CAPITULO II

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Kook

—Juro por Dios que si alguna vez pillo a este tío, le quito el huevo izquierdo —digo.

—Jesús, Kook —responde Carl, con los ojos muy abiertos mientras se limpia la salsa barbacoa de la boca.

—¿Qué, no te parece justo? —pregunto negando con la cabeza—. No tenía derecho a tratar así a esos animales.

Tiro la servilleta en el plato. No podía digerir comer mucho, pero la comida de donde Nash en el pueblo era muy buena.

—No digo que estés equivocado —dice Carl.

—¿Pero?

—No hay peros —responde mi compañero de trabajo, y yo resoplo una carcajada.

—Chicos, ¿habéis terminado aquí? —pregunta Tilda, acercándose a nuestra mesa con el portapapeles en la mano.

—Caray, Tilly. Acabamos de sentarnos —bromeo, cogiendo mi vaso de agua antes de beber lo que queda—. Pero sí. Hemos terminado.

—Habla por ti —dice Carl, con la boca llena. Levanta una costilla a la barbacoa—. Yo sigo dándole.

—Bueno, yo he terminado —digo, levantándome y recogiendo mi basura. La tiro a la papelera que hay junto a la mesa cuando pasa un hombre. Giro la cabeza a tiempo para ver su culo vaquero alejándose y me quedo quieto, mirando sin importarme lo más mínimo.

Maldita sea.

El hombre, vestido con vaqueros azules, una camisa de cuadros remangada y un sombrero vaquero bien puesto, se detiene en el servicio de bebidas cercano y llena un vaso de limonada. Se la bebe antes de quitarse el sombrero y abanicarse con él. El movimiento hace que los músculos de su brazo se ondulen, muchas gracias, y entonces, justo cuando no puedo aguantar más el suspenso, se gira lo suficiente como para que pueda echar un vistazo a su rostro, iluminado de dorado por el sol de mediodía.

Bien. Dios mío.

Mi corazón se desvanece dentro de mi pecho.

—¡Me lo pido! —exclamo, levantando la mano.

—Lo siento. ¿Y ahora qué? —pregunta Tilda, siguiendo mi línea de visión.

Señalo al hombre, que se aleja con el sombrero en la cabeza.

—Ése. Es mío. Me lo pido.

Carl suelta una carcajada y yo me vuelvo hacia él, entrecerrando los ojos. Los suyos se abren de par en par antes de levantar las manos cubiertas de barbacoa.

—Oye, sabes que soy hetero.

—No me importa, Carl. Necesito que reconozcas mis derechos porque ese hombre podría doblar una palanca.

—Todo tuyo, Kook —dice apurado.

Satisfecho, me vuelvo hacia Tilda y enarco una ceja. Tilda niega con la cabeza, con una pequeña sonrisa en la comisura de los labios.

—¿Vas a lamer al chico, Kook?

—Ese es el plan —reconozco.

—Ay, caramba —gime Carl.

Tilda sacude la cabeza cuando sigo mirándole.

—Jum, es todo tuyo. Estoy casada, ya lo sabes. Y ese hombre es demasiado joven para mi gusto.

—Bueno, entonces —digo, quitándome el polvo de las manos en los pantalones—. Tilly, necesito información.

—Se llama Doctor Bailey —dice ella, con la sonrisa aún en su sitio—.Está trabajando con las ovejas.

Una oportunidad para amar de nuevoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora