Cap. 13: Little paper

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Nunca dejaba de sorprenderme el hecho de que alguien con una aguja y un motor con un poco de tinta me hiciera más humana que muchas experiencias que me habían pasado en la vida.

El tatuador pasa una toallita húmeda por el interior del antebrazo, prácticamente pegado al pliegue interior del codo y me sonríe. El dolor ha cesado.

-Hemos acabado. -No deja que me levante con tanta facilidad, sino que me mira el brazo para ver su obra terminada. Podría haberme hecho mil cosas, pero, por como era yo cómo persona y por mi misma, era el próximo tatuaje que me había sentido obligada a hacerme.

Al fin, me levanté y miré como quedaba el resultado final en el espejo de cuerpo entero del estudio. Me resultaba extraño que ahora mi brazo izquierdo no fuera el único que presentase tinta en él y como una forma de tinta negra con toques de blanco le hiciese competencia. Después de ver el resultado en conjunto, lo examino de cerca y puedo ver como, la pluma, el tintero derramado y la frase de "So much to write and little paper" hecha con mi propia caligrafía, reluce con ese brillo de recién hecho en mi piel, se acoplan y se ajustan perfectamente a la curvatura del brazo. A esto hay que añadirle el árbol con varios pajaros alzando el vuelo, la sombra de un ciervo en segundo plano y la frase "Live like legends" dentro de un recuadro hechos con lineas y puntos de manera aleatoria en el interior de la muñeca. Toda esta media manga envuelta en colores de nebulosa y con espacios en blanco a modo de runas en huecos estratégicos distribuidos por todo el antebrazo derecho. Ha sido una sesión larga, pero ha valido la pena.

Cuando el tatuador pasa a mi espalda para dirigirse al mostrador, donde le pagaría lo acordado, vuelvo a fijarme en mi en general. Tenía una camisa de asillas, a pesar de los 15 grados que había en la calle y unos pantalones vaqueros largos negros junto a mis inseparables botas militares. Gracias a la camisa, podía ver como todos los tatuajes en grises, (salvo el del corazón negro atravesado por tres espadas que había en el interior del antebrazo, el cual me había hecho en honor a mi primera saga, que también era mi historia más personal) eran rodeados y remarcados por una manga japonesa en color que empezaba desde la muñeca hasta el hombro, donde la cabeza de un dragón -también de estilo japonés- surgía de las olas y acaba en mi clavícula, a poca distancia del cuello y donde una garra se aferraba un poco más abajo y la otra garra en mi espalda. En un principio, mi idea había sido solo hacerme una manga completa en el brazo izquierdo, pero ya que mis tatuajes contaban mi historias, mis deseos, mis metas y mis temores, era inevitable que, según fuese viviendo más, mis experiencias fueran más. Por eso mismo, exhibía -en verano- un tigre de estilo japonés a color en mi gemelo derecho. Salvo ese y el nuevo, el resto de mis tattoos estaban en el lado izquierdo. Todo siempre en el lado izquierdo, porque era la parte del cuerpo que dirigía el lado del cerebro que a su vez se encargaba de la imaginación, de los sueños y de todo aquello que tuviese que ver con el arte. Cada vez que lucía un nuevo tatuaje y me preguntaba por su significado, la típica respuesta de la gente era de que tenía un buen sentido, muy currado y espectacular, pero muy rebuscado. Yo siempre les respondía que la que llevaría ese tatuaje toda la vida sería yo.

Pago al chico, al cual ya podría decirse que era mi amigo, ya que había sido el único que me había tatuado y, por lo cual, conocía todas mis historias.

Al salir de la tienda, Irish se levanta del suelo y me pone la cabezota debajo de la mano. Percibe el olor extraño de la tinta fresca y me huele el tatuaje a través del film.

Al llegar a la c10, se sube de un salto al asiento del copiloto en cuanto abro la puerta. Yo me limito menear la cabeza, sonreír como una idiota que no está acostumbrada a ver a su perro acompañándola en el coche y me meto en ella al mismo tiempo que arranco el motor. Antes de salir del aparcamiento, puse un CD regrabable que me había envíado Mau, en el que me había puesto canciones de cuando yo aún vivía en Canarias.

Subo el volumen de la música al salir a la carretera y puse rumbo al centro comercial, donde había quedado esa tarde para dar una vuelta y celebrar que mi bloqueo mental se había desvanecido después de la fiesta sorpresa de cumpleaños.

Llego al aparcamiento subterráneo justo cuando el grupo de covers que había descubierto en mis últimos días en Canarias empieza sonar con su versión de "The days" de Avicii. Aparco al ritmo del último estribillo y dejo que la canción termine antes de apagar el motor.

Irish sale de la furgoneta al mismo tiempo que yo, haciendo casi que me tropezase con él al salir. Cierro la furgoneta y echo a andar hacia el puesto de granizados que hay en la parte de arriba del centro comercial. Además de por los increíbles granizados que hacían allí, también tenían una terraza, por lo que podía llevar a mi enorme Irish Greyhound conmigo.

No tardo ni cinco minutos en ver a mi amiga Zoey, sentada en una de las mesas de la terraza, bien servida con su granizado de mojito, al que se ha hecho adicta por mí culpa. Sonríe al verme y recibe a Irish dándole mimos y estrujándole la cara como si fuera un niño pequeño y no un perro.

Nada más llegar se levanta, pero en vez de abrazarme, coge mi brazo derecho y examina mi nueva adquisición de arriba abajo, terminando con un movimiento de cabeza afirmativo. Es su manera de darme su aprobación, de que le gusta mi tatuaje. Eso me hace sonreír. No es que necesite que ella me diga lo que tengo que hacer, pero siempre es bueno que un buen amigo te apoye en tus decisiones.

Nos sentamos en la terraza al mismo que tiempo que Ronald, el camarero, me trae mi propia granizada de mojito. Eso de que sepan lo que quieres en tu local preferido es una ventaja, pero hay veces que todavía me asusta.

- ¿Qué tal fue esta vez? -Zoey le da un sorbo a su granizado y me mira, impaciente.

-Ha sido molesto, sobretodo en la zona del pliegue del codo...

Dejo de hablar al ver una sombra que pasa al lado de la gente y sin que ellos se percaten de su presencia. La sigo con la mirada hasta que, de repente, se para. Se gira y me mira. Eso me pone los pelos de punta. Alto, rubio y a pesar de que lleva gafas de sol, se que tiene ojos verdes.

Es James.

¿Qué hace aquí?.


The 4th doorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora