ella no reaccionaba, era un momento de desesperación.

Su madre y hermana quedaron ahí esperando, ya que no podían entrar aunque quisieran.

Ya habían pasado más de veinte minutos que había ingresado Rosé, aún no habían respuesta de ella.

—Mamá, por favor siéntate. Ella va a estar bien — dijo Alice dándole calma a su madre.

—¿Y si ella no sale esta vez? — respondió entre lágrimas —Aún es una niña para irse.

Abrazo a su hija mayor.

—Ella saldrá de ahí, así que no te preocupes — Alice abrazo más fuerte a su madre, tratando de consolarla.

Unos minutos después, sale él médico que recibió a Rosé.

—¿Familia de la paciente Park? — llamó con una libreta en la mano.

—Acá doctor — respondió la madre de Rosé — ¿Cómo está ella?

Preguntó sosteniendo la mano de su hija mayor.

—Ella está bien, la pudimos estabilizar. Ahora estará en la sala común y ya mañana podrá irse a casa — Habló aquel señor gordo y alto.

—Gracias a Dios — dijo la señora.

—Me temo que en unos meses más deberá ser operada, su corazón está funcionando solo un 60% la cuál es bastante riesgoso. Debera cuidarse más de lo normal —dijo —No sabemos hasta cuando podrá resistir.

—Los medicamentos que toma no están funcionando, ¿Verdad? —preguntó con angustia la joven.

—Lamento decirle que no están funcionando, ella tendrá que realizar otros estudios para que pronto se someta a una cirugía pero para mí punto de vista creo que deberá recibir un trasplante —dijo el profesional.

—Nada funciona en su cuerpo —susurró la mayor.

—Con la cirugía en la que se someterá se podrá saber si necesita un nuevo órgano —explicó —y si es que lo necesita, sólo esperamos a que llegue un trasplante lo más pronto posible.

Terminó de decirle eso el médico, para luego marcharse del lugar.

Ambas mujeres quedaron atónitas por la noticia, sabían que si la cirugía no funcionaba debería recibir un corazón nuevo y si no llegaba el nuevo órgano su hija moriría.

En la sala

Se escucho unos golpes  y la puerta se abrió.

—¿Alice? — respondió Rosie con debilidad.

—Ohhh mi niña, ¿Cómo te sientes ahora? — preguntó la mayor mientras la abrazaba.

—Mejor que hace unas horas — dijo largando una pequeña sonrisa —¿Dónde está mamá?

Preguntó mientras rascaba su nuca.

—Ella ya vendrá, fue a buscar a papá — Le respondió mientras depositaba un beso en su sien.

—¿Hasta cuando estaré acá? — miró a su hermana esperando su respuesta.

—Hasta mañana — respondió largando un suspiro.

—¡Genial! — habló con felicidad —asi me quitan estos aparatos de mí cuerpo.

—Debes descansar un poco ¿Si? —dijo la mayor y Rosé asintió.

Las horas pasaron, mientras yo seguía ahí en la sala.
Cuando desperté en la sala estaba mamá, leyendo la biblia. Se veía pálida y con los ojos hinchados, supongo que de tanto llorar.

Mis ojos pesaban un poco, estaba agotada. Tenía mi mente en blanco, miraba el techo. Al instante entró una enfermera, encendió la luz y se acercó a mí.

Retiró la delgada manguera de mi nariz, luego despegó muy despacio el adhesivo que pegaba la aguja incrustada en mi mano derecha, todo lo retiro despacio.

Ya lo había quitado del todo, poniendo un pequeño pedazo de algodón junto a una pequeña curita en la herida. Mi mano estaba morada.

No había traído nada, solo la ropa de cama. Mi madre me había traído ropa limpia, un buzo, una remera de tirantes finos y unas pantuflas.

Ella me ayudó a cambiarme, lo hicimos despacio porque no tenía mucha fuerza. Papá esperaba afuera, baje por el ascensor en una silla de ruedas y con barbijo. Mamá no decía nada, tal vez esté cansada, no ha dormido nada.

Era agotador estar en un hospital, la entendía. Llegamos al vehículo, ahí estaba papá. Me ayudó a subir al a ciento trasero, mientras mi madre devolvía la silla de ruedas.

Nos dirigimos a casa, nadie hablaba de nada. Solo se escuchaba la radio sonar en volumen medio. A veces el silencio asusta.

Estabamos esperando a que cambiara el semáforo, había mucho tráfico.

Volvió a poner marcha el auto, yo miraba el paisaje. Y pensaba en que hubiera sido si no hubiera despertado, que pasaría con todo lo que había planeado, con mis sueños, con mis amigos. Trataba de pensar en el mañana, si mañana despertaría cuando me vaya a dormir. O que pasaría en unas horas más, con mis mascotas ¿Quién cuidaría de ellos? ¿Que pasaría con mis padres y mi hermana? ¿Me reemplazarían?, eran tantas cosas en mi cabeza, no quería seguir pensando en esas cosas, porque tal vez si pase.

Mi vida quedaría a mitad de camino, yo no disfruto de la vida, no estando enferma.

La esperanza cada vez se perdía más y más. Solo me tengo que mantener viva, disfrutar al máximo cada momento junto a mi familia y amigos.

Ya el lunes volvería al colegio, pero estaba indecisa si ir o no.

Llegamos a casa y estaba mi hermana con su novio quiénes me recibieron felices y también estaba el pequeño Milo, mi perro.

Solo sé que cada día que pasa era más difícil mantenerme viva.



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