Tiro contra la diana el dardo, pero va con demasiada fuerza y rebota.
-Mierda -escupo.
-Tranquila, vas mejorando -James quita de la diana los cuatro dardos, tres suyos y uno mío, en la parte externa del número ocho. El único con el que he podido acertar.
Alea entra como perseguida por un huracán en casa y cierra la puerta como si pesara doscientos kilos. Se arrebuja en la gabardina y se queda parada en medio del salón cuando nos ve a los dos. A mí, con las manos abiertas mientras James me devuelve los dardos.
- ¿Desde cuando sabes jugar a los dardos? -Es lo que pregunta.
-Desde hace una media hora -J.D. menea la mano de arriba a abajo para demostrarlo.
-Parece que acabas de salir de un huracán -es lo que respondo yo al mirarla de arriba a abajo, con ramitas enredadas en la melena y hojas marchitas pegadas al abrigo.
Alea poner los ojos en blanco.
- ¿Es que no has mirado por la ventana? -Señala el ventanal que hay detrás del gran sofá de pared a pared del salón. Los árboles se mecen con fuerza de un lado a otro, casi como si alguien hubiese aumentado la velocidad del movimiento. También veo a Irish acurrucado en una de las esquinas del chaiselongue. No le gustan nada las tormentas. Y las nubes negras y cargadas de electricidad prometen mas que una aguacero pasajero.
Vuelvo a mirar a Alea y alzo uno de los dardos.
-Estaba concentrada -James se ríe de mi repentina ocurrencia.
-Creo que debería guardar la moto -dice secándose el ojo con el dorso de una de las manos al tiempo que deja los dardos en mis manos y sale afuera, donde el viento ya empieza a ser un peligro.
Se me enciende la bombilla cuando veo las luces parpadear, vaya ironía.
- ¿Te apetece hacer palomitas? -Aprieto los dardos en el puño y no los suelto hasta que me hacen daño. Se me dibuja una sonrisa en la cara y voy dando saltos (vale, estoy exagerando, pero me gustan las tormentas) hasta la cocina.
Alea se me queda mirando perpleja al tiempo que le hago gestos para que me siga.
-Girei, ¿tu estás bien? -Le paso un par de paquetes de palomitas para microondas, hay que aprovechar ahora que todavía luz. Mierda, las velas, tengo que ir a buscarlas antes de que se bajen los plomos o se caiga el tendido eléctrico. Suele pasar cuando hay huracanes o tormentas de esas que puedes bajar en kayak a la ciudad de la lluvia que ha caído.
Pongo a funcionar el microondas y le pongo en las manos a Alea una tableta de un kilo de chocolate para postres para poder hacer chocolate caliente. Me giro y le sonrío alzando las manos con el pulgar arriba como única respuesta.
Salgo afuera en un suspiro, en dirección al trastero, donde J.D. esta guardando su Harley. Le ayudo empujando también y antes de que se de cuenta, he encendido la única luz que hay el trastero, a casi cuatro metros del suelo.
- ¿Qué haces aqui fuera? -J.D. se recoge en una pequeña coleta de samurai el pelo.
- ¿Por qué les ha dado por hacer preguntas obvias? -Le tiro un par de cajas plásticas de velas. No darán para mucho, ya que son mas para aromatizar que para dar luz, pero no encuentro las largas. Creo que las guarde en mi habitación después de la última tormenta que hizo saltar los plomos.
James no me responde, sino que se acerca a mi y me alcanza una caja de velas largas y blancas. Al final había dejado un par de ellas aquí.
-Vamos, esto no va a tardar en empezar.
-Espera -quito una manta de encima de un generador pequeño. Al lado hay una maleta que al abrirlo se descubre una pequeña cocinilla de gas de un solo fuego.
Subimos todo en un carrito y salimos tirando mas de nosotros que del carro en sí. El viento ya debe llegar a los setenta kilómetros por hora. Pero conseguimos llegar a la puerta, que Alea cierra nada mas entramos.
El olor de las palomitas me llena las fosas nasales y mi buen humor vuelve instantáneamente.
- ¿Ya se han hecho? -Suelto el carrito en medio del salón, donde James y Alkea ya empiezan a colocar velas donde más nos serán útiles. Voy a la cocina, donde hay tres paquetes recién hechos de palomitas (dulces, saladas y con mantequilla) que me esperan. Saco tres boles y los vacío en ellos.
Al salir me encuentro con la sorpresa de que Alea ya ha bajado la pantalla y ha puesto en marcha el proyector. La pantalla de selección se ve reflejada en la tela. Apago la luz y casi parece que estamos en el cine. Entrego un bol a cada uno y nos los pasamos hasta que cada uno se ve contento con el contenido.
- ¿No se apagará el proyector si se va la luz? -Pregunta James.
Mi hermana y yo negamos a la vez con la cabeza.
-La casa tiene un generador de emergencia que se carga con placas solares -explico.
- ¿Y el generador que trajimos del trastero? -Señala a la cocina, donde lo hemos dejado al lado de la mesa del desayuno.
-Un generador de apoyo, por si acaso...
-Mejor prevenir que curar, es lo que quiero decir Girei -Termina mi hermana.
James asiente y se echa para atrás en el sofá, a mi izquierda. Le devuelvo el bol de palomitas, a las que le ha añadido caramelo liquido. Hay gente para todo, aunque las he probado y están bastante buenas. Aunque yo me quedo con mojar las mías, dulces, en el chocolate caliente y comérmelas a cucharadas.
Ya vamos por la segunda película. La ha elegido Alea. Y en su intento incansable por intentar ponerme nerviosa, ha elegido una de miedo. Aunque ahora es ella, al final del segundo acto, donde ya solo quedan un par de los protagonistas, la que me aprieta la mano, temblando y pegada a mi hombro para cuando dé el brinco, esconder la cara detrás de mi espalda hasta que pase el peligro.
Ahí esta. Siento su aliento en la nuca. Estoy a punto de reírme y decirle que no esta pasando nada, cuando mi mano le va a dar un par de palmadas en su espalda, se queda en el aire. Alea esta con la mirada fija en la pantalla, no en la dirección contraria. Frunzo el ceño. Sigue aquí, noto su presencia y al alzar la mirada, veo un reflejo borroso en el cristal del mueble que hay detrás de la pantalla. Una figura borrosa y temblorosa en medio de la tormenta, al otro lado de mi ventanal. El aliento se me corta. No se cómo, pero reconozco esa figura, la conozco y ella me conoce a mí. Se me paraliza el cuerpo.
Aprieto la mano y me devuelven la presión. Bajo la mirada a la mano entrelazada con la mía. Una mano dañada del trabajo que es cambiar motores y quitar tapizados. Una mano que sabes lo que es disfrutar del aire al acelerar. Una mano con un sello de oro en forma de cabeza de lobo. Alzo la vista y me encuentro con la mirada perpleja de James. Una de sus cejas se alza y el miedo sube a su mirada.
Noto calor en la cara, en mi labio superior derramándose, hasta que llega a mi boca y su sabor metálico y salado me inunda la garganta. Suelto la mano dolorida que agarra a Alea y me la llevo a la nariz. El calor pasa ahora a la yema de mis dedos.
Sangre.
Se me nubla la vista y las manos de J.D. me envuelven antes de que me engulla la oscuridad. Noto como el calor arrasa todo mi cuerpo y duele. Mi mundo se tambalea y sé que viviré en el infierno hasta que sea capaz de abrir esa puerta.
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The 4th door
Mystery / ThrillerGirei vive actualmente en Canadá. No tiene más compañía que su perro Irish. Pero no necesita nada más. Viaja de vez en cuando a la ciudad por trabajo. Pero, últimamente, la misma pesadilla la acosa noche tras noche. Las horas de cansancio se refleja...