Jin
Jungkook es un ligón incesante.
Debería desanimarlo, ya que estoy aquí para trabajar, no para jugar a lo que sea. Pero, sinceramente, no me atrevo a hacerlo. No sólo porque es una distracción bienvenida de la tragedia de esta situación, sino por el simple hecho de que Jungkook está condenadamente bien.
Hacía mucho tiempo que no tenía a alguien interesado en mí de la forma en que él lo está tan claramente. No me hago ilusiones de que Jungkook busque algo más que un polvo rápido. Pero no he salido, no me he enrollado ni he tenido citas, en años. Ha sido demasiado duro con todo lo demás que está pasando. Y se siente bien, ser deseado de nuevo. Tener a alguien que me mire como él lo hace.
Yo solía ser como Jungkook. Un coqueto. Un poco más despreocupado con mis sonrisas. Hace diez, quince años, no habría dudado en corresponder a su interés. Incluso podría haber sugerido deslizarme dentro del almacén al final del granero para un rapidito.
Pero ya no soy el mismo hombre de entonces. Sin embargo, Jungkook me tienta a olvidar todo eso. Al menos por una noche.
Llevamos así varias horas cuando suena mi teléfono dentro del bolsillo. Excusándome, salgo para contestar.
—¿Diga?
—Los abuelos no tienen las galletas buenas —dice una vocecita en lugar de un saludo—. Tienen las que no son de marca. Y el abuelo dice que es porque son más baratas, pero más no significa mejor, papá.
Suelto una carcajada.
—No, no significa eso, calabacita.
—Quiero que vuelvas a casa.
Se me aprieta el pecho ante la tristeza que se esconde tras el tono aflautado de mi hija. Exhalo un suspiro lento.
—Lo sé, pero van a ser unos días.
—¿Por qué tienes que estar fuera tanto tiempo?
—Oh, Winnie. —Me acerco a la valla cercana, coloco mi sombrero sobre un poste y me apoyo en la barandilla. El viento se siente fresco contra mi pelo sudoroso, y respiro el aire con olor almizclado a animal antes de contestar—. ¿Recuerdas lo que hablamos?
—Sí —dice con un resoplido—. Tengo diez años. Tengo buena memoria, no como el abuelo.
Mis labios se crispan.
—Cierto. Lo que significa que recuerdas que te hablé de los animales que necesitan mi ayuda.
Winnie suspira exasperada sólo de la forma en que puede hacerlo un niño.
—Sí —dice finalmente.
—Y estuvimos de acuerdo en que mi ayuda era algo bueno —continúo.
—Sí —dice de nuevo, un poco más cabizbaja.
—Sólo serán unos días —le digo suavemente, aunque me arda la garganta—. Puedes volver a llamarme a la hora de acostarte si quieres un cuento.
—Si te hace sentir mejor —dice Winnie sabiamente, y yo esbozo una sonrisa.
—Definitivamente lo haría —estoy de acuerdo—. Así que llámame dentro de unas horas. Y hasta entonces, prueba las otras galletas. Quizá te gusten.
—Ni siquiera son peces de colores, papá. Son pingüinos. Pingüinos.
Resoplo una carcajada.
—Te quiero, Calabacita.
—Yo también te quiero —murmura ella—. La abuela quiere saludarte.
—De acuerdo. Pásamela.

ESTÁS LEYENDO
Una oportunidad para amar de nuevo
RandomAdaptación hecha al Kookjin, historia de Harrison personaje de la adaptación "Décadas de amor"