Cap. 17: Forgive them!

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La luz palpita a través de mis párpados. El olor a desinfectante me llena las fosas nasales. Sé donde estoy, pero la frase se me atraganta. Hace tanto que no paso por aqui.

La presión en el brazo me pone tensa y el pinchazo que sigue me relaja. Solo es una enfermera que viene a ponerme una vía. Otra vez. La última me la arranqué al despertarme y asustarme con la visión del suero goteando al lado de mi cama.

James y Alea me trajeron a Urgencias en cuanto me desmayé. Se asustaron al ver que no reaccionaba a nada y tomaron la vía lógica.

La hora y media de trayecto que hay de mi casa al hospital no hizo nada salvo ponerles aún mas nerviosos. Tardé cuatro horas más en despertarme una vez ingresada. Acabo de salir de la última de las muchísimas pruebas a las que me han sometido para asegurarse que no le haya pasado nada a mi cerebro mientras estaba inconsciente. Además de buscar el por qué del desmayarme sin más.

Me incorporo en la cama. Palpo en las sábanas en busca del mando de la cama, quiero incorporarme y mi cuerpo no me termina de reaccionar. Tienen que haberme puesto un sedante como para tumbar un elefante. Me siento mareada, confundida. Las paredes blancas con líneas azules no hacen sino empeorar la sensación.

Alea esta tumbada en el sillón que hay a mi lado. La cabeza apoyada en la mano de una manera que esta claro que le dolerá al despertarse. Consigo ponerme recta en la cama y alcanzar el vaso de agua que hay en la mesa auxiliar al lado de mi cama. Consigo estirarme y tocarlo cuando otra mano lo coge y me lo da. Alzo la mirada.

-Me alegra ver que estás despierta -James me sonríe y yo cojo el vaso.

-Gracias. -Bebo hasta terminarme el agua. No me había dado cuenta de la sed que tenía hasta este mismo momento.

- ¿Cómo te encuentras? -J.D. se acerca una silla a la cama y se sienta a la vez que saca un par de dulces rellenos de crema. Me lanza uno y antes de tirarle el otro a Alea, se da cuenta de que esta profundamente dormida y se detiene en medio del tiro. Cambia el bollo de mano y saca un envase de cristal. Un zumo. Me lo alcanza y lo miro interrogante- . La doctora me dijo que te levantarías con ganas de tomar azúcar.

Asiento con la cabeza y me bebo el zumo de una sola vez. Respiro al dejarlo en la mesa. La doctora tenía razón. El estómago me ruge según engullo el dulce. Joder, no sabía que perder el conocimiento te diese tanta hambre.

- ¿Qué me ha pasado? -Pregunto.

James se encoje de hombros y se acomoda en la silla.

-De repente empezaste a temblar y tus ojos -se pasa una mano por la cara, pellizcándose la nariz por el camino-. Parecía que habías visto un fantasma. Pero uno de verdad, la manera en la que me apretabas la mano. Después, en cuanto parecía que se te había pasado, te desplomaste y dejaste de responder. Creo que incluso dejaste de respirar -hace gestos con las manos, casi como si no pudiera controlarlas y lo estuviese reviviendo todo de nuevo-. Alea y yo intentamos reanimarte, ella incluso te tiró un vaso de agua helada encima. Pensábamos...

Hace una pausa y me mira. Veo autentico dolor en él.

- ¿Qué pensábais? -Se me acaba el bollo y James se levanta para acercarme otro. Antes de que vuelva a la silla se queda pensativo al lado de la cama. Creo entender que quiere y hago un esfuerzo enorme para echarme a un lado. Le doy un par de palmaditas a la cama. Se sienta y empieza a jugar con las manos.

-Pensábamos que estabas muerta -mira a Alea, que ha empezado a roncar suavemente y se recoloca en el sillón. Para estar más cómoda, supongo-. Y encima, con la tormenta. No sé como pudimos encontrar el camino para llegar.

Arrugo el papel del segundo bollo y me quedo pensando. Todo este tiempo, me había olvidado de la maldita tormenta. En cuanto apareció esa sombra, todo el resto del universo se disipó. La cosa es que me resulta muy familiar. Recuerdo sus ojos, que aún en la oscuridad podía distinguirlos, como brasas ardientes, pero con los colores de la aurora boreal. Era extraño, hermoso, extrañamente hermoso. Pero incluso ahora, que solo lo estoy recordando, un escalofrío me sube por la espina dorsal.

-Creo que nos debes una explicación, señorita -un médico de mediana edad entra en la habitación con un montón de papeles y un bolígrafo saltando en ellos.

- ¿Perdone? -Sigo teniendo el papel arrugado del bollo en las manos. Nunca me han gustado los médicos. Aguanto muy bien el ir al dentista. ¿Pero a los médicos? No, ni de coña.

-Pues que deberías contarnos por qué tuviste ese desvanecimiento tan repentino, según nos han dichos tus acompañantes -señala a James y a Alea.

Me encojo de hombros. Realmente no sé por qué me desmayé. Ni por qué me empezó a salir sangre de la nariz después de haber visto a la sombra.

-No lo sé, señor. Simplemente, pasó -respondo.

- ¿Sabe por qué le empezó a salir sangre, doctor? -James gira sobre sí mismo para mirarle a la cara. Sin darme cuenta, he alargado el brazo hacia él. Ha sido automático.

El médico se detiene al pie de mi cama, donde mi historial junto a mis últimos datos están ahí colgados. Los mira por encima, resoplando según pasa las páginas. Al final, levanta la mirada.

-Parece ser que le dio un golpe de aire muy frío y seco. Como si hubiese estado de pie en medio de una tormenta o un frente de frío -tamborilea con el bolígrafo contra el labio inferior. Estoy empezando a tener ganas de lanzar el maldito bolígrafo por la ventana-. Sabemos que había un huracán en la zona sobre la hora de su desvanecimiento. Dígame, señorita. ¿Salió usted a la intemperie?

Niego con la cabeza.

-No -aclara J.D. por mí-. Estaba con nosotros viendo una película en el salón de la casa. Fue de repente. Se puso a temblar y le empezó a salir sangre de la nariz y se desmayó.

-Bueno, yo venía darle el alta. No hemos encontrada nada fuera de lo normal en sus pruebas. Puede que haya sido una repentina bajada de glucosa en sangre, o que una corriente de aire muy frío le afectase antes de que comenzase la tormenta. En fin, buenas tardes.

Dicho esto, se da la vuelta y se marcha.

James resopla con rabia.

-La verdad, que con estos médicos, da gusto pagar las facturas -me da por reírme de mi propia ocurrencia y James se une a mí. Nuestras risas despiertan a Alea, por fin.

- ¿Se puede saber qué pasa?

J.D. y o nos miramos y empezamos a reírnos de nuevo.

Una hora después, estoy subiendo a mi c10, en el puesto de conductor, con Alea y J.D. mirándome de malas maneras. Me ha costado mucho convencer a estos dos de que estaba lo suficientemente bien como para conducir. Además, conducir me relaja.

Son todo risas y buen rollo en cuanto nos ponemos en marcha, decidiendo donde vamos a ir a comer, aprovechando que estamos en la ciudad. Además, tengo que aprovechar para volver a aprovisionarme para las nieves que están por llegar.

Todo parece estar bien hasta que pasamos al lado de un callejón y nos paramos por un semáforo. Un carnicero sale a echar las vísceras al bidón de basura. Pero en cuanto vuelve a entrar en el negocio, su puerta se transforma, se llena de cadenas y la madera se resquebraja hasta que casi parece caerse a cachos. Empieza a moverse, como si algo al otro lado estuviese intentando abrirla y aporreándola con todas sus fuerzas.

No puede ser. Ahora mi pesadilla también me persigue estando despierta.

The 4th doorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora