CAPITULO XI

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Jin

Cuando encuentro a Jungkook y Winnie en el salón, están dentro del fuerte de Winnie. Los pies de Jungkook sobresalen por el extremo, y la visión es tan condenadamente entrañable que tengo que taparme la boca, no sea que se me escape algún sonido.

Me tiemblan ligeramente las manos, la adrenalina sigue disparada como desde que llegó Jungkook. En el momento en que lo vi en mi puerta con esa gran sonrisa y esos cálidos ojos marrones, se me revolvieron las tripas y supe que había cometido un error.

Pero no el que yo creía.

Me alegra que Jungkook no se molestara porque no le advertí sobre Winnie. Me alegra que no se fuera de aquí en cuanto se enteró. Pero sobre todo, me alegro de que me llamara la atención. Porque fue una jodida insensibilidad invitarle aquí sin prepararle para lo que se iba a encontrar.

Tiene todo el derecho a estar enfadado conmigo. Tal vez eso es incluso lo que quería. No puedo perder al hombre si nunca tuvimos una relación para empezar, ¿verdad?

Pero Jungkook... No, Jungkook está dentro del fuerte de mi hija, con los pies sobresaliendo porque es demasiado alto, la voz baja y ronca mientras le dice a Winnie que le gustó su libro. No se ha escapado.

Me aclaro la garganta.

—Winnie, es hora de prepararse para ir a la cama. 

Ella gimotea, como sabía que lo haría.

—Cinco minutos más.

—Uno —contesto.

—Ooh, suena serio —dice Jungkook, provocando una sonrisa en mis labios.

Winnie dice algo en voz demasiado baja para que yo no pueda oírlo, y espero mientras aprovecha hasta el último segundo de su último minuto. Cuando vuelvo a aclararme la garganta, sale de las sábanas de mala gana.

—Recoge primero —le recuerdo, dirigiéndome a una esquina del fuerte.

Winnie asiente, agarra un extremo y tira. La cara de Jungkook aparece debajo de mí y sonríe. Justo antes de que el resto del fuerte le caiga encima.

Tigger sale corriendo del amasijo de mantas, sábanas y almohadas del sofá, con la lengua fuera, y Jungkook gime de forma teatral, con los pies pataleando débilmente.

Resoplo.

—Oh, no —digo inexpresivo—. Lo hemos aplastado.

—Sólo son mantas, Jungkook —dice Winnie, totalmente despreocupada por el aparente peligro de Jungkook. Pero se sube al lío para intentar quitarle las sábanas de la cara, y es entonces cuando Jungkook gime de verdad.

Me vuelvo a tapar la boca, conteniendo la risa ante lo que supongo, basándome en la forma del bulto de Jungkook, que ha sido un rodillazo involuntario en la ingle de Jungkook.

Cuando Winnie libera la cara de Jungkook, sus labios están fuertemente apretados.

—¿Estás bien, Jungkook? —pregunto, una pequeña risa asomando a través de mi tono.

Él asiente un poco, abriendo los ojos y parpadeando hacia mí. Y oh. Maldita sea, quiero besar a ese hombre. Quiero tirarme encima de él, con mantas y todo, y darle las gracias por quedarse. Quiero decirle que probablemente se arrepentirá. Quiero advertirle y rogarle a partes iguales, porque hace mucho tiempo que no me siento así.

Ni siquiera es un sentimiento monumental lo que se agita en mi interior. Es esta pequeña semilla, hambrienta de sol y deshidratada. Es esperanza y deseo. Y tengo miedo de alimentarla. Miedo de dejarla crecer.

Una oportunidad para amar de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora